"En cada cosa que te sobrevenga, vuélvete a ti mismo y acuérdate de mirar con qué capacidad cuentas para el uso de ella". El consejo lo firma el estoico Epicteto, y lleva escrito ya unos cuantos siglos, lo que no garantiza que llegue siempre a quienes más lo necesitan.

En este momento, y entre nosotros, las maltrechas huestes de esa izquierda derrotada y dividida tras la debacle del 28 de mayo, donde se dejaron más plumas —y más nóminas— de las que creían que les costaría el envite.

Pablo Iglesias e irene Montero, el pasado 28 de mayo en su colegio electoral de Galapagar (Madrid).

Pablo Iglesias e irene Montero, el pasado 28 de mayo en su colegio electoral de Galapagar (Madrid). Europa Press

Gracias a la proverbial audacia de Pedro Sánchez, en menos de dos meses pueden verse en el trance de perder más plumas —y más nóminas— y la perspectiva, en absoluto improbable, ya parece haber desatado el pánico entre los afectados.

Se advierte, sobre todo, en la perentoriedad con que se asignan o se exigen esos puestos de las listas que en el peor de los escenarios vienen a garantizar el escaño y el sueldo. Pocas son las batallas que se ganan pensando, antes que nada, en un lugar a donde huir.

Hay otros síntomas, que no son menos significativos que el anterior. El más alarmante quizá sea el empeño en transferir las responsabilidades sobre el fracaso a agentes externos varios, a los que de este modo se les reconoce la facultad de inutilizar las capacidades que las izquierdas pudieran tener para transformar con éxito el país y trasladar a la ciudadanía la convicción de que con ellas los asuntos públicos están en las mejores manos.

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La lista empieza ser ya demasiado larga. A los sospechosos habituales, esa oscura caverna mediática que parece tener un poder poco menos que ilimitado para forzar al personal a ver lo blanco negro, se suma ahora la caverna judicial, a la que se le atribuye también una pasmosa omnipotencia para desfigurar las proezas de la coalición y convertirlas en fiascos, mediante el oportuno retorcimiento de las leyes vigentes, que tiene recursos para volver del revés con tal de favorecer a la torva derecha.

Tal vez la cosa sea un poco más complicada. Los medios conservadores, más o menos beligerantes, influyen sobre todo en los votantes conservadores, que difícilmente lo iban a ser de la izquierda. Si fuera de ahí hay ciudadanos que pierden la ilusión, hasta el punto de la desmovilización electoral, tal vez sea porque existen argumentos para su desafecto, por más logros que el Gobierno pueda anotarse, ya sea en el terreno del empleo, el PIB o los derechos sociales.

También el PP se empeñó hace años en culpar a determinados medios de darle demasiada visibilidad a Pablo Iglesias. De bien poco le sirvió. El problema era otro.

Otrosí puede decirse de los jueces. Tal vez el motivo que ha tenido el Tribunal Supremo para terminar de desautorizar la ley del sólo sí es sí no sea dejar a los pies de los caballos a Irene Montero —como si por otra parte fuera el Supremo su problema principal a día de hoy, y no lo poco que le apetece a Yolanda Díaz fotografiarse con ella en ningún mitin—.

Quizá pese algo en el sentido de sus sentencias el hecho de que sean impugnables ante el que quizá sea el tribunal más escrupuloso del mundo en materia de derechos humanos, el de Estrasburgo, que no es muy probable que valide que se pase por alto el in dubio pro reo.

En definitiva, y volviendo a Epicteto: si la respuesta que los restos hoy desbaratados de la coalición gubernamental van a dar al desafío que afrontan el 23-J es culpar de todo a otros, y con ellos a la ciudadanía que se deja manipular y ha votado mal en las municipales y autonómicas, amén de agitar el espantajo de la alerta antifascista, hacen bien los que puedan en asegurarse de ir en las listas en los puestos más altos que quepa agarrar.

Si por el contrario quieren dar la batalla, vuélvanse a sí mismos, levanten acta de sus aciertos y de sus errores y traten de ofrecer al votante algo que ilusione. Que el tiempo vuela.