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Gobernalidad de las sociedades y el sistema de partidos

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Como espectador de este momento histórico y modesto lector de lo acaecido anteriormente, en alguna ocasión tengo la sensación, que parecen certezas, de ver con claridad lo que es el fluir de nuestras sociedades humanas. Por supuesto puede ser un espejismo derivado de mi escaso conocimiento, pero también es verdad que la sencilla observación de lo que nos rodea , ahora y antes, puede tener buenos frutos y no hay que despreciarlos.

Esta mañana he leído, al término de un artículo en el periódico sobre la actitud del PP en la confrontación con Ciudadanos, una frase que me sirve para enmarcar el objetivo: “veríamos un magnífico ejemplo de competición democrática. Veríamos cómo de la rivalidad partidista acaban beneficiándose todos los ciudadanos”.
Veríamos... y lo que vemos.

El sistema de partidos que diseña nuestra actual democracia y que ya ha protagonizado otras etapas históricas, es una forma de atender las necesidades sociales y su gobernabilidad. En el ámbito de la teoría y de las buenas intenciones está muy bien. Pero lo que conocemos en el día a día es que los partidos políticos son estructuras de escasa libertad y debate interno gobernadas por un capo o líder y que están dedicadas de una manera absoluta a la conquista del poder, del poder político que es lo mismo que el poder administrativo, económico y de ocupación y disfrute de los órganos públicos y sus prebendas. La lucha política contra los partidos que les pueden arrebatar esa posición es total y supone el objetivo básico de sus actuaciones. Es mucho lo que hay en juego.

Las necesidades de los ciudadanos, el mejor desarrollo, el equilibrio en la sociedad y con el medio y los objetivos de un futuro a medio y largo plazo, son cuestiones que quedan, evidentemente, muy lejanas a la perentoria y diaria ocupación por alcanzar o mantener el poder. Como mucho pueden ser argumentos para promesas electorales, lucha partidista y excusa para motivar a jóvenes aspirantes al partido. Si, también hay, en algunos casos, ideologías, como marxismos modernos, nacionalismos, anticapitalismos, que son imposiciones que se pretenden insertar en la sociedad para tener una base social que autoalimente esa ideología y sirva para luchar por el poder político.

El sistema de partidos es el que tenemos los ciudadanos para nuestro gobierno y gestión, pero los partidos no tienen a los ciudadanos como objeto de su existencia. O al menos es a lo que han derivado en la realidad.

La corrupción es un tema de actualidad, al menos desde la época de Felipe González, hasta ahora mismo. La ausencia de meritocracia y el amiguismo han sido básicos en la promoción interna de los partidos y lo han trasladado a toda la estructura administrativa que dominan. Los técnicos, los científicos, cada vez tienen menos valor en la toma de decisiones. Peor que la corrupción económica es la institucional, como la invasión política de los partidos en la judicatura, en la estructura de las Cajas de Ahorro que llevó a su debacle, en los medios de comunicación.

Mención aparte merece la dejación – rayana en la prevaricación- de obligaciones del interés general de todos los gobiernos de estos partidos en la disgregación estructural, administrativa y de unidad lingüística de España. La educación, la sanidad, la historia, han sido compartimentadas y vendidas al paleto más interesado. El sostén con los partidos separatistas realizado para mantenerse en el poder por los partidos que han gobernado el estado, unido a las continuas concesiones contrarias al interés general de los ciudadanos, han alimentado una espiral disgregadora diabólica de consecuencias funestas.

Volvemos al principio. Hay una evidente falta de preocupación por el interés general, por una visión de progreso solidario y unido de los ciudadanos a largo plazo. Una visión de futuro. Y faltan valores. Faltan porque el objetivo es otro, es la toma del poder. Y en esa lucha navajera y sin principios, sin verdad, valen la apariencia y el engaño. Esa es la esencia de los “partidos políticos”, al menos lo que hemos conocido. Y sufrido.

Sí, hay optimistas. Los hay. Se puede decir que el sistema de partidos y su democracia, es el menos malo de los sistemas. Y que hay gente válida y buena. Pues claro que la hay, a nivel individual hay de todo y hay mucho bueno. Pero no hablamos de individuos, se trata del “sistema” y la realidad social. Y ahí los optimistas necesitan mucha imaginación.

La frase del periódico que citaba al principio permanece en la más profunda incredulidad: "... Veríamos..."