Popularmente cuando hablamos de la fiesta nacional nos referimos a las corridas de toros y aunque no estén de moda, el argot utilizado en ellas forma parte de nuestro día a día.
Si en un ejercicio de imaginación hiciéramos un símil entre una corrida de toros y la asonada independentista, tendríamos que aducir que nuestro Rey Felipe VI tomó al toro por los cuernos o que al Presidente Rajoy no le ha tocado un toro fácil de lidiar y que hasta el momento se han saltado a la torera todas y cada una de las leyes democráticas que rigen en la plaza de Cataluña.
A pesar del paseíllo de Puigdemont al declararse la independencia del estado catalán asistimos a la espantá con su viaje a Bélgica, esperando que le eche un capote el abogado de ETA, Paul Bekaert, invocando a que en España se tortura, no creciéndose en el castigo del sonado artículo 155 de la Constitución que a pesar de haberse aplicado con absoluta normalidad democrática y de hacer sonar trompetas y timbales, anunciando el cambio de tercio.
A toro pasado Puigdemont nos recuerda aquella mala tarde de Josep Dencás cuando tras fracasar el 6 de octubre de 1934 el alzamiento independentista huyó del palacio de la Generalitat a través de las alcantarillas. Pero no por ello debemos olvidar el acoso y derribo al que se han visto sometidos los guardias civiles y policías nacionales allí desplazados que siempre están al quite cuando hay división de opiniones.
Pasado un tiempo y aunque alguno quede para el arrastre una vez lidiado este mal toro, ojalá que quien salga por la puerta grande sea el sentimiento democrático que nos haga creer que podemos invocar el cambio pero siempre desde dentro de la ley y que no se debe poner uno el mundo por montera y apuntalar a nadie. Eso sí, quienes se han dedicado a meter la puya que sepan que han pinchado en hueso y les puede llegar la hora de cortarse la coleta. Vista, suerte y al toro.