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Desconozco cuál será el futuro político de la Comunidad Valenciana. Supongo que no lo saben ni sus propios protagonistas, ni los líderes nacionales de los partidos que deben tomar una decisión u otra. Tras el funeral de Estado del pasado miércoles parece que todo se ha acelerado. Una sociedad afligida por la pérdida buscaba una cabeza de turco, un chivo expiatorio al que acusar de todos sus males, y las hábiles maniobras de un Gobierno central acosado por la corrupción en todos sus frentes han logrado que casi sea unánime la persona en la que concentrar todos los males.

Como he explicado en esta columna más de una vez el 29 de octubre de 2024 se cometieron muchos errores por parte de muchas personas. Hay quien lo ha asumido haciendo dimitir a dos conselleras y un secretario autonómico, quien no era miembro del Cecopi que debía enviar la alerta (está por comprobarse que esa alerta hubiese salvado a alguien).

Y hay quien, sin embargo, aprovechó la tragedia para hacerse con todo el poder en RTVE, para premiar a la ministra responsable del estado de los barrancos valencianos con un puestazo en Europa, para asfixiar económicamente a una comunidad autónoma en la peor de las situaciones, cuando a pulmón, ha tenido que financiar la reconstrucción.

Desconfíen de quienes saben qué va a pasar. Cuando la realidad es tan compleja y depende de tantos actores, las soluciones no son tan fáciles. Cuando se mezclan las responsabilidades políticas con posibles responsabilidades judiciales, cada paso que se tome ha de ser medido con cautela. Y precisamente eso mismo es lo que parece incapaz de hacer el principal partido de la oposición. Quizás por eso Vox cada día atrae a más votantes y simpatizantes. No baila a la yenka que le marca el sanchismo, va a la suya, por muy asombrosas que sean sus propuestas en pleno siglo XXI.

Pedro Sánchez maneja absolutamente la agenda. Marca en cada momento de lo que se tiene que hablar. Últimamente lo hemos visto con los incendios en Castilla y León, la cuestión palestina, el cribado del cáncer de mama en Andalucía o incluso con las listas de objetores de conciencia a la hora de realizar abortos.

Y el PP nacional sigue, como se dice vulgarmente, "a por uvas". Cuando cree que ya ha conseguido el golpe definitivo para deshacerse de Sánchez le estalla un escandalito por aquí o por allá que el absoluto control del Gobierno sobre los medios de izquierdas (y algunos de derechas) logra inocular en radios, televisiones y prensa.

Supongo que Feijóo pensará ya desde hace mucho tiempo que no tiene ninguna suerte. Habiendo ganado las elecciones de 2023 no logró formar gobierno. Y luego, cada dos por tres, cuando no es Mañueco, es Mazón, o Juanma Moreno o Ayuso, los suyos siempre le rompen la estrategia. Claro que también debería hacer algo de autocrítica sobre cómo trata a sus compañeros (puede aprender de Sánchez), y sobre cómo se pone de perfil (ya lo hacía su antecesor, Mariano Rajoy) cuando vienen mal dadas.

A lo mejor por eso mismo debería recordar la historia de Rajoy y los ocho años que le costó llegar al poder y que cuando lo hizo fue porque se encontró una sociedad y un país absolutamente roto por una crudísima crisis económica. Feijóo solo se ha presentado una vez frente a Sánchez. Le queda otra.