Está en los lugares de cabeza de la novela española. Le sigo desde que empezó, cuando enmascaraba los coños entre el silencio de los patinadores. Le he dedicado media docena de artículos, un par de ellos en esta misma página. Se trata de Juan Manuel de Prada, antes que nada, un escritor independiente, al margen y por delante de los circuitos literarios.

Enciende su prosa en la palabra ofidia, la sintaxis precisa, la metáfora erizante, la magullada adjetivación, la atracción de los cenagales, el desdén por la vanidad, el recuerdo de los artículos umbrales, la avidez por la ceniza, la frustración del vertedero…

Prada es un pura sangre de las Letras, que desdeña el idioma fragilizado, el gusto por lo vulgar de la masa cretina, la sordera ante la genialidad, la juventud cadáver, la greña jacobina, la estampa del zigurat arrepentido… Y a los políticos sabandijas del erario público.

Juan Manuel de Prada acaba de publicar en Espasa una biografía de 1.700 páginas en dos tomos, que es la obra de su vida: El derecho a soñar. Camina el autor a galope tendido por la obra y la experiencia vital de Ana María Martínez Sagi, la más alta representación del feminismo español del siglo XX, la hembra tierna y áspera a la que ya escudriñó en Las esquinas del aire.

Feminista en los años treinta, sindicalista, atleta, campeona de jabalina, subcampeona de tenis, excelente periodista, mediocre poeta, mujer inteligente, intelectual profunda, antifranquista, exiliada, activista en la Resistencia francesa contra Hitler, lesbiana, enamorada de Elizabeth Mulder, “espléndida bebedora de la vida”, Ana María Martínez Sagi falleció en la España de la Monarquía de todos, con 92 años. Dobló la esquina del aire, olvidada, en la residencia de ancianos de Santpedor.

Y Juan Manuel de Prada la ha resucitado en un libro magistral. El autor vive junto a la lesbiana biografiada, junto a la feminista fulgurante, la infancia incierta con su madre Consuelo, con su padre José, con sus hermanos, con sus primos y su servicio doméstico, con las monjas de Saint Joseph de Lluna.

El deporte deslumbra a aquella mujer única que triunfa en todo lo que hace y que se encarama en la directiva del F. C. Barcelona. Imposible resumir en un artículo crítico el libro de Prada, al que he dedicado la entera Semana Santa, deslumbrado por los mil aciertos del autor y apenas algunas debilidades.

Tras la publicación de Caminos, mediocre libro de poemas, que Prada elogia y Elisabeth Mulder reseña, Ana María Martínez Sagi conoce en Madrid a Alberti, a César González Ruano y a Rafael Cansinos Assens, escritor clave para entender la República de las Letras de aquella época. Inundada por los amores con Elizabeth Mulder, la vida de Ana María cae en la ardiente oscuridad, abrasada por la poeta chilena Gabriela Mistral, lesbiana también, que intentó iluminar Barcelona.

Estalla la Guerra Civil. Ana María se incorpora al frente. Es corresponsal de guerra. Herida de consideración, la atleta periodista regresa a Barcelona y asiste al entierro de Durruti. Reclama la persecución de los católicos. Martínez Sagi, tras la victoria del dictador Franco, emprende el camino del exilio.

Prada la sigue como un perro faldero año tras año, mes tras mes, día tras día. Cuenta su encuentro ante la tumba de Baudelaire con González Ruano. Proyecta al lado del corresponsal de ABC una edición bilingüe de sus poemas, ilustraciones de Picasso, al que conoce y admira. Dedica un último poema, mediocre, a Elizabeth Mulder y Prada narra al menos tres amores de ella.

Consigue un contrato con la Universidad de Illinois. Mantiene relación con Carmen Conde que desdeña a Mulder. Rechazan las editoriales catalanas su libro Andanzas de la memoria, que acaba de recuperar la Fundación Banco Santander. Odia a Antonio Tovar. Muere su madre. Se traslada a Cannes y se dedica a la pintura. Ana María se siente deslumbrada por Pablo Picasso. Se casa (?) con Francisco Graciani, al que Prada radiografía.

El gran novelista defiende el derecho a soñar de Ana María Martínez Sagi y cierra su libro, cierra la obra de su vida con un poema, esta vez, sí, francamente bueno, escrito por ella: “Hermana no me busques / bajo esta losa fría / aquí sólo hay tinieblas / gusanos y ceniza… hermana: no me busques / bajo esta losa fría / En la huella candente / de tu Sueño estoy viva.