Entre los mil y un encantos que tiene la provincia de Alicante, el económico es uno de los mayores reclamos para los británicos que buscan cambiar de aires y disfrutar de una mayor calidad de vida sin descuidar el bolsillo.
El coste de vida es sensiblemente más asequible que en el Reino Unido y buena parte de Europa, lo que multiplica el poder adquisitivo de las pensiones o ingresos disponibles de quienes deciden instalarse en la Costa Blanca.
Esta diferencia de precios ha propiciado que en numerosos pueblos de la provincia los residentes extranjeros superen ya en número a los propios alicantinos.
Localidades como Rojales, L’Alfàs del Pi o San Fulgencio se han convertido en auténticos refugios para expatriados que buscan clima, tranquilidad y la posibilidad de estirar sus ahorros.
John, un consultor inglés que lleva siete años viviendo en Alicante, se dedica a guiar a otros compatriotas en este proceso de adaptación, desde los trámites administrativos hasta los aspectos prácticos del día a día.
Una de las comparaciones que más sorprende a los británicos recién llegados es precisamente la diferencia en el coste de la cesta de la compra.
Para ilustrarlo, John mostró recientemente en un vídeo el ticket de su compra semanal en un supermercado local.
"¿Cuánto me cuesta una compra semanal para una familia de cinco? Compré por 110 euros y nos durará cinco días con tres comidas al día. No hemos ido a lo barato: hay proteína, fruta, verduras y algunas bebidas, pero no hay tabaco ni alcohol", explicó.
"Si tengo que volver a por algo más, siendo realistas, en el peor escenario me gastaré 175 euros. Es muy barato en mi opinión", apuntó.
Según John, "en Reino Unido, por 100 libras llenas dos bolsas de la compra y tienes que ir al supermercado tres veces por semana".
Esta diferencia se amplifica al analizar los gastos en restauración y ocio, donde los precios en Alicante resultan más competitivos. Un menú de tres platos puede costar apenas 12 euros por persona, y desayunar en una cafetería ronda los 5 euros, algo impensable en muchas ciudades británicas.
La brecha se hace aún mayor en urbes como Londres o Edimburgo, donde los precios se han disparado hasta niveles prohibitivos para muchas familias.
