“La destrucción es el resultado del amor”, sostiene el músico y compositor norteamericano Ryan Adams. Y él de eso -de cataclismos, de pasión-, sabe mucho. Ha sentido el ardor, la ternura, la devoción, y las ha plasmado en sus canciones. ¿Cómo, si no, entender la extraordinaria Desire? Ha vivido la ruina, la catástrofe, el desamparo, y también les ha concedido musicalidad. ¿De qué modo, si no, interpretar su Come pick me up?

Tal vez por eso, por sus viajes a los mundos elevados, por su regreso a los subterráneos, por su continua exploración de las sacudidas, ésas que te exaltan o te sumergen, ésas que te subliman o te derriban, su prolífica obra constituye una de las entregas artísticas más interesantes de los últimos años en la periferia de la música contemporánea.

El precio, claro, es alto. Al final es como si te atacaras a ti mismo con toda la vehemencia para, precisamente, resurgir a partir de la embestida; ni siquiera a partir, sino gracias a ella, de hecho. Como si necesitaras agredirte muy por encima de los límites de lo sensato para conquistar lo mejor de ti, sin saber nunca si esa mejor versión, o la enseñanza que de ella se derive, supera el coste.

Adams es todo un inadaptado. Así lo describe Pablo Guimón para El País en el encuentro que ha tenido con él en Londres, en promoción de su Prisoner. Un niño inadaptado que ha llegado a los 42 años, concreta.

Si es mejor acomodarse y vivir una vida plana o discutirle al destino sus desquiciadas ideas mientras intentas sobrevivir al oleaje, eso está por ver. Lo que parece claro es que una u otra cosa, uno u otro camino, a menudo, resultan inevitables. Adams hace tiempo que ha hecho su apuesta.

La literatura no tiene nada que ver con las ventas, afirma Juan Marsé. Por supuesto que no. La literatura solo tiene que ver con la literatura y, a veces, las más afortunadas, con la vida. Y eso es más que suficiente.

Pero hay veces que la mejor literatura -y las canciones y sus letras lo son, aseguran en Estocolmo-, también vende. Ryan Adams, como Dylan y su Nobel, constituye una irrebatible prueba de ello.

En ocasiones, estos prodigios de excelencia y ventas se sostienen en el tiempo, como le acaba de ocurrir a Javier Marías, que ha celebrado felizmente el 25 aniversario de Corazón tan blanco con una reedición, y lo considera, todo ello, “un milagro”.

Una canción es, a veces, precisamente eso: todo un milagro. La Cienega just smiled es uno. Adams, que hace muchos, asegura que escribir canciones es tan íntimo como hacer el amor. En realidad, seguramente lo es mucho más en ocasiones. Sobre todo para un inadaptado, como él, que pretende seguir siéndolo esencialmente para no abandonar y olvidarse de quién es: un hombre con un talento descomunal que, escondido detrás de su larguísimo flequillo, intenta cada día huir de la destrucción del amor. Alguien que hace milagros.