Opinión

1978–2016: historia realista de una convivencia

Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias. Agencia EFE

  1. Opinión

Por Ángel Alonso Pachón 

Es doloroso contemplar que en las realidades de nuestra historia, las buenas, las mediocres, incluso las malas algunas personas -que seguro no sabrían decir los ríos de España y mucho menos los millones de ilusiones que llenan los cementerios- quieran, ahora, despreciar esas realidades, mancillarlas y transmitirlas con ruindad moral.

Ciertas personas, aprovechando los púlpitos que la democracia -conquistada por todos- pone a su disposición, escupen veneno, mezcla de odio, de rencor, de impotencia personal, de bajeza moral y, sobre todo, veneno impregnado de dogmatismos absolutistas, culpables de millones y millones de muertos en el siglo XX.

Medios de comunicación de todo tipo que fabrican audiencias generalistas, sin capacidad de respuesta y sin capacidad de análisis, son su campo de batalla, tierra libre y facilona...

Ahora, resulta, que ciertas personas, escaladores políticos, ascensoristas de partidos, controlados a distancia, robots mecanizados, sin historia, sin cultura, tele-marketing... resulta, que esas personas, levantando el dedo de E.T., el extraterrestre, condenan, perdonan, marcan de azul o de amarillo, apartan y, escandalosamente, se lanzan, hipócritamente, a los brazos del Pacto de Tinell.

Pedro, ahora llamado Sánchez, defenestrado por culpa de su “órdago a la historia de la convivencia”, amenaza con volver para terminar su obra, quemando las naves y así conseguir, para él, lo único provechoso de sus famosas primarias: “El cuadro de la estulticia, ignorancia, necedad y estupidez de una persona”.

Yo, padre Pablo Iglesias, me confieso y declaro, arrepentido, haberme equivocado creyendo que las cabezas de los partidos eran pensantes, éticas y honradas políticamente.

Siguiendo su ejemplo, tomaré los trenes de cercanías, con bono de la tercera edad, recorreré España para exigir primarias, primarias limpias, con dos condiciones, sine qua non: la primera no engañar, la segunda no seguir engañando.

Padre Pablo, le pido la absolución y la penitencia: ¡Hijo mío!, yo te perdono, aunque sea tarde; como penitencia promete no leer más cuentos y no tirar piedras contra tu propio tejado, ¡tonto el bote!