“No veo una gran coalición, entre otras cosas porque ya no es grande, es pequeña”, dijo Felipe González. Fue el jueves 2, en la Casa de América, cuando uno de los padres de la criatura decidió abandonarla en público. A su lado estaba otro de sus grandes propagandistas, Juan Luis Cebrián, presidente de El País.

La primera vez que González habló públicamente de una gran coalición “como en Alemania” fue el 11 de mayo de 2014, pocos días antes de que Podemos debutara con cinco eurodiputados en las elecciones europeas. El ex presidente acudió al programa El Objetivo de La Sexta y Ana Pastor le preguntó por una operación política que estaba en marcha desde finales de 2013 y que buscaba un entendimiento de PP y PSOE para apuntalar el bipartidismo tras su previsible hundimiento en 2015. González dijo que “si el país lo necesita, lo deben hacer”. Alfredo Pérez Rubalcaba también apoyaba la idea, pero dimitiría 15 días después por sus malos resultados electorales.

La idea tardó un poco más en prender en el PP, acomodado en su mayoría absoluta. Hubo que esperar a septiembre de 2014 para que Rajoy le explicara al comité de dirección del PP, en el parador de Sigüenza, lo que había ido madurando a lo largo de esos meses. El presidente dejó caer que había que cambiar el chip porque se habían acabado los gobiernos monocolores, que se iba a un escenario de gran fragmentación electoral, y que hasta sería difícil formar gobierno sólo con dos partidos, que quizá serían necesarios tres.

RAJOY Y SÁNCHEZ, SIN QUÍMICA

Rajoy volvió de sus vacaciones dispuesto a dar ejemplo. Pidió informes sobre una posible reforma constitucional (García-Margallo le envió un texto muy acabado) y decidió tender la mano a Pedro Sánchez, el nuevo líder del PSOE. Pero en el último trimestre de 2014 quedó claro que no había química entre ellos. Las declaraciones de Sánchez sobre el ejército y su postura en el asunto catalán le llevaron a catalogarlo como “poco fiable”. El debate sobre una reforma constitucional, que podía ser el preludio de la gran coalición, quedó cancelado.

Entonces, el PP pensó que Ciudadanos podría ser un magnífico socio para una “coalición mínima ganadora” (aquella donde si se retira un miembro pasa de ganadora a perdedora) siempre que no creciera a su costa. Y se hicieron planes. De ahí el enfado de Rajoy la noche del 24 de mayo de 2015 cuando comprobó que Ciudadanos había tenido menos votos de los que esperaba. “Estos tíos se han quedado muy cortos”, se oyó en la sede Génova 13. La pérdida del Ayuntamiento de Madrid fue el desastre más visible.

González ha dado dos razones para renunciar a su idea en público: la pérdida de tamaño de la coalición y la experiencia en Austria y Grecia que consideró fallidas.

EL COLAPSO DEL BIPARTIDISMO

Respecto al segundo punto, es cierto que las grandes coaliciones en Austria y Grecia han favorecido la aparición de fuerzas extremistas, pero en otros países, como Alemania, eso no ha ocurrido.

En cuanto a su primer argumento, que la gran coalición ya no es tan grande, esto lo analiza el sociólogo Ignacio Urquizu en su último libro La crisis de representación en España (Editorial Catarata, 2016). Para Urquizu, que además es diputado del PSOE por Teruel, el sistema de partidos no sufrió un simple cambio en las elecciones de 2015, sino que colapsó. Mientras en 2008, PP y PSOE aglutinaban casi el 84% del voto, en 2015 apenas reúnen el 50,7%. El PSOE se encuentra en niveles de votación sin precedentes en esta etapa democrática y el PP ha retrocedido a cifras de la década de 1980, cuando era una fuerza de poca relevancia.

Urquizu señala el verano de 2012 como el momento en que “los partidos tradicionales comenzaron a perder gran parte de su apoyo”. El descenso se produjo especialmente en el PP y a comienzos de 2013, el sociólogo señala que el bipartidismo se situó por debajo del 30% de la intención de voto, una cifra desconocida en democracia. Esto produjo una gran cantidad de “huérfanos políticos”, sostiene Urquizu, que han sido los que básicamente han nutrido a Podemos y a Ciudadanos.

LA NUEVA GRAN COALICIÓN

El tamaño de una coalición suele ser una cuestión relativa, ya que lo que importa es que sume una mayoría suficiente. Pero una gran coalición es otra cosa. Siempre está formada por los dos partidos más grandes del sistema y generalmente de ideologías opuestas. De hecho, hay voces críticas que consideran las grandes coaliciones como una “traición” al parlamentarismo porque supone crear un gigantesco rodillo legislativo.

Además del tamaño de la coalición lo que importa es la magnitud del envite que hay por delante. Esto permite distinguir las grandes coaliciones por razones parlamentarias o no parlamentarias. El primer caso es el de las grandes coaliciones alemanas de los cancilleres Kiesenger (1966) y Merkel (2005 y 2013), donde un partido grande y un aliado pequeño no alcanzaban la mayoría, así que los dos grandes se veían obligados a pactar. El segundo caso es el de los gobiernos de concentración en el Reino Unido durante la II Guerra Mundial.

El resultado del 20-D nos abocó a una situación parecida a la primera. Puede darse el caso de que el 26-J el resultado no sea muy diferente y los políticos tengan que ponerse en el segundo caso (evitar una tercera elección en menos de un año), para el cual nadie parece estar hoy muy preparado. La paradoja es que si hay sorpasso, la gran coalición en el primer escenario la deberían formar los dos partidos principales que podrían ser PP y Podemos-IU. Las otras, dependiendo de los resultados, serían coaliciones mínimas ganadoras.