Casi 70 años después de que los Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y los demás líderes barbudos dinamitaran el Gobierno de Batista, cientos de ciudadanos han salido a la calle para reclamar, de nuevo, algo tan imprescindible, tan básico y tan elemental como comida y electricidad.

Los cubanos no disponen de ninguna de las dos cosas y, como pasó en 2021, cuando se produjo la mayor protesta contra el régimen desde que alcanzó el poder, han vuelto a protestar donde verdaderamente pueden mostrar su descontento y convertirse en una amenaza para el régimen: en plena calle.

Una mujer compra fruta en La Habana mientras los cubanos esperan la prometida intervención del Gobierno.

Una mujer compra fruta en La Habana mientras los cubanos esperan la prometida intervención del Gobierno. Alexandre Meneghini Reuters

En un país que presume oficialmente de libertad y que, precisamente, no tiene ninguna, que los cubanos salgan a las plazas y a los bulevares desafiando los castigos de las autoridades, que en muchos casos suponen o bien multas elevadísimas a ciudadanos humildes, o bien penas de cárcel, no resulta un asunto menor.

José Daniel Ferrer, líder del grupo opositor conocido como la Unión Patriótica de Cuba, continúa en prisión (como muchos otros) desde hace tres años. Pero su lucha por la libertad, la que han robado los revolucionarios a toda la población, permanece vigente. De hecho, su vivienda familiar fue uno de los lugares más custodiados por las fuerzas del régimen durante las protestas de estos días en Santiago de Cuba, Holguín y otras provincias.

Resulta del todo asombroso que, poco menos que siete décadas después de que los revolucionarios pasearan sus dulces sueños por La Habana, esos que luego se tornaron en cruentas e interminables pesadillas, las ciudades cubanas sufran más apagones que nunca, ahora constantes durante la madrugada, y el hambre aparezca de forma cada vez más presente y habitual entre las familias.

El Gobierno, para aplacar las protestas, asegura que entregará arroz y azúcar a la población. Pero buena parte está harta de una situación de escasez y precariedad crónicas a la que no se le ve el final, y que tiene un pasado demasiado largo.

Que el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, haya tenido que admitir las protestas, como hizo en X (antes Twitter), refleja lo significativas que han sido, a pesar de las dificultades para seguirlas, dada la represión policial del régimen, por un lado, y los continuos cortes del suministro de conexión a Internet, por otro.

Por supuesto, Díaz-Canel, tras asegurar que las autoridades quieren "atender los reclamos" de la población, ha acusado a los políticos cubanos de Miami de estar detrás de las protestas. Ese es el cuento de siempre, el que llevan 67 años contando los líderes del Partido Comunista Cubano a todo aquel que quiera escucharlos y, de forma obligatoria, a quienes habitan la isla.

La realidad refleja una revolución fallida, a pesar de su persistente idealización en tantos escenarios a lo largo de las últimas décadas. Los barbudos lo prometieron todo en aquellos sueños, pero sólo han traído, en 70 años, pobreza extrema a unos ciudadanos que merecen un gobierno mejor. Uno que les facilite, al menos, corriente y comida.