Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) publica 'El viaje de mi padre' (Alfaguara, 2025), una novela que no es 'otra historia de la Guerra Civil'; sino más bien, un libro de viajes.
En ella, el escritor leonés recorre los mismos caminos que su padre hizo durante la Guerra Civil hace ya noventa años. El resultado es un relato íntimo y al mismo tiempo colectivo, donde la historia familiar se transforma en espejo de la memoria de todo un país.
A través del recuerdo de su padre, un joven soldado del ejército franquista que nunca se sintió vencedor, el autor se pregunta qué queda hoy de aquella contienda, cómo perviven sus heridas y qué papel juega el paisaje como depositario de la memoria.
El escritor, conocido por títulos como 'La lluvia amarilla' o 'Distintas formas de mirar el agua', advierte del peligro de la desmemoria y de la polarización actual. Con tono sereno pero contundente, afirma que "la guerra civil no está superada" y que España sigue sin cerrar sus heridas.
Su nuevo libro es, un homenaje "a los que perdieron la Guerra Civil española, a los de un bando y a los de otro; porque la guerra la pierden todos, menos los que la organizan y se benefician de ella".
Entrevista con Julio Llamazares
¿Cómo definiría El viaje de mi padre?
Es un libro de viajes en el que relato dos trayectos: el que hizo mi padre hace casi noventa años, cuando con 18 años tuvo que ir a la Guerra Civil, y el que hago yo por el mismo camino, buscando en los paisajes y en la gente que sigue en esos territorios las respuestas a las preguntas que no le hice cuando podía. Nos pasa a muchos: cuando podemos hablar con nuestros padres, no lo hacemos, y luego nos arrepentimos.
En la portada aparece un soldado que no es su padre, una foto en Teruel donde sí estuvo. ¿Quién es y por qué eligió esa imagen?
La foto no es de mi padre, sino de un soldado republicano. Es una imagen de Agustí Centelles, fotógrafo catalán que documentó la Batalla de Teruel. Para mí representa muy bien la tragedia de la Guerra Civil, y especialmente la de esa batalla: muchachos de 18 o 20 años enviados al matadero, la mayoría sin tener idea de política. Como dijo un piloto alemán: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen ni se odian se matan entre sí por culpa de viejos que se conocen y se odian”. Es un homenaje a mi padre y a todos los jóvenes que perdieron la vida o la juventud, y también un alegato contra la guerra, que no es más que el fracaso de la civilización.
¿Por qué dice que este libro tiene una especial vigencia hoy?
Porque vuelven a oírse discursos guerracivilistas y excluyentes, tanto en España como en Europa. Conviene recordar de dónde venimos para no repetir los mismos errores.
¿Cree que la Guerra Civil está superada por la sociedad española?
No, en absoluto. Basta ver un debate parlamentario o una tertulia para comprobar que las heridas morales y emocionales siguen abiertas. Aún hay más de 100.000 muertos fuera de los cementerios, y eso impide que muchas familias sientan que todo está superado. Hay quien quiere recuperar los restos de su padre o de su abuelo y se le acusa de revanchismo. Pero si el Evangelio dice que hay que enterrar dignamente a los muertos, ¿cómo no vamos a hacerlo?
¿Qué tendría que hacer España para superar definitivamente ese pasado?
Conocer su historia. Se ha intentado tapar las heridas en lugar de curarlas. Una herida no sana cubriéndola, sino limpiándola. En España se ha confundido el perdón con el olvido. Y así no se cicatriza. Somos el segundo país del mundo, después de Camboya, con más muertos fuera de los cementerios. No se puede ser un país normal así. Me da envidia ver a los escolares alemanes o polacos visitando campos de concentración para aprender su historia. Aquí, en cambio, se evita hablar de la nuestra. Por eso muchos jóvenes creen hoy que se vivía mejor durante el franquismo: porque no saben cómo era.
Defiende que una guerra civil necesita cien años para superarse. ¿Vamos camino de eso?
Vamos mal. Han pasado casi noventa años y las heridas siguen ahí. Ojalá a los cien lo consigamos, pero lo veo difícil con la deriva que llevamos. Hay una involución democrática: basta ver el Parlamento, donde ya nadie debate, solo se insulta y amenaza. Eso no es sano ni para la democracia ni para los ciudadanos.
Portada de 'El viaje de mi padre', de Julio Llamazares (Alfaguara, 2025).
¿Qué le parece que todavía no exista un Museo de la Batalla de Teruel?
Es increíble. La Batalla de Teruel fue el acontecimiento más importante de la historia de la ciudad, y sin embargo no hay un museo que lo recuerde. En Alemania, que fueron “los malos” de la historia, hay monumentos, pequeños museos y lugares de memoria en cada ciudad. En España seguimos sin convertir la Guerra Civil en historia. Mientras su conocimiento siga provocando enfrentamientos, no la habremos superado.
Ha comentado que le da pena no haber escuchado más las historias de su padre. ¿Nos falta esa escucha a nuestros mayores?
Cuando eres joven piensas que solo importa tu vida y la de tus amigos, y no escuchas a tus padres. Luego te das cuenta de que tu vida solo tiene sentido junto a las de quienes te precedieron y te acompañan. Hoy, además, vivimos en un autismo social provocado por los móviles: ya casi nadie escucha a nadie. Escuchar es fundamental. Yo tengo un lema que aprendí en los ferrocarriles portugueses, aquí en un paso de nivel suele poner: 'Cuidado, tren'; allí son más poéticos y se lee: 'Pare, escuche, mire'. Eso sirve para viajar, pero también para vivir.
En su obra, el paisaje tiene siempre un papel esencial. Aquí dice que el paisaje es memoria. ¿Qué significa para usted?
Que un paisaje no es un decorado, sino un espejo. Si sabes lo que ha ocurrido en un lugar, ese sitio cobra otra dimensión. Lo que sucede en los lugares se incorpora como una pátina a su memoria. Hay un geógrafo catalán, Joan Nogué, que lo explica muy bien: "Antes de la mirada, el paisaje solo era territorio". La mirada humana lo convierte en paisaje. Y según lo que sepas o sientas, lo verás distinto: como una canción que no cambia, pero tú sí, y depende de lo que hayas vivido con ella puede encantarte o entristecerte...
¿Cómo fue revivir el viaje que hizo su padre?
Hice dos recorridos: el de Teruel en invierno y el de Zaragoza a Castellón en primavera, igual que él. La batalla de Teruel fue terrible: llegaron a 22 grados bajo cero y moría más gente de frío que de balas. En cambio, cuando yo fui hacía 15 grados. Mi viaje fue un privilegio: iba en coche, nadie me disparaba, comía bien. Mi padre y miles de jóvenes fueron llevados a una matanza irracional. Cuanto más sabes sobre la Guerra Civil, más absurda te parece.
