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El instante más acertado de Winston Churchill

Gary Oldman como Winston Churchill.

Gary Oldman como Winston Churchill.

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Sin duda unas líneas no serán suficientes para describir la complejidad política de la figura de Winston Churchill. Como tampoco las dos horas de rodaje de Joe Wright en la última película El instante más oscuro y sea necesario remitir a biografías casi definitivas como la de Roy Jenkins que nos retrata, dando por sabidos muchos datos conocidos sobre el personaje que, tenía tanta capacidad de liderazgo, indudablemente mostradas en su habilidad oratoria como de escritura, como imperfecciones personales, como un líder político poliédrico con muchas luces pero también sombras.

Es el espacio entre la lectura de sus memorias sobre la Segunda Guerra Mundial y artículos varios y biografías como la de Jenkins el que me lleva a hacer esta valoración. Y la película de Wright es la que más se ajusta a mi apreciación, no dejemos de lado la recientemente dirigida por Jonathan Teplitzky y protagonizada por Brian Cox. Como ha explicado Wright: “Crecí con Churchill, el icono, allí parado en su pedestal en Parliament Square, intocable y, por ende, inenarrable. Lo que quería hacer era bajarlo del pedestal, encontrarlo cara a cara y explorarlo como ser humano, con sus faltas, sus malas decisiones –que tuvo muchas- y mostrar cómo esas fallas se convirtieron en atributos que nos guiaron en nuestro momento más heroico”. Son estas dimensiones las que se han plasmado en la película y por eso que me ha sorprendido muy gratamente.

El Churchill de El instante más oscuro relata la más importante de las batallas de su vida, porque seguramente sin su llegada a primer ministro durante la II Guerra Mundial, hubiera sido un político más del siglo XX. Es el político derrotado en Gallípoli durante la primera Gran Guerra, el que muda del partido conservador al liberal (“nos lanzaba granadas desde las filas enemigas y ahora quiere liderarnos”, menciona un político compañero de filas en la película); el que hace un uso abusivo tanto del tabaco como del alcohol. También el que se enfrenta a los líderes de su partido, los beatíficos Neville Chamberlain y Lord Halifax, atención que aquí se encuentra la clave de la película y de la Historia, y acaba imponiendo su tesis de resistencia frente al apaciguamiento que ya se había demostrado como fracasado en Múnich.

Es esta decisión, el rechazo del appeasement (apaciguamiento) frente  a la fiera de Hitler que el Churchill de la película rechaza con tanta rotundidad (la interpretación de un irreconocible Gary Oldman en este sentido es magistral) el instante más acertado, tal vez debería haber tomado este título, del filme.

Porque sin la resistencia británica después de la caída de Francia, Bélgica media Europa hubiera caído en manos de Hitler (el filme se desarrolla en el mes de mayo de 1940) y todo hubiera sido distinto. Churchill vivió la política como la continuación de la guerra “no menos peligrosa, pues en ella te matan muchas veces, en la guerra sólo una”. Fracasó en sus campañas contra los bolcheviques y contra la descolonización, se equivocó terriblemente respecto a Gandhi y los derechos civiles, pero sin  la batalla clave nacida de las palabras “nada que ofrecer salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” y el triunfo casi en solitario de Inglaterra en la batalla área de 1940, en la defensa del mundo libre contra el totalitarismo fascista, todo hubiera sido distinto y el curso de la Historia hubiera cambiado. La paz no fue generosa con él, y el pueblo británico puso después de la Guerra en el sillón ministerial al laborista Atlee.