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Pues sí, ya estamos oficialmente en Semana Santa. Las calles huelen a incienso, las panaderías a anís… y en mi cocina, a torrijas recién hechas. Porque si hay un dulce que resume esta época como ningún otro, ese es la torrija: dorada, jugosa, empapada de recuerdos y con más tradición que una procesión de pueblo.
A mí las torrijas me llevan directamente a casa de mi abuela aragonesa. Allí no había Semana Santa sin su bandeja rebosante de torrijas gigantes, de esas que parecen pan de hogaza reconvertido en gloria celestial. Tiernas por dentro, con su tostadito justo por fuera, y un olor que ya te iba llamando desde la escalera. Era su manera de decir "ven, siéntate y disfruta", sin necesidad de palabras.
Y sí, ya sé que lo típico es comerlas en estos días santos, pero con lo buenas que están, uno se pregunta por qué no se hacen más a menudo. Aunque claro, luego pruebas una torrija de esas de verdad, hecha con mimo y truco de abuela, y entiendes que no es un dulce cualquiera. El truco (del alemendruco, según mi abuela) no tiene nada que ver ni con el azúcar ni con la leche, sino con el pan. Quédate hasta el final que te lo desvelaré.
Origen de las torrijas
Antes de hablar de los trucos de mi abuela aragonesa, un poco de historia. El origen de las torrijas es un tema que ha suscitado diversas teorías a lo largo de la historia. Algunos historiadores sugieren que surgieron como un alimento destinado a las clases más humildes, dado que sus componentes principales —pan, leche y huevo— eran accesibles y proporcionaban la energía necesaria.
Otra teoría apunta a la época romana, donde el gastrónomo Marco Gavio Apicio, en el siglo I, mencionó una receta que consistía en sumergir rebanadas de pan en leche, aunque sin incluir el huevo ni denominarla específicamente como torrija.
A partir del siglo XIX la torrija de leche comienza a ganar popularidad y es la opción más consumida hoy en día(Fuente: Tienda de Lino)
Fue en la Edad Media cuando las torrijas adquirieron la forma que conocemos hoy en día. Se les conocía como "sopa de partera" y se ofrecían a las mujeres que acababan de dar a luz, bajo la creencia de que la combinación de pan, leche y huevos ayudaba en su recuperación. Durante este periodo, el azúcar era un bien escaso, por lo que se utilizaba vino para endulzar este postre.
La asociación de las torrijas con la Semana Santa se debe, en parte, a las restricciones alimentarias impuestas durante la Cuaresma. Durante estos 40 días, la abstinencia de carne llevó a la búsqueda de alternativas culinarias que respetaran las normas religiosas. Las torrijas, al no contener carne y ser un plato sustancioso, se convirtieron en una opción popular en esta época del año. (Yo propongo que se disfruten en cualquier momento, por reivindicar que no quede).
El truco de mi abuela aragonesa para unas torrijas jugosas
Cada familia tiene su propia receta y sus propios trucos para lograr las torrijas perfectas. En el caso de mi abuela aragonesa, el secreto para obtener unas torrijas excepcionalmente jugosas radicaba en la elección del pan.
Ella siempre optaba por el pan de pueblo, conocido por su miga esponjosa y corteza firme. Este tipo de pan absorbe de manera óptima la mezcla de leche y otros ingredientes, garantizando una textura húmeda sin desmoronarse.
Además, el pan tiene que estar duro. Una barra del día anterior que por algo no terminó de consumirse. Actualmente hay un poco de 'pijerío' en el tema de las torrijas, y algunos compran pan brioche (de propio) para hacer torrijas. Si mi abuela los viera primero se echaría las manos a la cabeza, y luego se quitaría la zapatilla.
Las torrijas son una receta de aprovechamiento, de esas típicas en Aragón y en muchas otras regiones de España. Según la Rae una torrija es una rebanada de pan empapada en leche o vino y rebozada con huevo, frita y endulzada con azucar. No dice nada de aprovechamiento, pero en esto, mi abuela sabe más que la Rae.
Receta de mi abuela para una torrijas jugosas
Ingredientes
- 1 barra de pan de pueblo (preferiblemente del día anterior)
- 500 ml de leche entera
- 3 cucharadas de azúcar
- 1 rama de canela
- Piel de 1 limón (sin la parte blanca)
- 2 huevos
- Aceite de oliva suave (para freír)
- Azúcar y canela en polvo (para espolvorear)
Paso 1
Preparar la leche infusionada: primero hay que calentar la leche en un cazo junto con la rama de canela, la piel de limón y el azúcar. Cuando comience a hervir, se retira del fuego y se deja reposar unos 10 minutos para que se infusionen bien los aromas.
Paso 2
Cortar el pan y empaparlo: Mientras la leche reposa, se corta el pan en rebanadas de unos 2 centímetros de grosor. Se colocan en una fuente amplia y se vierte la leche colada sobre ellas, dejando que el pan la absorba bien durante unos 5 o 10 minutos para que queden bien jugosas sin deshacerse.
Paso 3
Rebozar y freír: A continuación, se baten los huevos en un plato hondo y se calienta una sartén con abundante aceite de oliva suave. Cada rebanada de pan se pasa por el huevo batido y se fríe en el aceite caliente hasta que estén doradas por ambos lados. Al sacarlas, se colocan sobre papel absorbente para eliminar el exceso de aceite.
Paso 4
Toque final: se mezcla azúcar con canela en polvo y se espolvorea sobre las torrijas aún calientes. Si se prefiere, también se pueden bañar con miel diluida en un poco de agua caliente. Para que queden aún más jugosas, se pueden dejar reposar en la nevera unas horas antes de servirlas. ¡Y listas para disfrutar!
Si quieres unas torrijas aún más jugosas, déjalas reposar en la nevera unas horas antes de servir. El pan absorberá mejor los sabores y estarán deliciosas. También puedes sustituir el azúcar final por miel diluida en un poco de agua caliente, como se hacía antiguamente. ¡Así estarán aún más auténticas!