Opinión

Las cosas claras

Una pancarta compara a los Jordis con Jesucristo.

Una pancarta compara a los Jordis con Jesucristo. Dolça Catalunya

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Bien. Empecemos. El problema es (siempre fue) Madrid. El problema está Madrid.

Desde los inicios de la Transición los gobiernos de la nación, que se fueron sucediendo, cedieron siempre ante los nacionalismos.

Lo fueron haciendo de forma paulatina. Inicialmente influyó de forma especial el complejo (que aún perdura) de ser herederos de la dictadura recién fenecida.
Había que ser -o parecer- modernos, demócratas, generosos. Olvidar rencores y rancias enemistades. Lo contrario podría ser tildado enseguida de casposo, facha, retrógrado, añorante de la todavía caliente dictadura.

Así, se fueron elaborando el sistema electoral primero (que los favorece claramente), la propia Constitución después, y luego los distintos estatutos de autonomía. Todos estos con una tendencia -bien aceptada siempre por la gran mayoría, que todo hay que decirlo- a conceder a las regiones unas competencias exageradas. Hoy se hace evidente.

Pero no acabó ahí la cosa. Los distintos gobiernos que se fueron alternando, cuando necesitaron apoyos por falta de mayoría suficiente, pactaron con los nacionalismos (vasco y catalán sobre todo). Los pactos a que llegaron siempre fueron en base a la cesión de más autogobierno, más competencias o más financiación. Agravio descarado y descarnado con respecto al resto de autonomías, por cierto.

Los nacionalismos, ya se sabe, siempre quieren más, siempre son víctimas (a pesar de siempre creerse superiores) y siempre, siempre, tienden a buscar la secesión. Esto es tan así, está tan estudiado y demostrado que solo puede negarlo el paleto emocional incapaz de elaborar pensamiento crítico, o el listo que vive de eso.

Pues bien, desde principios de los años 80 del pasado siglo (casi 40 años, como la dictadura), Madrid ha concedido más y más competencias, dinero y trato preferente a Cataluña y País Vasco, a cambio de apoyos concretos para la gobernabilidad de la Nación.

Ambas regiones, por pura lógica, aprovecharon las prebendas concedidas para aumentar su autogobierno. Pero, es que además utilizaron ese poder transferido para reforzar en sus ciudadanos ese elemento diferenciador (idioma, raza, cultura, historia) y victimista. Controlando medios públicos y subvencionando privados durante todos estos años. Y si hay que retocar la Historia para que encaje en su discurso, pues se retoca y listo. Y a tragar.

Tras casi cuarenta años de abducción cerebral ya solo conocen su historia retocada, y aliñada con el sempiterno abuso por parte del Estado opresor.

¿Qué podíamos esperar de los gobiernos nacionalistas? Ellos lo tienen claro desde siempre. No así los de Madrid. Éstos, con la miopía cuatrienal electoralista, nunca han reparado en la progresión imparable de esa abducción social de los ciudadanos catalanes y vascos. Nunca se preocuparon de conocer a fondo el problema.

Ahora es tarde. Y ya no solo porque revertir cuarenta años de engaños sea tarea casi imposible, sino porque persiste la endemoniada miopía, tan contraria a cualquier sentido de estado.

Y así para el PSOE el enemigo, el enemigo, es el PP, y viceversa. No se consideran adversarios necesarios para una sana alternancia, con apoyos y pactos sanamente negociados. Y es este el grave error que nos ha traído hasta aquí.

Aún hoy ninguno de los dos es consciente de que el enemigo (sí, enemigo, en este caso sí) es cualquier partido nacionalista. Cualquiera.

En los últimos años aparecieron en escena dos nuevos partidos. Uno, Podemos, es el fruto de una indignación ciudadana resultante de la gran crisis, que aún padecemos, la corrupción generalizada y el disgusto con el viejo sistema. Hoy sería (y lo será en un futuro) un grupúsculo con poca significancia de no ser por el soporte interesado del PP. La famosa pinza.

El otro partido, Ciudadanos, nace en Cataluña como reacción a la presión mafiosa totalitaria que se vive allí. Por su carácter antinacionalista (la razón de su ser) y por el más profundo y elaborado conocimiento de la realidad catalana, creció en su propia tierra y luego dio el salto exitoso a toda España.
Es, quizá, el único que entiende que se debe llegar a acuerdos de gobierno entre partidos no nacionalistas. Véase Andalucía (con PSOE) y Comunidad de Madrid (con PP).

Esperemos que éstos, PSOE y PP, reparen en que ése es el camino. El enemigo es el nacionalismo. Los demás, solo adversarios.