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El Cultural

Juan Manuel Gil: "En España tenemos una visión muy penitencial de la literatura"

El escritor, ganador del Biblioteca Breve con ‘Trigo limpio’, explica su idea de la literatura, su desconfianza hacia la nostalgia y la realidad y reivindica el humor

2 abril, 2021 09:37

“Encontrar el punto de vista y el tono con el que contar una historia es una de las búsquedas más difíciles a la hora de afrontar un libro”, sostiene Juan Manuel Gil (Almería, 1979). Un hallazgo que el escritor parece haber logrado con Trigo Limpio (Seix Barral), que en diez días ya ha alcanzado la segunda edición y ha sido recientemente galardonada con el Premio Biblioteca Breve, cuyo jurado la ha premiado por “narrar con asombrosa agilidad y desde el humor la fascinación por la infancia perdida en un barrio periférico, así como la naturaleza de la fabulación literaria a través de pasadizos que conectan las lecturas que todos llevamos dentro”.

Para Gil, es “una novela de chavales jóvenes que viven la vida como si estuviese a punto de acabarse en cualquier momento y quieren exprimirla al máximo” y nace de ensamblar dos imágenes recurrentes. La primera, la de un niño corriendo desesperadamente por la pista de aterrizaje de un aeropuerto en busca de un balón embarcado justo cuando un avión va a tomar tierra. “Algo nada extraño en el barrio donde me crie, pegado al aeropuerto de Almería”, explica. La segunda, la de la fascinación que el escritor siente cuando abre un libro capaz de alejarle de todo lo que tenga alrededor. “Casi una hipnosis, una especie de alucinación. Lo que hice fue fundir esa fascinación literaria con la que sentía el niño mientras corría desesperadamente por el aeropuerto. Y cuando colisioné ese plano abstracto con el concreto, supe que tenía una novela”.

Pregunta. En la novela, un amigo propone al escritor protagonista que narre aquellos hechos de infancia y pubertad. ¿Qué le hace a usted sentarse a escribir?

Respuesta. Principalmente una pregunta para la que no tengo respuesta. La literatura tiene mucho que ver con la búsqueda de esas respuestas que uno casi tiene la garantía de que no va a encontrar. De hecho, cuando uno necesita, como en mi caso, casi 400 páginas para hallar la respuesta, significa que probablemente no lo haya logrado. Pero entonces pasa a la segunda fase, albergar la esperanza de que el lector sí la encuentre. Y quizá ese sea el arranque, la necesidad imperiosa de escribir esta y cualquier otra historia.

P. Precisamente en este libro el lector tiene que poner mucho de sí, entrar en el juego que le propone. ¿Cómo espera que se lo tome? ¿Qué espera usted de él?

R. La propia estructura de la novela, que no es al uso, busca fundamentalmente la complicidad del lector. Lo que nunca voy a hacer es subestimarlo, pero tampoco ponerle las cosas difíciles. Mi voluntad en esta historia era que el lector se pusiera hombro con hombro conmigo y que intentara encajar una serie de piezas, conectar con una serie de emociones y experiencias que compartían un espacio y un tiempo que todos hemos vivido: la infancia. Partiendo de todas esas emociones complejas que se pueden vivir en la infancia, me atrevo a decir que el lector coge mi invitación de llegar a la última página. Tiene un papel activo, no es solo dejarse llevar, sino rellenar, anclar, buscar en su memoria y preguntarse realmente si aquello que uno alberga en la memoria ocurrió así o es un relato que debemos cuestionarnos.

"La obsesión por la verdad no corresponde a la literatura. Si uno debe ser plenamente fiel al pasado, escribir se convierte en algo imposible"

P. La novela juega mucho con la fiabilidad de la memoria. ¿Qué hay de real en los recuerdos? ¿Importa eso?

R. Me preocupa muy poco si lo que aparece en mis novelas se corresponde fidedignamente con lo ocurrido en el pasado. Como escritor tengo otros compromisos. Una de las ramas del origen de esta novela está también en mi voluntad para conseguir que el lector sienta fascinación por la lectura. Y si para lograrlo la memoria se convierte en un bloque de arcilla que el narrador es capaz de manipular para que se convierta en una gran verdad, no tengo ningún tipo de piedad en hacerlo. La obsesión por la verdad corresponde al periodismo, y a otras facetas de la vida, pero no a la literatura. Al escritor le corresponde comprometerse con el lenguaje, con que cada una de las piezas de su artefacto encajen perfectamente. Si uno debe ser plenamente fiel al pasado, escribir se convierte en algo imposible.

Una máquina perfecta

P. Todo el rato mezcla, desde ese título que advierte, realidad y ficción, ¿cómo es esa convivencia? ¿Qué se aportan la una a la otra?

R. Una de las cosas que tuve claras desde el principio es que iba a diluir esas fronteras entre realidad y ficción. Eso me daba la posibilidad de que el lector entrara en un espacio de confusión que he forzado conscientemente para llevarlo a otro de alucinación, de encantamiento. La idea es que durante el transcurso de la trama en algún momento debe dejar de importar si esto ocurrió de verdad o no. Ese era mi propósito, que lo netamente ficticio y lo netamente real tuvieran el mismo peso.

P. Todo el libro rezuma amor por la lectura, la pasión de un lector. ¿Qué papel concede a la literatura en la vida, para qué sirve un libro, una historia como esta?

"La literatura es una máquina perfecta para darnos cuenta de que esa montaña que nos proponemos subir ya ha sido escalada"

R. Soy filólogo de formación y profesor de Lengua y Literatura, así que para mí su papel es determinante. La lectura de un libro muy difícilmente va a arreglar los problemas de tu vida, ojalá, pero sí contribuye a que sea un poco más humana. A sentirte menos solo y conocer personajes y personas que ya sintieron antes que tú algo muy parecido a lo que tú estás sintiendo y se enfrentaron a problemas que son comunes a todos. La literatura es una máquina perfecta para darnos cuenta de que esa montaña que nos proponemos subir ya ha sido escalada.

P.  Además de la historia, salpica estas páginas de una especie de manual, bromista y paródico, de cómo escribir la novela perfecta. ¿Cómo nació esta parte?

R. He sido profesor de escritura creativa y siempre me ha resultado muy divertido. Mi manera de explicar la literatura tiene ese tono humorístico, así que lo único que he hecho es plasmar en la página ese tono con el que yo enfoco mis reflexiones sobre cómo escribir una novela, elegir un narrador o estructurar una trama. En mi literatura la solemnidad no tiene un lugar destacado, porque me cuesta encajarla en mi paleta de emociones, empatizo poco con ella. Sin embargo, el humor sí me permite desnudar, deformar, exagerar, aquello que me rodea, y por lo tanto enfrentarme con esas cosas nucleares y cruciales en mi vida. Eso he tratado de hacer, usar ese tono para restarle solemnidad a la tarea de escribir.

Literatura de pisotón

P. Ahora que habla de emociones, uno de los peligros de este libro era caer en esa nostalgia que desde hace unos años acecha en muchos lugares. ¿Por qué no es muy amigo de ella y cómo ha logrado evitarla?

R. De la nostalgia a la idealización hay una frontera muy frágil, y por eso es muy mala compañera en la literatura y puede serlo también en la vida, porque uno puede “morir” de ella. La nostalgia puede ser un bálsamo que te haga más feliz, pero también puede llevarte a vivir una vida de engaños. No me ha resultado difícil huir de la nostalgia hablando de esos años porque mi infancia no fue especialmente bonita. Fue salvaje, trepidante y divertida, pero también dura, violenta e implacable. Mi infancia fueron las tardes en un descampado donde no había nada. Y precisamente por eso podía haber todo lo que fuésemos capaces de construir, inventar o soñar.

"Deberíamos tomarnos mucho más en serio el humor en la literatura. Que algo sea divertido no significa que sea superficial"

P. Todo el libro destila algo que comentaba nuestra crítico Nadal Suau al reseñar el libro, un disfrute que trasciende la historia y envuelve al lector. ¿Cuánto ha gozado escribiéndolo?

R. Este es el libro que más he disfrutado escribiendo, sí. Nada más empezar decidí que si en algún momento dejaba de divertirme dejaría de escribir hasta volver a hallar la diversión. Y es que me di cuenta de que, si yo mismo disfrutaba, el lector tenía también alguna posibilidad de divertirse al leer. Me preocupaba mucho que el lector tuviera una experiencia gozosa para poder llegar a la fascinación. En España tenemos muchas veces una visión muy penitencial de la literatura. Parece que, si un libro no nos cuesta, no puede ser profundo, bueno o inteligente.

En este sentido, Gil apunta clásicos tópicos de conversaciones sobre lectura, como la clásica pregunta de “si se ha leído el Ulises de Joyce” o aquello de “este es un libro muy divertido, peeeero…”. Algo que nace, a su juicio, de esa visión de sacrificio que se asocia a la lectura y que considera “especialmente dramática en un el país que ha alumbrado obras como el Quijote, el Lazarillo, La Celestina o Tres sombreros de copa”. Con tales ejemplos, el escritor defiende que “deberíamos tomarnos más en serio el humor. Que algo sea divertido no significa que sea superficial. Para hacer llorar a alguien basta un pisotón, pero para hacer reír tienes que construir algo mínimamente sofisticado o inteligente. Y aún así, seguimos pensando que lo profundo es el pisotón”, se lamenta.