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In-migrantes

Inmigrantes rescatados

Inmigrantes rescatados

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Creo que si hay algo por lo que se caracteriza el discurso social contemporáneo -liderado por periodistas y políticos de todo pelaje, e impregnados a su vez del pensamiento único global- es, más que por su tibieza y demagogia, por el edulcorado lenguaje en que nos envuelven las ideas: ese lenificado vocabulario de eufemismos y disimulos que rehuye a toda costa llamar a las cosas por su nombre, no vaya la realidad a irritar nuestra mojigatería.

Los ejemplos son incontables. En la última semana ha destacado la palabra "inmigrantes", a quienes, desde los talleres de la comunicación, han decidido que ahora llamaremos "migrantes", término que parece lavarlos, como agua bautismal, de su condición ilegal, avalar su candor, desmentir su intención de radicarse en Europa y, en fin, desproveer al fenómeno de todo aspecto lesivo u oneroso para nuestro propio bienestar. Migrantes. ¡Qué inofensivo suena! Claro está, nuestra exquisita sensibilidad -léase complejo de culpa- se ha tragado el cambiazo sin pestañear, y en cosa de un día la palabra "inmigrante" ya está erradicada, quizá hasta censurada. Como siempre, la magia semántica ha funcionado; y es que en la amaestrada Europa, con el espíritu crítico en coma terminal, no somos capaces de advertir cómo nos cuelan los goles ni cómo, con cada uno de ellos, modelan un poco más nuestra opinión y nos alejan otro tanto del pensamiento libre.