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Francisco en Chile y Perú, dos realidades muy diferentes

El Papa Francisco saluda a la multitud en Santiago de Chile.

El Papa Francisco saluda a la multitud en Santiago de Chile. Reuters

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El Papa realiza un viaje a Chile y Perú del 15 al 22 de enero, dos países vecinos, pero con realidades muy distintas para la Iglesia católica.

Para el abogado chileno García-Huidobro mientras la situación política chilena después de las elecciones es estable, la del Perú ha estado muy agitada por el frustrado intento de declarar la inhabilidad del presidente Pedro Pablo Kuczynski y la polémica en torno al indulto de Alberto Fujimori.

Los propios chilenos se han sorprendido por la aparente frialdad con la que algunos sectores recibieron la noticia de la visita del Papa. Recién ahora, pasadas las elecciones, la prensa se ha concentrado en Francisco, pero no faltan las críticas, aunque no sean mayoritarias.

La sociedad chilena ha cambiado radicalmente en los últimos 30 años, comenzando por la situación de la Iglesia. Cuando comenzó la transición a la democracia (1990) era la institución más valorada en la sociedad, con una aprobación superior al 70%. Esta imagen positiva derivaba tanto de las convicciones religiosas de los chilenos como del papel que había desempeñado en su defensa de los derechos humanos durante el régimen militar (1973-1990).

Hoy, ese porcentaje ha bajado a un 36%. Las causas de esa disminución no pueden atribuirse simplemente a la influencia secularizadora de los gobiernos de centroizquierda, particularmente los dos periodos presidenciales de Bachelet. La crisis de los abusos sexuales, aunque numéricamente no fue tan grande como en otros lugares, afectó a sacerdotes muy connotados y causó un profundo impacto en la sociedad. Por otra parte, la deuda de gratitud que la izquierda tuvo con la Iglesia por su protección en épocas difíciles ya es antigua: han venido nuevas generaciones, que no tienen motivos para mirarla con especial simpatía, y en los últimos 15 años ha brotado un fuerte anticlericalismo, tanto en ese sector ideológico como en medios liberales de derecha.

Sin embargo, no faltan motivos de optimismo para la Iglesia en Chile. Uno de ellos es la vigencia de la religiosidad popular. En el pasado diciembre, la peregrinación anual a la Virgen de Lo Vázquez reunió, como siempre, a un millón de personas. Gran parte de ellas recorren a pie grandes distancias, para pagar sus mandas (promesas) a la Virgen. En otros lugares del país sucede algo semejante, como en Iquique, uno de los lugares que visitará el Papa, en la fiesta de La Tirana, famosa por sus bailes de diablos que danzan en honor de la Virgen. El Papa removerá las aguas, fortalecerá esa religiosidad y podrá despertar un mayor interés por la Iglesia en las clases medias emergentes.

Otro signo positivo es la presencia de un número importante de intelectuales, políticos y empresarios que tienen una sólida formación cristiana y gran influencia en el país.

La situación en el Perú, en cambio, es radicalmente distinta, porque allí existe una creciente clase media que tiene una fuerte identidad católica, y el ambiente de todos los sectores políticos y de la prensa es muy favorable al Papa Francisco, incluso en los medios intelectuales donde, a diferencia de Chile, la presencia de católicos influyentes es significativamente menor. Así, la visita enfrenta menos obstáculos y el panorama para la Iglesia se presenta como especialmente positivo.

Por encima de las diferencias, hay un fruto que debería obtenerse en ambos países, además de los beneficios para la tarea evangelizadora de la Iglesia. Tanto Chile como Perú han estado muy polarizados en el último tiempo y las palabras del Papa pueden mover los ánimos para buscar entendimientos. Si bien en los dos casos se aprecian grandes progresos económicos en las últimas décadas, se trata de naciones que enfrentan desafíos muy importantes –entre ellos terminar con la pobreza–, que solo pueden ser resueltos si se producen grandes acuerdos de las diversas fuerzas políticas. La visita del Papa representa una oportunidad única para recordar la vigencia de unas palabras que pronunció Juan Pablo II en su visita a Chile: “los pobres no pueden esperar”.