Este último fin de semana, como por desgracia ocurre tan frecuentemente desde hace algún tiempo, un vehículo ha arrollado a varios ciclistas. El pelotón, formado por una veintena de aficionados a la bicicleta de carretera, circulaba por la localidad pontevedresa de A Guarda. Eran las 11 de la mañana del sábado y allí, en una recta luminosa y de aspecto pacífico, un conductor octogenario, en un instante fatal, golpeó a los ciclistas al pretender adelantarlos. Como consecuencia, un hombre de 52 años murió, y otros siete continúan hospitalizados, tres de ellos en estado grave.

Con qué extraordinaria facilidad, y con qué urgencia, puede sobrevenir la peor de las calamidades. Te arrolla un coche una clara mañana; arrollas, ajeno hasta entonces a un destino ya unido para siempre, a un grupo de ciclistas esa misma mañana de marzo. Shit happens, dicen los americanos; sí, desde luego, y demasiado a menudo.

Además de los infaustos efectos de un destino atroz, resulta cada vez más evidente la imposibilidad de conciliar un único asfalto entre vehículos todo-terreno como el que provocó esta formidable tragedia –y otros- y los intereses de los cada vez más entusiastas y numerosos ciclistas. Aún así, a pesar de esa dificultad para compatibilizar con seguridad las rutas de unos y otros, las carreteras secundarias se siguen llenando, en especial los fines de semana, con deportistas que practican este fabuloso ejercicio, tan sano; esta cada vez más peligrosa actividad, tan vulnerable.

Todos los que tenemos una bicicleta de carretera sabemos hasta qué punto podemos sentirnos frágiles cuando compartimos espacios con toda clase de vehículos de motor, conducidos por los diversos tipos de conductores: buenos, diabólicos; felices, deprimidos; pacientes, exaltados; de esos que tienen demasiada prisa por llegar a ningún lado, de esos que respetan a los demás, invariablemente, se trasladen como lo hagan.

Todos los que tenemos un coche sabemos hasta qué punto puede llegar a sorprendernos un ciclista vestido de negro sobre una bici negra. De repente no estaba ahí delante, ni en ningún lugar a la vista, de repente ocupa la mitad del carril. Debería ser obligatorio para los ciclistas llevar prendas amarillas, naranjas o rosas: ropa que destaque desde muy lejos. Debería estar prohibido ir del color del asfalto; a veces, parecen ganas de camuflarse con toda la intención. Debería, por supuesto, estar prohibido adelantar a los ciclistas sin tomar todas y cada una de las precauciones pertinentes, y algunas más.

En la vida, puedes tener hasta siete accidentes y sobrevivir a todos, como le ocurrió a Frane Selak, considerado el hombre más afortunado del mundo; o te puede arrasar el infortunio más inesperado, una mañana soleada en Galicia.

El elevado número de accidentes que afectan a ciclistas debería provocar la reflexión de esta España en funciones: es preciso tomar medidas para reducir la creciente siniestralidad que sufren los ciclistas en nuestras vías.