Blog del suscriptor

Contribuir al fascismo

Acrópolis de Atenas.

Acrópolis de Atenas.

  1. Blog del suscriptor
  2. Opinión

El mundo nos envía señales y nosotros seguimos obcecados en ignorarlas. Quién no se ha preguntado alguna vez cómo fue posible que Europa permitiera tantos agravios, asistiera a la enajenación de su clase política y fuera cómplice con su silencio del derrumbamiento de todo un sistema de valores hasta catapultarse hacia el totalitarismo y la guerra. Queda tan lejos que hoy esa decadencia nos parece impensable; que hemos aprendido y que nuestros derechos y libertades tienen arraigo suficiente para detener el avance del radicalismo. Bien, 17 de los 28 estados de la UE tienen hoy gobiernos populistas o sostenidos por populismos de izquierda o derecha.

Populismos sin complejos, rupturistas, supremacistas y fascistas. EEUU cambia el consenso internacional por el aislacionismo y el ataque a los derechos civil. En Brasil, Bolssonaro está a un paso del poder predicando extremismo militarista, racista y xenófobo, y un México cansado de tanta pobreza y tanta violencia se decidió por un populista López Obrador al que le bastó con señalar a Peña Nieto como el origen de todos los males. China bate récords de ejecuciones, y Kim Jong-Un ya no nos sorprende; incluso causa gracia ver cómo conjuga el acercamiento con Corea del Sur con la pena de muerte y los ensayos nucleares. Theresa May pulsó el eyector y Gran Bretaña camina sola aplaudida por una 3ª edad que votó en masa a favor del Brexit.

En Venezuela, la gente se muere literalmente de hambre, Arabia Saudí compra armas a España y nos tragamos con naturalidad aquello de que son de precisión y solo matan a gente mala. Y en nuestro país VOX ya llena espacios con 10.000 personas bajo el lema “España para los españoles”.

Quien crea que todo esto es cosa del pasado, tendrá un problema muy serio cuando despierte.

En todos los países mencionados, el ascenso al poder se produce legítimamente en las urnas. ¿Por qué entonces esa sensación de que el mundo camina hacia el abismo? La respuesta natural es pensar que nosotros no somos así. Que, llegado el momento, nuestra conducta sería ejemplar. Pero nos equivocamos si creemos que sucederá así llegado el momento. El sistema vive una crisis. Europa vive una crisis. Reflexione sobre lo que leyó, escuchó o vio ayer y pregúntese cómo contribuyó usted para frenarlo.

Algunas razones son evidentes: los extremos no tienen nada que perder. Viven de la desigualdad, de la pérdida de legitimidad de las democracias, del altavoz que les proporciona una clase política debilitada, más centrada en tapar escándalos que en promover políticas de cohesión y neutralizar la maquinaria agitprop. Para la ultraderecha, cualquier apoyo es bienvenido, por eso oculta todavía su naturaleza radical. Se camufla para inocularse. Juega con lo ambiguo, y engrandece su discurso a base de consignas y eslóganes que encajan con la apatía cómoda de una parte de la sociedad, que no encuentra resistencia ante un Estado miope y unas redes sin control ni verificación. Pero debajo del envoltorio se esconde la podredumbre.

Así han crecido, y como cada entrecomillado es una bomba, se produce una simbiosis perfecta: por un lado, las visitas a los medios se disparan, el político radical consigue su altavoz y el mensaje se amplifica por un ejército de seguidores sin complejos. Por otro, como el 70% de los usuarios no lee más allá del titular y no hay tiempo para digerir las noticias, el sentido crítico se pierde, el análisis desaparece, y el razonamiento se sobrevalora.

De nuevo creemos que nuestro comportamiento en las redes es distinto. Nos autoafirmamos en nuestro magisterio, pero rechazamos cualquier dato que contradiga nuestro juicio. Ensalzamos a tertulianos que encontraron en la desinformación, el grito y la falacia la manera de mantener su omnipresencia, y nuestro listón para aceptar una noticia acreditada, una falsa, un meme o una cadena de whatsapp es tan bajo que cabe todo aquello que sirva de piedra contra nuestro rival. La verdad sucumbiendo ante la irreflexión.

Pensar que nuestra democracia es infalible es un ejercicio de optimismo del que debemos cuidarnos seriamente. Creer que nos salvarán nuestras instituciones solo reafirma nuestra falta de compromiso. Ser ciudadanos implica algo más que votar cada cuatro años. Ser demócratas, algo más que presumir ante las dictaduras. Hoy, más que nunca, los poderes públicos deben alertar del auge del populismo y el extremismo. Necesitamos espacios de acuerdo, blindar derechos, establecer líneas rojas y protegernos de ellos mismos.

Pero nuestra labor va más allá; no podemos descansar toda la responsabilidad en las instituciones. Debemos abandonar nuestro papel de espectadores y participar activamente en la defensa de los valores democráticos. De nosotros depende desmentir cada falacia, censurar el discurso xenófobo, crear conciencia, desconfiar y ser críticos, huir de la doble moral y no contribuir con la frase ingeniosa e hiriente.

Restaurar el daño es mucho más difícil que infligirlo. Todavía estamos a tiempo.