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Legítima defensa

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Los acontecimientos ocurridos últimamente relacionados con desapariciones y, desgraciadamente, finales trágicos de jóvenes y niños, me han hecho recordar aquel programa que presentaba Mercedes Milá a principios de los 90, cuando aún hacía buen periodismo: “Queremos saber”.

Aunque dicho programa se hizo famoso por el “¿qué hay de mi libro?” de Francisco Umbral, lo que me ha venido a la memoria es el día que se debatió sobre la pena de muerte (eran otros tiempos) y la intervención de uno de los tertulianos que habló, no recuerdo exactamente, de defensa propia o legítima defensa de la gente de bien a través del Estado.

Dicha intervención pasó desapercibida y no obtuvo réplica pero a mí se me quedó grabada por la sencilla razón de que yo ya había pensado en dicho argumento.
Los detractores de la pena de muerte ya tenían creadas sus frases panfletarias como “la espiral de violencia” -en el caso del terrorismo-, u “ojo por ojo, todos ciegos” y, sobre todo, “no hay que bajarse al nivel de los malos”, siendo esta última con la que estoy en total desacuerdo.

No es lo mismo un depredador que un depredado. El hombre pacífico que vive su vida y que jamás mataría ni a una mosca no puede equipararse a un asesino porque un día estalle al verse privado para siempre de un ser querido.

Pero precisamente porque nadie ha de tomarse la justicia por su mano, es El Estado el que debe garantizar la seguridad de los ciudadanos de bien por encima de los derechos de aquellos “humanos” que han dejado de serlo y por lo tanto debe de poder actuar en legítima defensa de los primeros erradicando de la calle a los segundos.

Hemos pasado de debatir sobre la pena de muerte a plantearnos la prisión permanente revisable. Pero no sólo eso.

El hecho de que se haya podido plantear, probablemente aconsejada por su abogado, la posibilidad de que la presunta asesina de Gabriel pueda alegar legítima defensa, (del ataque de un niño de 8 años), para salir lo mejor parada posible, es una muestra no ya de que nos invade un “buenismo” exagerado si no de que estamos cayendo en la estulticia más profunda.

Por otra parte, los padres de Gabriel han sido elogiados por su postura conciliadora y serena ante la peor de las adversidades que puede ocurrirle a unos progenitores. Una postura, a mi entender, algo infantiloide de la que parece haberse contagiado toda la sociedad con dibujitos y cuentecitos, cuando la justicia y sobre todo la seguridad es algo mucho más serio. Ya dijo William Shakespeare que nada envalentona tanto al pecador como el perdón y para muestra tenemos las declaraciones del presunto asesino de Diana Quer que ya está haciendo cálculos de cuándo puede salir otra vez a la calle y de cuánto puede cobrar de los realitys televisivos.

Los malvados siguen ahí, incluyendo la bruja mala que segó la vida del “pececito”. No ha desaparecido como afirmaba Patricia, la madre de Gabriel, y si no ya nos contará que siente el día que lea que Ana Julia vuelve a estar en la calle.

Otra frasecilla que circuló en su día y que no recuerdo quien acuñó, rezaba así: antes cien culpables sueltos que un inocente en la cárcel. Y desde luego es lamentable que a veces la presunción de inocencia o la duda razonable no se apliquen correctamente y que pueda fallar la justicia en ese sentido. Pero para casos como el de Gabriel o Diana que están más que claros, yo tengo mi propia frase: un violador y/o asesino encerrado de por vida antes de ver el más mínimo atisbo de miedo en la cara de un inocente. No es odio, ni revancha, ni venganza. Es legítima defensa.