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No son números: son personas. Y cada vez más, las cifras hablan de vecinos y vecinas mayores que no logran cubrir sus necesidades básicas y viven con lo justo, o menos.

La pobreza se cronifica en muchos hogares donde ya no queda margen para recortar, y los perfiles más vulnerables, -como el de las personas mayores-, se ven obligados a pedir ayuda.

En este contexto, el papel de organizaciones como Cruz Roja es crucial. Solo en lo que llevamos de año, esta entidad ha atendido directamente a 46.611 personas, de las cuales 10.557 tienen entre 65 y 100 años.

La pobreza en ancianos

Es decir, casi una de cada cuatro. De ellas, más de dos mil, concretamente 2.032 personas mayores, han recibido entregas de bienes básicos y apoyo económico, un 4,3 % del total de personas atendidas.

Detrás de cada número hay una historia, como la de Fina en San Fulgencio, Alicante. El 64 % de estas personas mayores son mujeres, y la mayoría se concentra en la franja entre los 65 y 74 años, donde la vulnerabilidad es especialmente severa.

Las ayudas abarcan desde alimentación, higiene o productos de apoyo, hasta entregas económicas para afrontar el alquiler o cubrir productos de primera necesidad.

A partir de los 75 años, Cruz Roja continúa ofreciendo productos de apoyo e incluso tecnología para evitar el aislamiento.

Un dato que evidencia la importancia de sostener estas redes: en 2024, las cifras se han mantenido estables respecto al año anterior, sin apenas variación, lo que muestra que la necesidad sigue ahí.

El caso de Fina

Fina, vecina de San Fulgencio, es una de esas personas a las que Cruz Roja acompaña. A sus 69 años, vive sola en una modesta casa en la urbanización La Marina.

"Sobrevivo con 656 euros al mes", dice sin rodeos. La cifra se compone de una pensión no contributiva y una pequeña ayuda de la Generalitat, que hace poco fue recortada.

Su realidad está marcada por el esfuerzo constante para llegar a fin de mes: 350 euros van directamente al alquiler, y luego toca pagar luz, agua, basura y hasta el seguro de decesos. Esto último son cosas que "sí o sí hay que pagarlas", expresa.

A pesar de todo, Fina asegura que su economía no pasa por el peor momento. Hace apenas unas semanas consiguió saldar una deuda de 9.000 euros con la Seguridad Social, un lastre que llevaba arrastrando desde hace casi una década.

Las deudas comenzaron a acumularse cuando su expareja, con la que compartió más de veinte años, se marchó. Pero no se fue del todo: la dejó con múltiples préstamos a su nombre y una larga lista de problemas legales.

"Me engañó. En ese tiempo confiaba ciegamente en él y pequé de confianza. Hice cosas que no debí haber hecho y puse mi nombre donde no debía", relata con la voz entrecortada. La relación se terminó, pero el peso de las decisiones lo ha seguido pagando ella sola.

Fina no solo ha sido "mujer y madre", como resume con sencillez, sino también trabajadora incansable: cocinera, comercial, profesora de cursos en el Ayuntamiento.

Sin embargo, todo ese esfuerzo no ha sido suficiente para garantizarle una vejez tranquila. Perdió incluso la casa, un chalet con piscina que acabó en manos del banco.

Su expareja había puesto todo a su nombre y, cuando llegaron los impagos, fue ella quien tuvo que rendir cuentas.

Durante cinco años sufrió malos tratos psicológicos que afectaron gravemente a su salud. La tacharon de "loca", adelgazó más de 30 kilos, y durante años necesitó atención psiquiátrica.

Hoy, aunque convive con problemas de movilidad, y enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión, reconoce que ha logrado salir del pozo emocional en el que estuvo sumida.

"Estoy muy cansada, pero mis médicos me han enseñado a olvidarme un poco de todas estas cosas para no vivir tan triste", dice con una mezcla de resignación y orgullo.

La importancia del acompañamiento

Lo que más valora ahora es no sentirse completamente sola. Cruz Roja le ofrece algo más que visitas puntuales: le da compañía, escucha, un rostro amigo.

"Los chicos de Cruz Roja vienen a verme, y eso se agradece, porque paso muchas horas sola", comenta.

Aunque según ella, ya no recibe alimentos con frecuencia, -salvo en fechas señaladas como Navidad-, el apoyo emocional es un salvavidas.

También cuenta con la ayuda de una asistenta que acude a diario para apoyarla en la limpieza y la higiene personal. Y su hermana, a pesar de estar delicada de salud, sigue pendiente de ella y le acompaña a hacer la compra cuando puede.

Fina tiene cuatro hijos, pero solo mantiene relación con uno de ellos, que vive cerca y procura estar pendiente dentro de sus posibilidades porque también "tiene su vida".

De los otros tres hijos, prefiere no hablar. Dice simplemente que "por las circunstancias de la vida" no los ve, ni a ellos ni a sus nietos.

A pesar de la escasez de recursos y la necesidad constante de apoyos económicos, el desafío más profundo al que se enfrentan muchas personas mayores, como Fina, no es solo material, sino emocional: la soledad no deseada.

La falta de compañía, de conversación, de alguien que escuche o simplemente comparta el silencio, es lo que más pesa en el día a día de muchas personas mayores.