La incógnita sobre el paraíso alicantino de Pedro Piqueras (70 años), el reconocido periodista recientemente jubilado, tiene un nombre: Altea.
Es en esta pintoresca localidad donde Piqueras ha encontrado su remanso de paz durante los últimos 35 años, y en la que reside desde que dejó los informativos. Así lo describe en una entrevista para À Punt.
Para él, Altea es la "definición de la tranquilidad o disfrutar de la vida" y un "pueblo precioso", destacando una de sus mayores virtudes: "Las cosas siguen siendo como eran hace 35 y seguramente hace 60 y hace 80 años". Este idílico enclave es el escenario de su nueva etapa, aunque su pasión por la noticia sigue muy viva.
La Costa Blanca, con su excepcional clima y sus bellos paisajes, se ha consolidado desde hace años como el destino predilecto para el descanso y la residencia de numerosas personalidades públicas. Pedro Piqueras es un claro ejemplo de esta tendencia.
Su conexión con Altea, una relación que se extiende por más de tres décadas, subraya el atractivo de la región para quienes buscan un estilo de vida más pausado, sin renunciar a la belleza y el encanto del Mediterráneo.
A pesar de su jubilación, Piqueras confiesa que le resulta "muy difícil estar sin hacer nada". Si bien es en Altea donde más se permite la inactividad, aprovecha su tiempo para dar conferencias o presentar actos, manteniendo un perfil activo.
Nuevo libro
No obstante, el periodismo sigue siendo una parte intrínseca de su ser: "Echo de menos la tele", especialmente "cuando hay noticias importantes, decisivas".
Pedro Piqueras habla con À Punt para presentar su nuevo libro, Cuando ya nada es urgente. Al reflexionar sobre su reciente libro, Piqueras aclara que no se trata de una autobiografía, pues considera que su vida personal "no es nada interesante".
Su verdadero propósito es "utilizarme a mí mismo para hacer un recorrido por la historia", por lo que el texto contiene "pocas intimidades", sirviendo más bien como un homenaje a figuras clave del periodismo como Pilar Miró y Jesús Hermida.
Cuando se le atribuye el título de "gran periodista", Piqueras revela un sentimiento de "el complejo del síndrome del impostor".
Atribuye su exitosa carrera a la "mucha sencillez, con mucha tranquilidad", así como a la "suerte" de haber estado "en un sitio apropiado, en momento adecuado" y de "procurar no cometer muchos errores".
Su filosofía profesional se resume en "saber estar y saber irse", añadiendo la importancia de "saber llegar".
Pedro Piqueras cuenta que conoció la localidad hace 35 años, de la mano de unos amigos que tenían casa en Benissa, y con los que quedaba para practicar vela. Ese día se enamoró de la zona y desde entonces siempre ha vuelto. Ahora reside en una urbanización muy cerca del municipio.
El periodista también revela cuál es el primer restaurante de Altea al que fue, y que ahora se ha convertido en su favorito: L'Obrador, una mezcla de restaurante y pizzería en el que elaboran comida casera.
La cúpula del Mediterráneo
Pedro Piqueras no ha elegido Altea por azar. Lo ha hecho por lo mismo que muchos artistas, escritores y viajeros han caído rendidos ante ella: su luz, su calma y su belleza intacta.
Ubicada en el corazón de la Marina Baixa, Altea conserva el equilibrio perfecto entre el Mediterráneo más auténtico y la sofisticación tranquila de quienes buscan algo más que sol y playa.
El casco antiguo es su estampa más reconocible: casas encaladas, balcones con buganvillas, adoquines que crujen bajo los pies y un trazado urbano que asciende serpenteante hasta coronarse en la icónica cúpula azul y blanca de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo.
Casco urbano Altea
Desde los miradores del centro histórico, la mirada se pierde entre tejados, montañas y mar. "Cada rincón de Altea es una postal", resume Turismo Comunitat Valenciana, que la define como "la cúpula del Mediterráneo".
Caminar por Altea es sumergirse en siglos de historia. Sus antiguas murallas, los accesos como el Portal Vell o el Portal Nou, y calles como la de Salamanca, con casas señoriales del XVIII y XIX, mantienen viva la huella de la villa fortificada que fue.
Pero Altea también se abre al mar. Sus playas de grava y bolos, como la del Mascarat o la de Cap Negret, ofrecen un litoral menos masificado y más puro. En la playa de la Olla, un pequeño islote invita a aventurarse en kayak o practicar snorkel.
Y para los más activos, las sierras de Bernia y la Serra Gelada plantean rutas senderistas con vistas de infarto, como la del Forat de Bernia, que conecta montaña y mar en una panorámica inolvidable.