Atlas celestial de Alexander Jamieson. Publicado en Londres en 1822.

Atlas celestial de Alexander Jamieson. Publicado en Londres en 1822.

ENTRE DOS AGUAS

Llegan las Perseidas, historias escritas sobre el firmamento

Mitología, creencias religiosas y certezas científicas explican un fenómeno que ha acompañado al ser humano en todas sus civilizaciones

7 agosto, 2023 01:36

No existe visión que impacte más profundamente, que remueva el fondo de nuestros sentimientos, que la de contemplar el cielo en una noche despejada. Desafortunadamente, no es fácil asistir a este espectáculo para una buena parte de la humanidad, concentrada en urbes en las que las contaminaciones atmosférica y lumínica apenas dejan entrever la riqueza de los cielos.

Pero con la llegada de las vacaciones, en la que millones de personas abandonan las ciudades por destinos con atmósferas menos contaminadas, es posible acceder a ese mundo ancestral, que compartimos con nuestros antepasados más lejanos, a los que imagino preguntándose ¿qué serán esas luces? ¿Y esa franja lechosa que atraviesa una parte del cielo? Se tardó mucho en entender qué son esas “luces” y esa “franja blanquecina”.

No es sorprendente por ello que los mitos, la mitología, se introdujese en la nomenclatura astronómica. Pondré un primer ejemplo protagonizado por Eratóstenes (segunda mitad del siglo III a. C.), que fue director de la mítica Biblioteca de Alejandría y que también nos legó resultados netamente científicos, como un método para medir la circunferencia de la Tierra.

El fenómeno más espectacular del verano es el de las Perseidas, la lluvia de meteoros que se produce del 16 de julio al 24 de agosto

En uno de sus escritos que ha sobrevivido, un opúsculo titulado º –término que significa la transformación en estrella de un ser divino, personaje heroico o simple mortal–, y que Alianza Editorial publicó en 1999 bajo el título de Mitología del firmamento, Eratóstenes explicaba la Vía Láctea de la siguiente manera: “Aparece visible entre los círculos del cielo, y la denominan Galaxia.

Los hijos de Zeus no tenían derecho a participar del honor del cielo a no ser que mamasen del pecho de la diosa Hera; dicen que por eso Hermes tomó a Hércules recién nacido y lo aplicó al pecho de Hera. Y Hércules mamó del pecho. Pero al darse cuenta Hera, lo apartó bruscamente, y el chorro de leche que siguió fluyendo en abundancia formó la Vía Láctea”.

[Las Perseidas, un fenómeno de enorme gravedad]

Independientemente de lo que en realidad se creyese de semejante idea mitológica, tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se pudo discernir la naturaleza discreta de la Vía Láctea. Fue Galileo, en 1609, el primero que, utilizando un tosco telescopio, con menos aumentos que los prismáticos o los sencillos telescopios que acaso alguno de ustedes tengan, quien la observó con cierto detalle.

En el libro memorable en el que presentó las observaciones que hizo de ella, así como de la Luna, de las nuevas estrellas “fijas” y de las lunas de Júpiter, Sidereus nuncius (El noticiero sideral; 1610), escribió: “Lo que, en tercer lugar, observamos fue la materia y naturaleza del propio ‘círculo lácteo’, que nos fue permitido escrutar con nuestras facultades merced al catalejo, de modo que todas las discusiones que a lo largo de los siglos torturaron a los filósofos, fueran resueltas con la certidumbre de nuestros ojos, viéndonos también liberados de la palabrería. En efecto, la ‘galaxia’ no es otra cosa que un montón de innumerables estrellas esparcidas en grupos”.

Un meteorito de las Perseidas sobre el Observatorio Paranal de Chile en 2010

Un meteorito de las Perseidas sobre el Observatorio Paranal de Chile en 2010

Es preciso señalar que la voz “Galaxia” procede del griego gáia, gálaktos, que significa “leche”. Por cierto, en los países de tradición cristiana la Vía Láctea también recibió otro nombre; cito del tomo IV (1734) del Diccionario de Autoridades, el primer diccionario de la Real Academia Española: “Galaxia. La vía láctea en el Cielo, que nuestro vulgar llama Camino de Santiago”.

Consideraciones históricas o filológicas aparte, cuando estén lejos de una ciudad, no dejen de mirar al cielo y contemplar esa franja lechosa. Hay que tener el corazón muy duro para no conmoverse con semejante visión.

Pero el fenómeno más espectacular que se puede observar durante el verano es el de las Perseidas, la lluvia de meteoros que tiene lugar todos los años entre el 16 de julio y el 24 de agosto, con un máximo en las madrugadas del 11, 12 y 13 de agosto. Se las llama estrellas fugaces, efímeras llamaradas celestes, pero no son sino partículas que emite el cometa Swift-Tuttle –descubierto en 1862– en su órbita alrededor del Sol, y que arden al atravesar la atmósfera terrestre.

Al igual que sucede con “Vía Láctea-Camino de Santiago”, las Perseidas también son conocidas en la tradición cristiana como “Lágrimas de San Lorenzo” en honor al santo cuyo día se celebra el 10 de agosto, fecha en la que el calor suele apretar. Las “lágrimas” celestes se asociaron a las que debió de verter San Lorenzo al ser quemado vivo en una parrilla cerca del Campo de Verano, en Roma.

El nombre de Perseidas proviene de Perseo, un semidiós de la mitología griega, hijo de Zeus y de la princesa Dánae, hija de Acrisio, rey de Argos. Este no quería que Dánae tuviese descendencia porque un oráculo le había advertido que un nieto lo mataría. Para evitarlo, encerró a Dánae en una torre de bronce, pero Zeus, que deseaba a Dánae, se transformó en lluvia de oro, entró en donde ella estaba recluida y con ese aspecto, líquido y dorado, cubrió su cuerpo. Nueve meses después nació Perseo. Por aquella “lluvia de oro” se habla de las “Perseidas”.

Pero hay más. Obviando otros detalles –como que Perseo cortó la cabeza a Medusa, la hermosa mujer cuyo pelo era un nido de serpientes–, hay una parte del relato conectado con la astronomía: para escapar de la venganza de las dos hermanas de Medusa, las Gorgonas, Perseo se montó en un caballo alado y, regresando a su casa, se encontró con Andrómeda, hija Cefeo y Casiopea, reyes de Etiopía, encadenada a una roca (su madre envidiaba su belleza). La historia sigue, pero lo que quiero resaltar es que Andrómeda da nombre a la galaxia más cercana a la nuestra.

Casiopea es otra de las 88 constelaciones de la bóveda celeste, siendo esa tercera ¡Perseo!, aquella de cuya dirección aparenta provenir la lluvia de Perseidas. Tanto Casiopea como Perseo son dos de las 48 constelaciones que figuran en el gran libro de la cosmología geocéntrica, el Almagesto de Ptolomeo (siglos I-II).

Historias de un tiempo lejano, del que, como sucede en muchos otros casos, han sobrevivido los nombres, no la razón o la realidad de lo que representan.
Pero no dejen por ello de mirar al cielo, buscar las constelaciones, y en agosto intentar ver Perseidas. Puede ser un buen juego familiar.

Playa de Amió, en Cantabria.

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