Cuando Merche decidió dejar su colegio en Zaragoza para enseñar en Dallas, no lo hizo buscando un sueldo más alto aunque, reconoce, “ayuda”, sino una experiencia vital.
“Era ahora o nunca”, dice con una sonrisa al otro lado del teléfono en declaraciones a El Español de Aragón. A sus 53 años, esta profesora participa en el Programa de Profesores Visitantes del Ministerio de Educación, que permite a docentes españoles trabajar en Estados Unidos durante varios cursos escolares.
Aun así, la diferencia económica entre ambos sistemas no pasa desapercibida. En España, un maestro de escuela pública cobra en torno a 30.000 euros brutos anuales, mientras que "en Dallas el salario base asciende a 65.000 dólares al año", unos 55.000 euros, a los que se pueden añadir complementos por experiencia, titulación o tareas fuera del horario escolar.
"El sueldo de profesora da para vivir bien y para conocer el país, aunque también es verdad que el coste de la vivienda y del día a día también es mucho mayor", explica.
A esa mejora salarial se suman algunos incentivos fiscales. “Nos retienen bastante, pero el primer año te devuelven todo, que pueden ser unos 4.000 dólares o más”, cuenta Merche. Sin embargo, no todo son ventajas: el aumento de ingresos viene acompañado de un sistema laboral más estricto, con menos libertades y menos margen para enfermar.
“Aquí tienes solo diez días al año para todo: enfermedad, asuntos personales o viajes. Si te pasas, te descuentan del sueldo”, cuenta Merche. "Me he ido a Nueva York con mi hija que ha venido unos días, así que ahora solo puedo ponerme enferma 8 días", explica medio en broma, medio en serio.
El nivel de control sobre el profesorado también sorprende. “En cualquier momento pueden entrar en tu clase para observarte, y están obligados a hacerlo varias veces al año. Todo se mide, todo se evalúa. La libertad para enseñar es muy limitada”. Esa presión constante, dice, crea un ambiente profesional más tenso, aunque también más competitivo.
Merche aterrizó en Dallas el 9 de julio y planea quedarse solo un curso escolar completo, aunque su visado tiene una duración de tres años prorrogables. “Si no tuviera a mi familia en España, me quedaría más tiempo, pero con ellos allí es complicado. Lo más probable es que vuelva a finales de mayo o junio”, asegura.
La decisión de cruzar el Atlántico no fue impulsiva. “Llevaba más de diez años pensando en este programa”, cuenta. “Esperaba el momento adecuado. Primero tenía responsabilidades en mi colegio, luego mis padres se hicieron mayores... y este año sentí que era ahora o nunca. No quería quedarme sin vivir esta experiencia”, reconoce.
En su escuela trabajan otros tres docentes españoles —de Andalucía, Alicante y Castilla y León—, y todos coinciden en la entrega del profesorado español. “Somos un grupo muy comprometido y responsable. Nunca he sentido que aquí nos vean como vagos”, afirma. En Texas, donde cerca del 40% de la población es hispana, la presencia de docentes españoles es bien recibida.
Sin embargo, más allá de la educación, lo que más le llama la atención es la diferencia cultural. “Estados Unidos es un país mucho más individualista. Los hijos se van de casa cuando van a la universidad, y la movilidad entre estados es enorme. Aquí la gente no vive tanto tiempo con su familia como en España”, termina.
