Opinión

La semana de los milagros

Puigdemont, con su discurso escrito antes de pronunciarlo en el Parlament de Cataluña.

Puigdemont, con su discurso escrito antes de pronunciarlo en el Parlament de Cataluña.

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Esta semana hemos vivido la que probablemente sea la historia con el más amargo de los nudos, y el más feliz de los desenlaces.

Lo que ha ocurrido en Cataluña durante estos últimos meses, no solo ha hecho que la mayoría no independentista, cansada y reprimida, rompa las cadenas de su silencio y salga a las calles alzando la bandera de todos los españoles. No solo hemos visto cómo los líderes del nacionalismo han pasado en dos días de tener el viento en su favor, a ver como hace aguas su proyecto de ruptura. No solo hemos visto cómo el PSOE, Cs, y el PP han dejado aparte sus diferencias ideológicas y sus odios personales para proteger España ante el desastre que se avecinaba. En estos últimos días, el péndulo de la historia ha perdido su inercia, se ha parado, y ahora empieza a avanzar con potencia en sentido inverso.

Los que desde siempre hemos defendido la unidad de España, y si me apuran la de Europa, hemos rugido, y se nos ha oído. Antes cuando defendíamos esos ideales para los más amables éramos unos hinchas de Rajoy, y para los más estúpidos unos herederos del franquismo. Nada más lejos de la verdad: no me gustan ni los dictadores ni sus asesores políticos.

El 1 de Octubre todos vimos las imágenes que sin duda nos hicieron sentir temor, tristeza y vergüenza. Yo no paraba de preguntarme como habíamos llegado a este punto. ¿Acaso no se preveía? ¿Acaso es lícito que la Junta Electoral permita que un partido se presente con un programa político que ya manifiesta su voluntad de delinquir? ¿Acaso no hubo antes conspiración, proposición y provocación para la rebelión por algunos, que ya permitía incoar un proyecto penal sobre ellos?

¿Acaso no se podía haber aplicado el artículo 155 de la Constitución desde el mismo momento en que la Ley de Ruptura entró a trámite? Sin duda lo que paso el 1 de Octubre fue la vergüenza de la nación y motivo suficiente para que el señor Rajoy y la señora Soraya Saenz de Santamaria, que tantos sacrificios nos han pedido a los españoles, asuman su fracaso y dejen paso a otros con más integridad moral y capacidad de liderazgo.

Sin embargo, ahí ha estado la sociedad civil colocando sus banderas en sus ventanas como símbolo de apoyo a todos aquellos catalanes que iban a ser arrastrados al abismo por el odio y el enfrentamiento; ahí ha estado el discurso del Rey como símbolo del orgullo y la dignidad de esta nación; y ahí estuvieron casi un millón de personas libres manifestándose a favor de la Constitución y la legalidad en aquel sitio donde no se cumple.

Sin duda alguna, los mayores aliados que han tenido aquellos que han intentado romper nuestra convivencia han sido la ineptitud de Rajoy, el franquismo, la crisis y la corrupción. ¿Qué sería del discurso de Pablo Iglesias, de Rufián, de Otegui… sin esos tres elementos? Cuando los oigo hablar solo pienso en aquellas palabras de Machado: “Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una”.

El día 8 de octubre será un antes y un después para la historia de nuestro país y de nuestra democracia. A partir de ahora ya sabemos que no estamos ni tan solos, ni tan locos, que hay más gente de la que creíamos exigiendo la convivencia a la que tenemos tanto derecho. Ya no nos callaremos ante aquellos que confunden la mala educación y la falta de civismo con la valentía y el coraje y que no puede defender sus ideas sin ofender a quien piensa de forma distinta. Porque los valientes serán valientes hasta que los cobardes dejemos de ser cobardes.