Pablo Iglesias, antes mártir que confesor

El líder de Podemos, Pablo Iglesias/Zipi/EFE

El líder de Podemos, Pablo Iglesias/Zipi/EFE

Por Alejandro Pérez-Montaut Marti, @alejandropmm

El pasado miércoles tuvo lugar la esperada reunión entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Aquel encuentro tuvo en vilo a muchos, y no era para menos, pues de ahí podría haber nacido el famoso Gobierno a la valenciana. Sin embargo, aquella reunión no dio pie a nuevas conclusiones ni tampoco abrió nuevos caminos a explorar, pues las condiciones resultaron ser prácticamente las mismas, con un simple matiz, y es que Pablo Iglesias decidió adoptar la estrategia electoralista del sacrificio y la cesión al ver las nuevas elecciones cada vez más cerca.

Podemos tiene miedo. Desde el partido de Iglesias sienten que la tan ejercitada soberbia ha jugado una mala pasada tanto a sus diputados como a su líder, y saben que la ciudadanía les acabará castigando por ello de una forma o de otra. Las continuas faltas de respeto hacia los españoles hacen a Iglesias prever -y por tanto temer- una importante fuga de votos en el caso de que se celebraran nuevos comicios. Después del debate de investidura, en el cual vimos al líder de Podemos subir en cuerpo y alma a los cielos, algún extraño fenómeno llamado realismo le cortó las alas. Extraño para él, claro. Aquel Pablo Iglesias, que en rueda de prensa y con el ceño fruncido exigía la vicepresidencia y unos cuantos ministerios más después de haber insultado a millones de votantes socialistas y populares, desapareció en un momento en el cual la crisis de su partido era cada día más notoria y difícil de tapar. Aquella sonada destitución de Sergio Pascual y las tensiones entre "errejonistas" e "iglesistas" hicieron saltar todas las alarmas en Podemos, permitiendo a algunos lúcidos darse cuenta de que no estaban siguiendo una buena estrategia y unas nuevas elecciones podrían ser un desastre para ellos. Esa clarividencia dio un baño de realidad al líder de Podemos, que decidió cambiar radicalmente su discurso.

Pablo Iglesias, después de la reunión con Sánchez, dijo estar dispuesto a ceder en lo que a su presencia en el posible Gobierno se refiere. Quiere ceder en su puesto ficticio de vicepresidente, y digo ficticio porque nadie le ha ofrecido la vicepresidencia, así como tampoco ha gozado nunca de ese puesto en el Gobierno de España, por lo tanto no me explico esa cesión. No cede sin embargo en ninguna de sus líneas rojas, o así lo dio a entender cuando se le preguntó por el referéndum, que sigue siendo una prioridad pero más escondida dialécticamente ahora que ha llegado la víspera del anuncio electoral. Así es, Iglesias ha vuelto a sacar la artillería de la política social para, como siempre, hacer de la pobreza su mejor arma, y, sin intención de acabar con ella, utilizarla a su antojo para colmar en un futuro no muy lejano su ambición de poder. El derecho a decidir deja de ser esencial para formar un hipotético Gobierno, pues no conviene situarlo por delante de la emergencia social ahora que estamos en precampaña. Sin embargo, necesita conservar la primera posición en Cataluña, por lo que el referéndum debe seguir latente, y los españoles -y sobre todo los catalanes- deben verlo.

En Podemos siguen igual de tercos en la formación de un Gobierno a la valenciana, pero esta vez abriendo la puerta a un apoyo por parte de Ciudadanos. Apelando a su sentido de estado, Pablo Iglesias insta a Rivera a apoyar por activa o por pasiva esa coalición de izquierdas. Sí, pide sentido de estado, ese que él no tuvo cuando con un pacto firmado por dos partidos encima de la mesa, se negó a ni siquiera dialogar para intentar alcanzar un acuerdo. Iglesias le abre los brazos de forma tramposa a Ciudadanos, y lo hace para demostrar la falsa capacidad de diálogo de su partido, donde él mismo ha ofrecido su cabeza a cambio de que ese gobierno llegue a término, intentando hacernos ver el sacrificio que es capaz de hacer por su patria. Sin embargo, sí decide ponerse al frente de la negociación, dejando cada vez más claro que nada funcionaría en Podemos si él no estuviera.

Maquillando su personalidad, Pablo Iglesias deja la pelota en el tejado de Ciudadanos, para que así la intransigencia pase a ser la imagen corporativa de los naranjas, que no pueden aceptar ese acuerdo ya que supondría no aplicar ninguna de las medidas de su programa y quedar como simples observadores sin voz ni voto en ese Gobierno dudosamente próspero, que no por ser muchas veces repetido en ruedas de prensa gozaría de mayor legitimidad para llevarse a cabo. El crédito lo otorgan los hechos, y a Iglesias no hay hechos que le hagan afirmar que un Gobierno a la valenciana es lo mejor para España, pues la gestión, tanto en la Comunidad Autónoma como en Valencia, es deficiente.

Todo forma parte de una estrategia electoralista gracias a la cual Podemos puede conservar sus escaños. La prepotencia es apartada para dar paso al falso consenso, aquel que sólo pretende salvar el pellejo de quien lo ejerce. El victimismo y el sacrificio cubren y amparan a un Iglesias que en su interior está más seguro que nunca de sus planes.