En Aragón, un 20% de las personas mayores se enfrentan a la soledad no deseada. Un problema silencioso, pero cada vez más visible, que distintas iniciativas tratan de combatir mediante encuentros intergeneracionales entre jóvenes y mayores.
Este viernes, por ejemplo, el Hospital San Juan de Dios ha organizado por segundo año en la plaza de la Seo un café solidario contra la soledad no deseada, en colaboración con el Ayuntamiento de Zaragoza. Un encuentro en el que las voces se entrelazan entre risas, recuerdos y alguna emoción contenida. Josefa Taravilla, Ángela Salesa, Vicente Martínez y Lara Villarte comparten mesa y conversación.
Jóvenes y mayores, todos con algo que aportar. "Esto que hacen es ideal", comenta Josefa, "estar jóvenes con mayores es lo mejor del mundo, y si también hubiera niños sería aún más bonito". "Los mayores necesitamos a los jóvenes y a los niños", añade.
Cuando se les pregunta por qué, la respuesta es sencilla y honesta: "Porque las personas mayores pasamos mucho tiempo solos en casa y así nos obligan a salir". "Estar con gente joven es lo que queremos. Lo necesitamos", asegura la mujer.
A su lado, Salesa asiente mientras escucha. “Aprendemos mucho de ellos. No pensamos que eso (la soledad) nos pueda pasar, pero viendo estas cosas te conciencias. Yo, por ejemplo, llevo a mi abuela en el corazón y la amo. Al ver esto, más ganas me entran de estar con ella”.
Los trajes de baturra
Durante la charla, la conversación deriva hacia temas cotidianos: los trajes de baturra, la tradición, las costuras hechas con paciencia. "Empecé a hacer un vestido de gala con una profesora", cuenta Ángela. "Si te equivocas, lo deshaces y vuelves a empezar. Así se aprende", explica a los presentes. "A mí me encantan los trajes de baturra", dice su compañero Vicente, pese a que él "no se ha vestido nunca de baturra", señala entre risas.
“Me encanta estar con la juventud”, dice el hombre con ternura, aunque su voz se quiebra un poco. "La soledad es lo peor que nos puede pasar. Estar solo… eso duele", asegura Ángela, continuando por él.
El silencio que sigue es breve, pero profundo. Villarte lo rompe con sinceridad: "Me llena estar aquí. Me emociona, porque ya no puedo pasar tanto tiempo con mis abuelos como me gustaría. Solo me quedan unos, y son mi motivo. Por eso creo que actos así deberían hacerse más".
Tras un momento más sensible, la conversación vuelve a animarse y las diferencias de edad se desdibujan. Porque al final, todos comparten la misma certeza: "nadie debería sentirse solo".
