La coincidencia de la participación de Pep Guardiola en un acto independentista en Barcelona con la décima victoria de Rafa Nadal en la final de Roland Garros en París permite extraer algunas conclusiones sobre la actitud de dos personas que son referencia en el deporte e iconos para multitud de ciudadanos

Llama la atención que Guardiola se destapara como un recalcitrante antiespañol después de colgar las botas. Mientras fue convocado con la Selección nacional no sólo no comunicó formalmente su deseo de no representar a España, sino que tampoco deslizó comentario alguno que permitiese conocer su disgusto. Podría haberlo hecho, y ahí tiene muy próximo el ejemplo del también catalán Oleguer Presas.

Estridente proclama independentista

Guardiola vistió la camiseta de España en 47 ocasiones pero, según manifestó tiempo después, no lo hizo por amor a los colores sino por "defender lo mejor posible mi juego". Caben dos posibilidades: o que fuera un mercenario y se comportó como un farsante, o que su antiespañolismo fue sobrevenido, producto de percatarse de por dónde soplaban los nuevos vientos de la sociedad catalana. Conocido su propósito de ser algún día presidente del Barcelona, ese perfil le allanaría el camino.

Es lógico que muchos españoles se sintieran legítimamente estafados al conocer aquellas palabras sobre su presencia en la Selección, pero mucho más lo estarán después de escuchar este domingo su estridente y disparatada proclama independentista. Guardiola dijo que España somete a los catalanes a "una persecución impropia del siglo XXI", y suplicó ayuda al mundo contra "los abusos de un Estado autoritario" y en defensa de "los derechos amenazados en Cataluña".

El ejemplo de Nadal en París

En las antípodas del comportamiento de Guardiola está el de Rafa Nadal. El tenista balear tuvo en París una actitud coherente con lo que ha sido toda su trayectoria. Lució con orgullo los colores de la bandera nacional, se emocionó con el himno de España, se acercó a la grada para saludar cortésmente al rey Juan Carlos y transmitió autenticidad en cada gesto.

Resulta reconfortante que sólo unas horas después de que Guardiola reclamase ayuda a la comunidad internacional para que España no pisotee los derechos de Cataluña, Nadal hiciera de embajador de España ante el mundo entero en un escenario como Roland Garros. Nadie como él encarna los valores de la España real, una sociedad moderna y abierta, una democracia homologable a las de nuestro entorno, y no la patraña de Estado opresor que algunos inventan para justificar sus posiciones separatistas.