Cuando hace unos años Figo fichó por el Real Madrid, Manuel Vázquez Montalbán escribió que "la capacidad de autoengaño del barcelonismo no tiene límites ni solución". Aún eran tiempos en que el Barça se conformaba con ganar cada año a su archirrival en el Camp Nou. Esa fue la tónica -perdedora, segundona, acomplejada- en la historia del club catalán durante cien años. Una suerte de sensación de inferioridad o debilidad o ambas a la vez frente al club de Chamartín devoró a los culés durante décadas. Eso ocurrió hasta que apareció Leo Messi.


Messi es el mejor jugador en la historia del Barça no solo porque este domingo desnivelase el Clásico con una actuación soberbia. Tampoco porque marcase otros dos goles en el Bernabéu que dejan viva esta Liga. Ni siquiera porque uno de ellos, el primero, llegase tras un regate majestuoso y porque el otro, el segundo, acaeciera en el último suspiro con un disparo geométrico que no hubieran detenido ni entre Keylor y Casillas juntos. Ni porque Ramos se autoexpulsase con una entrada al crack azulgrana que merecía dos expulsiones. Ni porque Casemiro, ese luchador de MMA disfrazado de futbolista, también debería haber salido del campo antes de tiempo (como contra el Bayern, por cierto).


Messi es el mejor jugador en la historia culé (y quizás en la historia de todos los clubes) porque con sus goles milagrosos y sus gambeteos de seda y su inteligencia futbolística y su hambre inagotable rompió para siempre ese complejo de los azulgranas que yugulaba a los jugadores y la afición azulgranas frente a su rival. Con él, todo es posible: el Barça siempre puede tumbar al Madrid, hasta en un año regular como este, porque tiene al mejor.


Por supuesto, el Barça puede perder esta Liga, entre otras cosas porque el Madrid depende de sí mismo para ganarla. Pero Messi nunca perderá su cetro. De hecho, nunca lo ha perdido. Cristiano Ronaldo, ese buen jugador que ha ganado más Balones de Oro de los que merecía, siempre estará a la sombra del rey del fútbol mundial que cambió la historia del Barça. Gracias a Messi, el barcelonismo ya no cae en el autoengaño. Y hasta Vázquez Montalbán, al que tanto añoramos los culés, lo hubiera admitido.