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Letizia y Puigdemont

Letizia y Puigdemont.

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Letizia a manotazo limpio copa todas las fotos de perfil socialista. Perdón, sociofílico - aunque éste término sólo exista en portugúes.

Asistimos, algunos entusiasmados, a un espectáculo burgués de alta comedia. La Pepa almodovariana que se pateaba Madrid dejando en su ático un cuadro de importantes contrastes ya no nos representa. Ahora lo doméstico adquiere dimensiones continentales con la detención y posterior liberación del último fugitivo o con el desplante de una reina a otra; a aquella que lo único magnífico de su existencia pasó por acurrucar en Zarzuela a los niños de la patria mientras un militar armado pretendía tomar el Congreso una noche de febrero. Eran los 80, cuando el caramelo de la democracia aún no estaba rechupeteado y restregaba nuestras salivas de sabores fascinantes y enteramente nuevos. Cuando los héroes nacionales eran cantantes punk, artistas innovadores o voces a las que intencionadamente se dio voz para catalizar el sabor del dulce. Héroes que representaban la modernidad. Héroes al fin y al cabo.

La postmodernidad es otra y es la misma. Es el mismo caramelo que ahora se resquebraja por el golpe tímido de una muela; Cataluña, que a su vez saborea las hieles de la propaganda y gana adeptos via Netflix. He aquí un captado que, tras verse una temporada de Merlí de un atracón, sueña con ser catalán y estudiar en un instituto donde los problemas se resuelven con tolerancia y algún nubarrón negro es rápidamente disipado por el profe de Filosofía más intelectual que jamás haya conocido la educación pública. Así es Cataluña en Merlí, o en Cites, un sueño de sociedad postmoderna donde las identidades grupales cobran sentido porque entienden que las calles de Barcelona son el único lugar seguro y apto para la vida en comunidad. Quizás hace algo bien el nacionalismo catalán y de seguro que no lo estamos reconociendo. Mientras en Andalucía el folclore y el chiste fácil copan la parrilla televisiva o en Castilla la Mancha importan programas de copla en un afán absurdo de acercarse más al sur que al norte, los de Puigdemont venden algo tan sencillo como sociedad. ¿Acaso hay algo más importante?

¿Existe algo más efectivo? Sí - han debido de pensar. Vapulear la imagen de la reina plebeya para reforzar la imagen de una insitución que a juicio de los verdaderos órganos de control estatal debe ser la única capaz de contener la ruptura definitiva de ésta patria tan rara. Porque somos una patria rara de cojones. Una sociedad que consumió como pocas a Lady Di pero que no es capaz de soportar su propio culebrón en palacio. Una patria que no entiende la labor de Letizia y su afán real por salvar la institución. Quizás a eso obedece la ira de nuestra Reina (#TeamLetizia). Al entender como los nacionalistas catalanes, que la imagen pública es esencial para la captación de adeptos a unas causas tan sensibles como son las suyas; la creación de un estado aislado del resto o la perpetuación de un régimen medieval que carece de todo sentido en la actualidad.

Letizia y Puigdemont son héroes en lo suyo. Héroes al fin y al cabo.