Blog del suscriptor

Acosado

El autor en su moto.

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  2. Opinión

Una mañana de domingo quedamos los amigos para dar un rulo en moto. El punto de reunión es un local donde sirven unos excelentes y bien surtidos desayunos; por eso de no quedar en la calle, donde aún hace frío en Cigales, provincia de Valladolid, mi tierra y fresco para los más sensibles residentes en Madrid. Allí, amanecemos por debajo de cero hasta bien entrada la mañana.

A nuestro punto de salida también acuden otros clientes al aroma de churros, bollería y humeantes tazas de café, chocolate y algún té. Salí charlando con otro compañero a la puerta. Nuestras motos esperaban en la acera. Apoyadas en caballetes y patas de cabra con espacio suficiente para peatones, unos cinco metros de acera enlosada. Tenemos por costumbre, como miembros de la Policía, Guardia Civil o Ejército, una puntualidad más que exquisita. Mientras me ajustaba el casco, guantes y chaqueta, una joven con un vaso en la mano se acercó:

-¿Cómo se llama?

-¿Perdón? -dije, ya que el casco y la edad hacen que mi oído no esté tan fino como hace treinta años.

-La moto. Todas las motos tienen un nombre.

Me quedé algo perplejo. En nuestro mundo, cuando te preguntan por el “nombre”, se presume es el precio de la máquina. La chica apuntaba con el vaso de cristal, mediado de alguna mezcla alejada del aroma de las infusiones.

-Es muy guapa -continuó la joven.

-Gracias. No tiene nombre -respondí con amabilidad.

-Eso es imposible. Tiene que tener un nombre -porfiaba la “niña”-. Dame una vuelta.

-Verás, joven. Sólo hay asiento para uno -contesté, ya que mi esposa no gusta de subir y a mi peque, el sonido de la Harley Davidson, por desgracia, como que no le apasiona-. El asiento es sólo para el piloto. ¿Ves? Este respaldo se sube cuando me monto. El guardabarros está ausente de un asiento para pasajero -fui palpando el mío y la chapa que funciona como guardabarros, protegiendo de agua, arena y otras porquerías que hay en el suelo de las carreteras.

La joven, cuya cultura en general parecía estar por descubrir y el epígrafe “sólo hay asiento para uno, deja de tocar los cojones” resultaba idioma chino del norte, continuaba en “su” mundo. Las pupilas de los ojos, exageradamente abiertas; su lengua, de trapo; arrastraba algunas letras y expulsaba un cierto “tufillo” sospechoso de su aliento:

-Dicen que los moteros sois muy educados. Dame una vuelta aquí en la calle. No pasará nada -continuaba rayando ya la pesadez.

-Y lo somos. Pero el asiento es sólo para el piloto, como ya te he dicho.

-Esa calavera... ¿sois chungos?

-Nuestro escudo tiene una calavera. Es cierto, tienes buena vista. Sin embargo, el significado de ella es, después de todo en la vida, el día de la muerte todos seremos iguales -la incultura de nuestro mundillo puede sorprender a algunos semejantes.

Su novio, o lo que fuera, sobre cuyo regazo había estado sentada dentro del local, miraba a tres metros apoyado en la pared, como la vacas al Talgo cuando circula a gran velocidad: una perfecta y estúpida expresión de incredulidad.

-¿Puedes apartarte un poco, por favor? -pedí a aquella, al parecer, señorita.

-¿No me das una vuelta?

Mi formación de niñez fue en los Franciscanos Menores Conventuales, siguiendo la Regla de San Francisco de Asís. Por ello, además de la sencillez y la educación, fui instruido en soportar con bastante paciencia a otros semejantes. Después, la Academia de la Guardia Civil añadió un doctorado en aguantar carros y carretas, tragar y aguantar a aquellos de tu misma especie, pero sin tu idéntica visión de la realidad.

Arranqué el motor, me subí a mi Harley. Ella seguía allí. Movía el vaso, en tanto que fumaba un cigarrillo y expulsaba el humo. Dejé de consumir tabaco por prescripción médica. A ello se unió conocer el bien de guardar unos euros cada día en el bolsillo, en lugar de introducirlos en una máquina, aspirar humo y rellenar de toxinas, de varias características, los pulmones. Poco a poco recuperé el sentido del gusto, el olfato y el aire para poder subir escaleras sin tener que detenerme en los descansillos.

-¿Me vas a dar una vuelta, verdad?

Tomé aire; miré a la joven. Vestía bien, sin aparatosos complementos, extrañas marcas o daño en su aspecto exterior. Respondí a la “chiquilla”:

-Jovencita, creo que te has metido de todo esta noche, menos miedo. Te aconsejo vuelvas con el joven que está ahí apoyado, reposes, tengas un plácido descanso en posición horizontal y procures hacer caso a los mayores: no ganarás en sabiduría, ya que pareces algo limitada, pero conocerás el significado educado de la negativa a un capricho -metí la primera marcha hacia abajo y el resto para arriba.

Los colegas se rieron al relatar el sucedido que, pese a nuestra costumbre, retrasó en seis minutos y diez segundos la salida.

Mi esposa, tras una buena carcajada al escuchar este hecho, me dijo:

-Así que has ligado...

-No, yo no. Fue ella, mi moto. Yo sólo fui acosado.