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Hay quien piensa que para ser escritor se necesita un boli y una hoja en blanco. Y nada más lejos.

Para ser escritor no vale escribir cualquier cosa, ni de cualquier manera. Primero hay que leer mucho, estudiar mucho, documentarse, formarse. Para ser escritor "se necesita técnica".

Así de rotundo se muestra Santiago Posteguillo cuando le preguntamos cómo lo hace para publicar semejantes tomos: "formación, experiencia y metodología".

El escritor valenciano Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) ha presentado en Zaragoza Los tres mundos (Ediciones B), la tercera entrega de su monumental saga sobre Julio César.

Conversamos con él sobre su método de trabajo, el poder, las mujeres en Roma y una reflexión sobre la educación y la política actual.

Entrevista a Santiago Posteguillo

Tus novelas son enormes en extensión y en complejidad. ¿Cómo consigues no perderte entre tantos personajes y tramas?

Con formación, experiencia y metodología. La literatura, como todas las artes, requiere una técnica. Hay gente que piensa que puede escribir una novela solo porque tiene una idea, pero escribir bien es tan exigente como componer o pintar. Para ser escritor hay que leer muchísimo, formarse técnicamente y tener disciplina. Yo estudié filología, luego me doctoré, y después cursé literatura creativa en Estados Unidos, porque en los años 80 aquí no se podía. Esa formación fue clave.

Después viene la estructura: antes de ponerme a escribir, tengo clarísimo qué va en cada una de las seis novelas de la saga, la estructura de cada volumen y lo que pasa en cada capítulo. Solo cuando tengo toda la documentación y el esquema completo empiezo a escribir.

Háblanos de Los tres mundos. ¿Cuáles son esos escenarios?

Son tres espacios que se entrelazan: la Galia, Roma y Egipto. En la Galia, César libra la conquista que cambiará Europa; en Roma, tiene que lidiar con la política, los juicios y sus enemigos, Cicerón, Catón, Pompeyo; y Egipto aparece porque Craso y Pompeyo tienen intereses allí. Además, Egipto vive una crisis interna: el faraón Ptolomeo XII está exiliado en Roma, destronado por su hija Berenice, acompañado por otra hija adolescente, Cleopatra. Eso me permite narrar una parte poco contada de su vida: su adolescencia.

Portada de 'Los tres mundos', de Santiago Posteguillo (Ediciones B).

¿Qué importancia tiene la geografía en la novela?

Muchísima. En Los tres mundos y también en Maldita Roma he sido muy pormenorizado al describir las campañas militares. Quería que el lector entendiera la magnitud del territorio. La Galia no era solo Francia, sino un espacio enorme que incluía lo que hoy es Bélgica, Suiza, el sur de Alemania o incluso parte de la actual Holanda. Seguir los pasos de César es recorrer un mapa que está naciendo.

Julio César, ¿qué fue? ¿un genio, un tirano o las dos cosas?

Es un personaje extraordinario en el sentido etimológico: fuera de lo común. Tenía una capacidad de hacer posibles cosas que nadie consideraba posibles. En una escena, cuando ordena construir el puente sobre el Rin, un oficial dice: 'Eso es imposible', y otro le responde: 'Desde que estoy con César, ya no sé qué es posible o imposible'. Eso lo define.

En cuanto a si fue un tirano… en Roma, 'dictador' no significaba lo que hoy. Era un cargo técnico que se otorgaba temporalmente en momentos de crisis. César fue acusado de querer perpetuarse, pero eso lo dijeron sus enemigos políticos, los mismos que lo asesinaron. No sabemos qué habría hecho. Lo que sí sabemos es que, tras la guerra civil, perdonó a sus enemigos, les devolvió sus bienes, los reincorporó al Senado. No hubo purgas ni venganzas. Fue magnánimo, y por eso lo mataron.

Después de César el mundo nunca volvió a ser el mismo.

Has sacado ya tres novelas y publicarás otras tres ¿Por qué dedicarle tantos años a este personaje?

Porque después de César el mundo nunca volvió a ser el mismo. Antes de él, no existía Occidente; después, sí. Su conquista de la Galia, del 58 al 52 a. C., unificó un territorio que sería la base de Europa. Y además su vida tiene todos los ingredientes de una novela: juventud rebelde, persecución política, exilio, guerras, amor, traición y un final trágico. Es el personaje perfecto.

¿En qué momento descubres a Julio César?

Yo con este personaje me cruzo en la infancia cuando voy a Roma de niño y veo Roma con mis padres, pero no recuerdo ahí conjurare de ninguna forma. De adolescente leía Astérix y Obélix compulsivamente, que me encantaban, pero tampoco ahí digo 'voy a escribir sobre este hombre', pero sí que te va creando todas estas cosas, pues un interés por la época. Me interesa el latín, me interesa la historia, la historia de Roma...

Roma es nuestro origen, el origen de nuestras leyes, de nuestro idioma, etcétera, etcétera. Y llega un momento cuando me estoy transformando, intentando transformarte en escritor profesional, decido que voy a juntar la pasión de escribir con la pasión por la historia del mundo romano.

A menudo, la historia ha dejado a un lado a la mujer; sin embargo, en tus novelas aparecen muchas con papeles muy importantes. Vemos que son poderosas e influyentes.

Sí. Desde mi primera novela, Africanus, una compañera del departamento, una buena lectora en cuyo criterio confiaba, me dijo: 'Está muy bien escrita y es muy entretenida, pero tus personajes femeninos no están muy desarrollados'. Aquello me tocó la moral, porque tenía razón.

Reflexioné sobre por qué me había pasado eso, sobre todo cuando en mis estudios de literatura creativa, en Estados Unidos, siempre se hablaba del equilibrio entre personajes masculinos y femeninos, y de la capacidad de cualquier autor o autora para cruzar la frontera de género y crear personajes del otro sexo.

Me di cuenta de que, en mi afán por ser fiel a las fuentes históricas, me dejé llevar por textos escritos hace dos mil años por hombres que solo contaban la historia de los hombres: Suetonio, Tito Livio, Catulo, Cicerón, el propio César, Dion Casio... Podría seguir enumerando y todos serían nombres masculinos. No han contado una historia que no fuera, solo que han contado parte de la historia. La otra parte sí está, pero repartida. Las mujeres estaban, pero dispersas, mencionadas como “la hija de” o “la esposa de”. En el siglo XXI tenemos que reunir esas piezas y reconstruir su historia.

En el caso de César, ¿cómo influyen las mujeres en su vida?

César se cría entre mujeres: su madre, sus tías, sus hermanas. Luego tiene tres matrimonios y varias amantes, pero en todas hay algo común: la inteligencia. A César le atraía mucho la inteligencia femenina. Lo que más le fascinó de Cleopatra no fue su belleza, podía tener a cualquier mujer hermosa del mundo, entiéndeme, sino su brillantez.

Y además, en Roma había mujeres poderosísimas que no se entienden sin su entorno político. Fulvia, por ejemplo, abre Los tres mundos. Era una mujer arrolladora, vengativa, con una fuerza política inmensa. Acabará casándose con Marco Antonio antes de Cleopatra. Es un personaje que... Fulvia abrirá la cuarta novela.

Tus novelas nos sitúan a la perfección en la antigua Roma. La lucha por el poder, la conspiración, las intrigas... No hay nada inventado; ya en Roma estaba todo lo bueno y lo malo. ¿Cómo ve la sociedad? ¿Hemos mejorado?

Hemos avanzado tecnológicamente. Podemos grabar una entrevista, usar un ordenador, tener luz eléctrica… Pero, ¿tú crees que tenemos políticos honestos, honrados, buenos administradores, con visión de Estado? Como decía Churchill, el político piensa en las próximas elecciones y el estadista en la próxima generación. Yo no creo que hayamos avanzado en cuanto a la naturaleza humana. Ese es nuestro problema. No evolucionamos en eso, ¿y sabes por qué? Porque el científico, el ingeniero, construye sobre los hombros de los que han hecho sus ingenieros y científicos anteriores. Y sistemáticamente, ¿qué hace un médico? Leer la investigación anterior sobre el ámbito en el que él está trabajando o ella está trabajando y entonces va mejorando.

Pero, ¿cuánto leen los políticos que nos gobiernan hoy día? ¿Cuánto de historia o de historia política saben los políticos que nos gobiernan hoy día? Estoy convencido de que la mayoría de ellos, muy poco, con lo cual nos gobiernan ignorantes de la política. Eso es como si un médico que nunca hubiera estado estudiando la investigación médica precedente te fuera a abrir y operarte del corazón. Así es como vivimos. Es un absurdo total.

¿Esa ignorancia política tiene relación con la falta de cultura y educación?

Totalmente. Las humanidades están denostadas para idiotizar a la gente. Sin historia, sin filosofía, sin literatura, las personas no desarrollan pensamiento crítico. Y una sociedad sin pensamiento crítico es una sociedad dócil. Aunque hablen de 'educación' y 'cultura', en realidad muchos gobernantes no quieren ciudadanos cultos, sino manejables. Si pudieran, quemarían libros como los nazis. Pero eso queda mal, así que lo hacen de otra forma: regalando aprobados, quitando esfuerzo. Regalar el aprobado es como quemar libros, el resultado es el mismo.

Ha dado clase treinta años en la universidad. ¿Nota ese deterioro en las aulas?

El deterioro es evidente. He mantenido siempre el mismo nivel de exigencia y cada vez he tenido que suspender a más gente. Antes los trabajos de fin de grado eran de cien páginas; ahora, de diez. No tiene sentido dar los mismos créditos exigiendo diez veces menos. Si tenéis más tecnología, tenéis muchos más apoyos para poder estudiar, muchos más medios a vuestro alcance... ¿que tenéis más distracciones? Sí, pues sí, pero tenéis que luchar contra eso. Nada es fácil en la vida.

Catedráticos de universidad me han contado que les llama la atención que cada vez más van los padres a las revisiones...

Hoy los padres sobreprotegen de una forma absurda. He tenido que echar de mi despacho a padres que venían a discutir las notas de sus hijos universitarios. Les he tenido que decir: 'Yo solo puedo hablar con la persona mayor de edad que ha firmado el examen, que es un documento oficial'. Y algunos se niegan a irse. Es ridículo. Si educas así, esos jóvenes no sabrán enfrentarse a una entrevista de trabajo o a un conflicto profesional. Se les va la pinza a los padres con el tema de sobreproteger a los hijos. Mi pareja, que es profesora de instituto, ha visto a padres atar los cordones a chavales de 13 años. Es ridículo. Es todo tan absurdo, y eso es parte del proceso de idiotizar a la sociedad, y la universidad no debería permitirlo.

¿Y qué consecuencias tiene todo esto para el futuro del país?

Si no fomentamos la cultura del esfuerzo, ¿quién va a tirar del carro? ¿Quién nos va a gobernar? Una pandilla de niñatos que no saben hacer nada, ni siquiera atarse los zapatos. No tiene sentido. Pero también quiero decir algo positivo: hay jóvenes brillantes, que leen, que se esfuerzan y que estudian por vocación. Ellos son la esperanza. A esos hay que apoyarlos para que cada vez haya más, no menos.