Pocos recordarán que el 7 de junio de 1964 se celebró en Alicante, dentro del denominado IV Congreso Fallero-Fogueril (sic), una sesión a la que asistieron las máximas autoridades alicantinas de aquellos inefables ‘XXV Años de Paz’ junto a los dirigentes de las Fallas de Valencia -Juan Bautista Martí Belda- y las Hogueras de Alicante -Tomás Valcárcel Deza-.



Fue la primera -y edulcorada- ocasión en la que se celebró una cita de estas características en el ámbito de nuestra Fiesta. Por supuesto, nada se acordó en la misma, en un ámbito pequeño -unas 27 comisiones- dominado además por los primeros años de la extensa y férreamente controlada égida de Valcárcel.



Desde entonces, tres han sido las ocasiones en las que les Fogueres han celebrado, a nivel institucional, citas para debatir cuestiones o elementos en crisis en su seno. La primera de ellas tuvo lugar entre el 1 y el 3 de febrero de 1991 con las I Jornadas de Hogueras, convocadas tras la crisis festiva y, sobre todo, artística, registrada en junio de 1990, bajo la Presidencia de Conrado Albaladejo Tello al frente de la Comissió Gestora.



Años después, entre el 28 y el 30 de noviembre de 1997, la Comissió Gestora -algo que corrió a mi cargo- asumimos el II Congreso de Fiestas de la Comunidad Valenciana, en la que como detalle curioso contamos como ponente con el actual president de la Generalitat, Ximo Puig, entonces en calidad de alcalde de Morella, y versando sobre el reconocido Sexenni de dicha localidad castellonense. En aquella ocasión, presidía las riendas de nuestras fiestas Andrés Llorens Fuster.



Finalmente, siendo presidente de la ya denominada Federació de les Fogueres Pedro Valera Bocero, el 24 de noviembre de 2007 se desarrollaría el I Congreso Provincial de Fiestas del Fuego, en el que se contó con la presencia de seis localidades que en nuestro entorno celebran este tipo de celebraciones. En ambos casos, el marzo elegido fue de manera invariable los salones del Hotel Meliá.



Pues bien, en esta ocasión, en un periodo de crisis e incertidumbre, que hay que reconocer buena parte de las comisiones están sobrellevando de manera más segura de lo previsible, pero en el que no se divisa claridad de horizontes, sobre todo ante las severas amenazas de crisis que se avecina en los próximos meses, lo cierto es que nos encontramos con un congreso de apenas tres horas y medias de duración.



Es decir, que si usted lee esta columna por la tarde, este ya se habrá celebrado. Y, es más, no tendrá ocasión de seguirlo y recuperarlo dada la incomprensible prohibición a que sea emitido por cámara, bajo la paupérrima excusa de que se trata de una “reunión de trabajo” -¿En ese caso, por qué llamarlo congreso?- Al final, de lo que se tratará es de cubrir el expediente, generar titulares y noticias un par de días, y la semana que viene caer en el olvido.



De entrada, confieso que entre sus ponentes se encuentran verdaderos amigos personales. Pero, yendo al fondo de la cuestión, ¿es razonable denominar congreso a una reunión de tan exiguo margen temporal? ¿De dónde viene ese oscurantismo al impedir la emisión de unas ponencias y debates que deberían ser de libre escucha? ¿Es bueno mantener es imagen de fiesta cerrada, cuando hasta una asamblea se puede emitir libremente?



En pocas palabras. Un efímero congreso que podría ingresar en el libro Guinness como el más corto del mundo. Una oportunidad perdida. Un trámite sin convicción.