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Inmaltratables

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La raza animal dominante del planeta evoluciona inexorablemente ligada a un aumento de las capacidades intelectuales derivadas del uso y disfrute de una razón que, más allá de crecer junto a unos valores inmutables, crea inexplicablemente decisiones colectivas fundadas en injusticias manifiestas, en este caso de género.

Mi pareja me vigila, no cree nada de lo que digo, me menosprecia constantemente, me compara con otros hombres y jamás me dice absolutamente nada bueno de mí, pero sé que me quiere. El otro día tuvo un mal día y no pudo evitar empujarme por una discusión en la que tenía razón, pero me pidió perdón rápido, me quiere mucho.
Hay veces que me da miedo volver a casa y que esté de mal humor, me grita a mí y a los niños, y cada vez que intento abrazarle me retira con violencia, pero después me dice que me quiere.

La amo, venero el aire que respira y cómo lo respira, es infinitamente más inteligente y bella que yo, y tengo una suerte increíble que comparta la vida conmigo. Cierto es que no logro jamás estar a su altura en las conversaciones, me esfuerzo por estar a su nivel, pero me cuesta, entiendo su frustración conmigo, y que siga ahí no puede significar otra cosa que me ama. Mi familia no está a su altura, me encantaría que estuviera cómoda con ellos, pero es normal que no lo esté, ella es perfecta.

Soy un hombre, nadie me puede maltratar, pero si no lo fuera esto se parecería mucho a la violencia de género. Soy víctima de la discriminación positiva que algún exministro socialista publicitó como única medida para frenar una violencia contra las mujeres que todavía queda muy lejos de desaparecer.

Negar la violencia de pareja contra el hombre en nada ayuda a erradicar la que se produce contra la mujer, más bien al contrario, en el peor de los casos puede hasta provocarla. ¿Abrimos los dos ojos?