Publicada
Actualizada

Cáceres no se visita, se aprende. Es de esas ciudades que te miran en silencio hasta que acabas confesando que nunca te fuiste del todo.

Fueron doce años de mi vida y mi número de colegiada —el 1.161— todavía está grabado en la memoria del Colegio de Abogados. Mis primeros juicios los gané y los perdí aquí, aprendiendo que el respeto empieza en las salas de los juzgados. Esa fue mi verdadera suerte profesional: que la justicia me hablara con acento cacereño.

Me marché una mañana sin aviso, sin carta, como quien corta una relación antes de llorar. Pero la ciudad, terca y fiel, me esperó. Veintitrés años después regresé, y me bastó ver las cigüeñas sobre la torre de Santa María para entender que el tiempo aquí no pasa: se posa.

Palacio de las Cigüeñas e Iglesia de San Mateo. Turismo de Cáceres

Donde el tiempo se queda a vivir

Antes de tener nombre ya existía. Roma la llamó Norba Caesarina, los árabes Qazrix, los Reyes Católicos la desmocharon por soberbia. Hoy sigue en pie, sobria y orgullosa, con ese modo de belleza que no grita. El Arco de la Estrella sigue siendo su frontera mágica: quien lo cruza y escucha las campanas queda condenado a volver.

Yo estudié Derecho en el Palacio de la Generala, entre ecos de claustros y tazas de café. Caminaba con tacones sobre las losas imposibles de las calles Pizarro y Pintores, donde cada piedra te enseña equilibrio. En las caballerizas de San Mateo aún huele a caballo, a hierro y a espera.

Panorámica de la ciudad monumental de Cáceres. Turismo de Cáceres

Las leyendas que respiran

Entre el Palacio de Solís y la judería vieja está el callejón de Don Álvaro, la curva de aire donde la historia susurra su penitencia. Nadie sabe si llora por los amores que no fueron o por otras razones. Yo siempre la entendí como la metáfora perfecta de Cáceres: hermosa incluso en su melancolía.

Cuando la Virgen de la Montaña baja al centro, la ciudad se arrodilla. De estudiante, participaba de la tradición de visitarla a diario en su novena y pedir deseos que ‘se cumplían’ si adivinaba el color de su manto; hoy pienso que lo importante no era el color, sino la promesa de seguir creyendo en algo.

Museo Vostell Malpartida. Turismo de Cáceres

El arte de quedarse

Cáceres no envejece: se reinventa. Atrio, el sueño de José Polo y Toño Pérez, cumple casi cuarenta años de convertir la paciencia en arte. Quienes los conocimos en su primera sede sabemos que el éxito se cuece en guisos de esfuerzo, coraje y talento. Entre un vino y una Torta del Casar se custodia una de las tres series completas de Los Caprichos de Goya.

A dos calles, la Galería Helga de Alvear brilla blanca y moderna, recordando que también el presente tiene derecho a su templo. Y un poco más lejos, en Malpartida, el Museo Vostell late como un manifiesto de cemento y silencio: el artista Fluxus que convirtió Extremadura en su taller eterno.

Los sabores que cuentan historias

Turismo de Cáceres

Aquí la historia también se come. Migas con melón o uvas. Caldereta de cordero. Zorongollo. Frite. Cojondongo. Repápalos dulces y perrunillas que deshacen la tarde. Cada plato es una conversación con la tierra.

En Semana Santa, el incienso y el pan se mezclan. Las procesiones serpentean por las calles imposibles y suenan los tambores de San Jorge como si despertaran a los siglos.

Las calles que aún me llaman por mi nombre

El otro día, volando hacia los Premios Princesa de Asturias, coincidí en el avión con Manolo Mirat. Hablamos de las fiestas, de “Las Viñas”, de la juventud que dejamos colgada en las plazas. Esa forma de haber sido felices aquí se nota hasta en la manera de escribir noticias: está en las redacciones de EL ESPAÑOL, en los diarios del Grupo Vocento, en ese acento que convierte la información en emoción.

Al regresar, paseando por la Plaza de San Juan, me detuve un instante. Desde un balcón, Ricardo Romero, mi peluquero de siempre, me gritó mi nombre. Me reí. Me di cuenta de que todo sigue igual, aunque todo haya cambiado.

Una ventana del casco histórico de Cáceres. Juan Ramón Corvillo Repullo

A pocos metros, en una calle que desemboca en la plaza, Eduardo el Tibu sigue atendiendo su restaurante de moda, Duranss3, con esa sonrisa de quien cambió Madrid por Cáceres hace más de treinta años y se metió a todos los cacereños en el bolsillo.

Mi Cicerone en este regreso fue Santiago Rodríguez Agúndez, compañero de facultad y hoy empresario brillante, uno de esos nombres que resumen lo mejor de la ciudad: discreción, trabajo y lealtad.

Los que me enseñaron el regreso

Cada vuelta tiene sus nombres: Simón Iglesias, maestro y amigo, a quien visito en el cementerio para dejarle un beso; Santos Floriano, cronista jubilado y primo de Carlos Floriano, que me enseñó que las ciudades se entienden mejor cuando se escuchan; y Pedro J. Ramírez, que cayó rendido ante Cáceres en dos horas y me pidió volver en primavera.

Imagen de la grabación de '1492, la Conquista del Paraíso' en Cáceres. Turismo de Cáceres

Cáceres de cine

Cáceres ha conquistado el cine en cada una de sus épocas. La conocí como escenario de 1492: la conquista del paraíso, cuando Gérard Depardieu cruzaba la plaza vestido de Colón y el hijo de Ridley Scott se enamoró de una estudiante de Derecho. Pero antes ya había sido el decorado de La fierecilla domada, con Alberto Closas y Carmen Sevilla, y hoy sigue siendo tierra de rodajes: Juego de Tronos, La casa del dragón y tantas otras ficciones que se rinden ante su piedra dorada.

Ha conquistado el cine una y otra vez, y sin embargo, todavía no se cuela en las letras de las canciones. Quizás porque es una ciudad que no necesita ser cantada: basta con vivirla para entender su música.

El corazón que sigue latiendo

Juan Ramón Corvillo Repullo

El Corral de las Cigüeñas continúa llenando de música las noches. Las fundaciones Tatiana Pérez de Guzmán El Bueno y Mercedes Calles y Carlos Ballestero mantienen viva la conversación entre el arte y la piedra.

Y la ciudad sigue respirando arte, historia, gastronomía y fe con una naturalidad que no necesita escaparates.

La certeza

Ahora, cuando el sol se derrama sobre los tejados dorados, cierro los ojos y escucho las campanas de Santa María. Sé que he vuelto.

Cáceres me enseñó que marcharse no es olvidar, que los juicios importantes se ganan con respeto y que las ciudades, cuando aman, no necesitan gritarlo.

Juan Ramón Corvillo Repullo

Porque hay lugares que se recorren, y otros —como este— que se habitan para siempre.

Y si han llegado hasta aquí, si han sentido estas calles como yo las sentí, espero que visiten mi Cáceres como yo la visité, con el corazón abierto y los cinco sentidos despiertos. Porque después de leer esto, sería pecado no hacerlo.