Zaragoza
Publicada

Desde hace meses, alrededor de medio centenar de personas inmigrantes -cifra que va fluctuando- duermen a la intemperie en el parque Bruil de Zaragoza. Lo hacen expuestos a las temperaturas, que cada vez son más extremas, sin nada más que unas mantas, cartones y una decena de colchones.

También gracias a la voluntad de personas como Clara, vecina de la zona que ha preferido el anonimato. Todos los días intenta bajar al parque para ver cómo están, qué necesitan y cómo puede ayudarles. Lo hace con una libreta en la mano para apuntar el nombre y el número de aquellos que buscan un piso o, simplemente, trabajo.

Hay días en los que, si puede, baja también con una olla. Cuenta a este diario que, de manera ordenada y tranquila, se ponen todos en fila para comer y agradecerle a Clara el detalle. "El primer día no sabía cuántos estaban. No llegó para todos. Pero lejos de pelearse, los que se quedaron sin nada simplemente se resignaron y respetaron a sus compañeros. Todos tenían hambre", lamenta.

Desde verano

"Llevan aquí desde el verano", explica. "Les está costando acceder a algo que debería ser inmediato cuando una persona refugiada política llega a un país. En sus países está habiendo una represión brutal, hay gente que huye por persecución, por motivos políticos o personales. Y otros simplemente buscan trabajar", continúa.

Clara no pertenece a ninguna ONG. No es trabajadora social. Es, simplemente, una vecina que un día decidió parar y escuchar. "Volví de vacaciones y vi que el parque estaba lleno de africanos. Pregunté qué había pasado y supe que muchos venían de la zona donde antes dormían, debajo del puente del río Huerva, y que los echaron por unas obras. Así que se vinieron aquí", recuerda.

Desde entonces, se ha convertido en un apoyo constante para estas personas. No solo les lleva comida, también medicinas y, sobre todo, compañía.

"Uno de ellos se hizo daño jugando al fútbol el otro día. Lo acompañé a urgencias y le dieron ibuprofeno, pero la receta cuesta dinero. Así que entre mis padres y yo conseguimos la medicación. Tiene su receta, claro, todo legal, pero sin dinero no puede comprarla", explica.

La búsqueda de hogar

A diario, Clara recorre el parque, conversa con ellos para que "aprendan bien español" y trata de ayudar en lo que puede. También busca alojamiento para algunos. "Estoy ayudando a uno que trabaja en el campo. Se levanta a las cuatro y media de la mañana para coger el autobús, pero cuando vuelve no tiene dónde dormir. He dejado mensajes a gente que alquila habitaciones y no me contestan. Y no voy a decir por qué creo que no lo hacen…", expone.

Pese a las dificultades, la actitud de estos hombres la "emociona". "Me asombra su dignidad. Se levantan temprano, recogen los colchones, barren la zona, se lavan los dientes en la fuente. Intentan mantener la limpieza y el respeto. Si les llevas algo, se lo dan al que más lo necesita. Son generosos sin tener nada", asegura.

Sin embargo, lo que más la indigna no es la falta de recursos, sino la "indiferencia" institucional. “El Ayuntamiento está gastando dinero en poner verjas para que por la noche no puedan refugiarse bajo los porches del Centro de Historias. Ese dinero podría servir para arreglar algún edificio vacío y ofrecerles alojamiento temporal. Con un empadronamiento podrían trabajar y salir adelante. Están deseando hacerlo", critica.

Clara confiesa que a veces se desespera, pero su contacto con ellos le ha enseñado otra forma de mirar el mundo. "Yo me enfadaría si estuviera en su situación. Pero ellos no se quejan, no se enfadan. Esperan. Con una serenidad que a mí me desarma", asegura.