Opinión

Memoria selectiva

Imagen de archivo del Che Guevara.

Imagen de archivo del Che Guevara. Wiki Common

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La semana pasada tuve en Oleiros mi base de partida para una serie de excursiones por las Rías Altas. Oleiros es un municipio contiguo y enfrentado al de La Coruña en el arco que describe la bahía. En su parroquia de Santa Cruz, existe una larga avenida que tiene por nombre el de Ernesto Che Guevara. En una de las rotondas que la jalonan se alza una ciclópea escultura con la mundialmente conocida efigie del guerrillero comunista. Inserto a continuación la foto que tomé.

Desconozco, y no me ocuparé en conocerla, la historia del homenaje a tan insigne personaje. Cierto, cuando yo era joven no había coetáneo que no tuviera una camiseta, un llavero, una boina con la estrella roja de cinco puntas del aludido. Pero a estas alturas del siglo XXI hay que ser obcecado, iletrado, sectario u obseso para conservar un ápice de la admiración que antaño despertó en argentino médico asesino, para no tener claro que su único mérito fue poner nervioso al camarada Fidel, quien con toda probabilidad lo mando a morir a la selva boliviana.

No me produce ningún sarpullido la existencia de la avenida y en ella la ciclópea máscara, solo pena de los oleirenses que se vean obligados a transitar con regularidad por aquella. Por lo oleirenses que tengan dos dedos de frente, porque comprendo que también los habrá que disfruten al hacerlo.

De cualquier modo, no deja de ser paradójico que en la España que tiene memoria para deshacerse de su demonios nacionales nos encontremos con lugares en los que se necesiten otros de fuera. En la denostada Transición nos vacunamos poniendo los nombres de La Pasionaria, Enrique Líster, Largo Caballero y otros a calles, plazas y barriadas, sin contar con la opinión de los que en ellas vivían y lo iban a tener que reflejar en los remites de sus cartas. Y ahí siguen.

Pero insisto, a estas alturas el Che merece el extrañamiento.