La agresión sufrida ayer por Mariano Rajoy en Pontevedra, cuando un menor de 17 años aprovechó un paseo electoral para propinarle un brutal puñetazo, ha merecido lógicamente la reprobación de los dirigentes de todos los partidos. 

Con sus inmediatas muestras de solidaridad y condena, el resto de candidatos han situado el ataque en el ámbito de execrable excepcionalidad que merece cualquier acto violento. Y más aún si se produce el transcurso de una de las manifestaciones democráticas más genuinas, como es una campaña electoral, cuando son mucho más frecuentes los momentos de proximidad entre políticos y ciudadanos. Por eso esta agresión nos debe doler a todos.

No hay crítica política ni reproche posibles, ni a Rajoy ni a nadie, por muy fundados que éstos sean, que justifiquen un ataque semejante, que debe valorarse y juzgarse estrictamente como lo que es sin dar margen a interpretaciones políticas interesadas.

El debate no tiene nada que ver

Nadie debe caer en la tentación de intentar relacionar esta salvajada con el clima de crispación creciente en la campaña desde el duro intercambio de invectivas en el que se enzarzaron Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en su debate televisado del lunes. Ni Rajoy ha sido golpeado en plena calle porque Pedro Sánchez le llamara "indecente" ni si el líder socialista resultase agredido se podría culpar al presidente por haberle llamado "ruin, mezquino y miserable".

Aunque los escraches elevaron, y mucho, el ámbito de lo sensatamente admisible como protesta política, el puñetazo a Rajoy ha supuesto un salto cualitativo que debe imnterpretarse como lo que es: un taque salvaje perpetrado por un menor sobre el que tiene que caer todo el peso de la ley teniendo en cuenta lógicamente sus circunstancias personales.

Una agresión sin coartada ni impunidad

Los primeros indicios apuntan a que el agresor es un joven radical de izquierdas vinculado a una peña muy minoritaria de forofos del Pontevedra, el Movimiento Juvenil Mocedades Galeguistas. Esta peña próxima al independentismo se desmarcó a las pocas horas de la agresión, pero tampoco faltaron quienes celebraron el ataque a través de las redes. El propio joven energúmeno se jactó, tras su detención, de lo que había hecho.

Esta sociedad debe revisar en profundidad sus resortes cívicos, pues es incomprensible que haya quien se alegre del mal ajeno y más aún que haya quien puede presumir de su brutalidad. Su perfil responde al de un muchacho problemático, conflictivo de familia acomodada con mal expediente académico y con tendencia al extremismo. De hecho, en su perfil en Twitter se definía como "antifascista" y hacía proclamas antisistema. 

Un grave fallo de seguridad

Esta agresión no debió haberse producido nunca. Y menos con un nivel de alerta antiterrorista como el que hay activado. Ha habido un grave fallo de seguridad en el entorno de un presidente, por muy candidato que sea. El chico manifestó justo hace un año en las redes sociales su voluntad de hacer un atentado en la sede del PP. Hechos así demuestran que la Policía debería tener más recursos para investigar este tipo de amenazas, pues su disposición a la violencia era explícita.

Es difícil saber qué impacto tendrá lo ocurrido en la votación del domingo más allá de un primer reflejo de elemental solidaridad hacia el agredido. Pero cualquiera que sea el resultado todos los partidos deben conjurarse para crear un entorno cívico que impida nuevos episodios como éste