EEUU y el Reino Unido no están tratando de escalar regionalmente el conflicto de Gaza para apoyar a Israel. El objetivo explícito (y evidente) de la intervención angloestadounidense es neutralizar la amenaza de los hutíes de Yemen sobre el tráfico comercial a través del mar Rojo y el golfo de Adén. Ni más ni menos.

Para ello se han bombardeado instalaciones de radares, sensores y plataformas de lanzamiento de misiles y drones. Esta intervención busca provocar el menor número de bajas posibles entre las fuerzas hutíes (cinco muertos y seis heridos, pese a los entre 100 y 150 misiles empleados en los primeros ataques). Y aunque todo es susceptible de evolucionar rápidamente, claramente no está en la agenda un despliegue terrestre con vistas a derrotar y reemplazar a este movimiento insurgente al frente del gobierno yemení.

Es decir, la intervención en Yemen busca exclusivamente neutralizar de forma contundente, pero quirúrgica la palanca de presión asimétrica de la que se ha dotado un movimiento un tanto impredecible como el hutí. Y, sobre todo, sus patrocinadores en Teherán.

Partidarios de los hutíes de Yemen ondean una bandera palestina y sostienen sus armas de fuego.

Partidarios de los hutíes de Yemen ondean una bandera palestina y sostienen sus armas de fuego. Reuters

Así, no se trata (como hemos podido escuchar estos últimos días en los informativos de RTVE) ni de aliviar la presión mediática sobre Israel, creando un nuevo foco de tensión, ni de iniciar una escalada regional que arrastre a más países.

Al contrario, es notorio y, cada vez más público, que EEUU está presionando a Tel Aviv para que reduzca la intensidad de su campaña sobre Gaza y, sobre todo, elabore un plan convincente para el día siguiente en la Franja.

Lo cierto es que las agendas de la administración Biden y del gobierno de Netanyahu están cada vez más desalineadas por razones estratégicas y político-electorales. Biden quiere que la guerra acabe cuanto antes, evitar a toda costa su extensión regional y no tiene ningún apetito para involucrarse directamente.

A Biden, la crisis de Gaza y, no digamos si se extiende regionalmente y EEUU se ve involucrado, le puede costar las elecciones en noviembre. A diferencia de lo que sucede con los republicanos, los dirigentes y votantes demócratas están muy divididos en este tema.

A Netanyahu, por el contrario, un alargamiento de la guerra puede ayudarle a evitar su anunciado fin político como consecuencia de los errores que facilitaron el brutal ataque del 7 de octubre. Pero, mucho más importante, Israel necesita neutralizar la amenaza que representa Hamas y restaurar su capacidad de disuasión -y percepción de seguridad- frente a Hezbolá y el propio Irán.

La intervención en Yemen, al igual que el inicial despliegue en octubre de dos grupos de combate naval en el Mediterráneo oriental, es un intento de EEUU de conjugar ambas agendas.

Es decir, de disuadir a Hezbolá y otros proxies iraníes de lanzar un ataque contra Israel aprovechando el impacto del 7 de octubre y el foco de las Fuerzas de Defensa israelí en Gaza. Y, al mismo tiempo, de ofrecer el reaseguro suficiente a Israel que le disuada de la necesidad de ir más allá de una acción de castigo contra Hamás.

Si será suficiente o no, está por ver. Hay indicios significativos que apuntan a que en estos últimos días, Israel ha considerado muy seriamente la posibilidad de lanzar un ataque sobre Hezbolá con vistas a empujarlo lejos de la frontera sur del Líbano. Ese riesgo sigue sobre la mesa.

Otra derivada (ajena eso sí a EEUU o Israel por mucho que puedan insistir en lo contrario en Canal Red, Negocios TV o cualquier otro altavoz ruso o iraní en español) es la de la escalada entre Irán y Pakistán.

Las relaciones entre Teherán e Islamabad son tensas y conflictivas desde hace décadas. En el momento actual, y como resultado del atentado en Kermán en el sudeste de Irán el pasado 4 de enero, el foco se dirige hacia el ISDK (la rama del Estado Islámico en el Jorasán iraní, afgano y pakistaní) y algunos grupos armados baluchis (minoría étnica sometida a violaciones masivas de derechos humanos en la región de Baluchistán, en el actual Pakistán).

La situación de los baluchis, por cierto, como la de los uigures y otros grupos étnicos de adscripción musulmana de la gran Asia Central, es de esas crisis humanitarias invisibles a ojos de la opinión pública arabo-musulmana y de sus simpatizantes woke en Europa y EEUU. Pero eso queda para otro día.

Volviendo al mar Rojo, conviene no perder de vista que, más allá de los hutíes de Yemen, es un entorno de creciente rivalidad y competición geopolítica entre numerosos actores.

Sin ánimo de exhaustividad, además de los países ribereños (Arabia Saudí, Egipto, Eritrea, Israel, Jordania, Somalia, Sudán, Yemen y Yibuti) hay que contar con EEUU, China, Francia, Japón, Turquía, Rusia y Emiratos Árabes Unidos. Todos ellos con bases militares propias o acuerdos de uso de diversos puertos.

Ráfaga de disparos en el mar Rojo frente a un buque de la Armada británica.

Ráfaga de disparos en el mar Rojo frente a un buque de la Armada británica. Royal Navy

También hay que contar con el Reino Unido, posicionado en Chipre y Omán. Es decir, los dos accesos a Suez y Bab el-Mandeb, además de su presencia en Qatar y Baréin. Y con el autoproclamado Estado de Somalilandia, no reconocido por nadie, pero con una intensa rivalidad diplomática desplegándose alrededor del acceso al estratégico puerto de Berbera. Y que, además de todos los países citados, obliga en consecuencia a incluir a Etiopía o Taiwán en la ecuación del mar Rojo.

Como seguramente ya habrá escuchado varias veces estos últimos días, un 30% del tráfico mundial de contenedores, un 12% del petróleo y un 8% del gas circula por el mar Rojo. Así que la dependencia de Europa de la libertad de navegación de esta vía marítima parece difícilmente cuestionable.

Como en tantas otras crisis recientes, la incapacidad europea para dar una respuesta efectiva es otro motivo más para la preocupación. Entre las varias dificultades para la UE, cabe destacar lo relativo a la naturaleza de la misión (puramente de combate y no de patrullaje "policial" frente a las costas somalíes). Y el hecho de que, es probable, que haya que sostenerla en el tiempo (dado el carácter asimétrico de los medios empleados por los hutíes).

Ahí radican las dudas razonables y confesables de Francia, Italia o España con respecto a la misión Guardián de la Prosperidad liderada por EEUU. Las razones más inconfesables o difícilmente conciliables con el interés nacional de la actual posición española las dejo para otros colegas de esta misma sección de Opinión.

[Hezbolá trata de arrastrar al Líbano a la guerra con Israel: EEUU y UE redoblan sus esfuerzos para la paz]

Pero, para los del coro a derecha e izquierda del "tenemos que centrarnos en lo nuestro", o "no nos dejemos arrastrar por los intereses de los anglos", conviene insistir en que España es un país muy dependiente de los flujos comerciales internacionales, incluyendo una fuerte dependencia de la importación de energía primaria.

Así que todas las crisis impulsadas por Irán, Rusia y sus proxies estos últimos años en la periferia amplia de Europa, de Ucrania al Sahel pasando por el mar Rojo, nos resultan particularmente lesivas.

La erosión del denominado"orden basado en reglas" no es un riesgo abstracto ni ideológico, sino que tiene un impacto directo y muy tangible en la vida y prosperidad de la sociedad española.

El hecho de que ni la Unión Europea ni España en solitario tengan una respuesta solvente frente a la crisis provocada por la milicia hutí y otras debe preocuparnos y ocuparnos. Nos va el futuro en ello.