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El parque Bruil parece un espacio cualquiera: niños que van al colegio, personas mayores paseando al perro, el rumor de los coches de fondo. Pero basta cruzar el césped y acercarse a la zona más cercana al centro de historias para notar que algo no encaja. Entre los árboles, una fila ordenada de colchones, bolsas y mantas se apoya contra el cemento. Es la "habitación" de más de 30 personas que, cada noche, duermen aquí.

Entre ellos Tahman (23 años) y Abdullay (43) . Ellos son senegaleses, pero muchos de sus compañeros vienen de Mali, país en guerra desde 2012. El más mayor de ellos se sienta despacio en una silla -parte de las pocas pertenencias con las que cuentan- y cuenta su historia. "Aquí no queremos molestar- dice- Solo queremos trabajar".

El suyo no es un discurso aislado. Lo repiten una y otra vez los hombres que comparten con él las noches frías y los días de incertidumbre: quieren trabajar, conseguir papeles, pagar una habitación, "vivir como cualquier persona". Pero la burocracia y los prejuicios lo hacen casi imposible.

El día a día

Todos los días se despiertan, se lavan los dientes en la fuente del parque, se arreglan como pueden y despiden a los que tienen sí han encontrado un trabajo (todavía no un hogar, aunque pueden permitírselo). Los que no tienen nada aún, se quedan custodiando los colchones para que, cuando el resto vuelva, todos puedan tener -por lo menos- un sitio donde descansar "algo".

Aunque, según avanza el calendario, se vuelve casi una tarea "imposible". Ha tardado en llegar el frío a la capital de Aragón, con un mes de octubre más cálido y soleado de lo normal, pero ya está aquí el viento y las temperaturas algo más bajas. Todavía no demasiado, pero el clima ya resulta incómodo para dormir a la intemperie.

Tienen algo de abrigo, mantas y cartones que, por ahora, les ayuda "algo". Dentro de unos meses quizás ya no sea suficiente.

El albergue terminará su ampliación -previsiblemente- a finales de año. Mientras tanto, el Ayuntamiento prepara un dispositivo especial para la temporada de frío para dar respuesta a la emergencia migratoria con 40 plazas en pabellones de emergencia y la puesta a disposición de pisos para jóvenes sin hogar. En esto último todavía están trabajando desde el área de Políticas Sociales.

Una situación "complicada"

Abdullay, Tahman y el resto de compañeros esperan que toda esta ayuda sea "suficiente". Aunque la situación, admiten, es "complicada". "Algunos tienen dinero para pagar el alquiler de una pequeña habitación, el problema es encontrar un propietario que quiera", explica una vecina de la zona que, diariamente, se acerca a hablar con ellos "para que aprendan a hablar español" y a atenderles en "lo que necesiten".

Cada día que pasa el frío se intensifica, y los colchones se humedecen un poco más. "Cuando llueve todo está mojado, las mantas, la ropa. No dormimos bien. Muchos nos ponemos malos", señala Tahman, en una semana con un cielo teñido de nubes grises.

Aun así, en medio de esa precariedad, el grupo mantiene una sorprendente disciplina. Cada mañana recogen todo antes de las nueve, barren el suelo, se lavan en la fuente y se saludan con un "buenos días" aprendido a fuerza de insistencia. "Aquí tratamos de vivir como personas, no como basura", dice Tahman, con una serenidad que desarma.

Mientras tanto, la ciudad sigue girando a su alrededor, veloz e indiferente. En el parque Bruil, ellos esperan poder dejar de esperar.