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Un recorrido por los tesoros arquitectónicos de Madrid

A unos pasos del centro de la capital podemos descubrir algunos de los edificios más importantes en la historia y el arte de la región.

Madrid se ha construido sobre el granito de la sierra de Guadarrama y el ladrillo procedente de las arcillas del Tajo. Lo que era una antigua villa medieval empieza a adquirir importancia en el siglo XVI, cuando Felipe II la convierte en capital al instalar allí la corte. Y es sobre todo a partir de esta época cuando la región empieza a desarrollar un carácter arquitectónico propio, conforme a su nuevo estatus de centro de poder político y religioso.

Cuando nos adentramos en las calles de la ciudad vemos los últimos coletazos de arquitectura herreriana en obras como la Casa de la Villa, observamos la llegada del barroco en el Palacio Real y admiramos el estilo neoclásico de la Puerta de Alcalá o el Museo del Prado. Pero en Madrid también se pueden encontrar restos medievales en los casi 30 castillos repartidos por la Comunidad. O hitos de la arquitectura contemporánea a un tiro de piedra del centro, como el Hipódromo de la Zarzuela. Y sin olvidarnos de la magnitud del monasterio de El Escorial o el Palacio de Aranjuez. Este es nuestro particular listado de algunas de las joyas arquitectónicas que se pueden encontrar en Madrid.

El esplendor de un castillo

El castillo de los Mendoza, situado en Manzanares el Real, fue un gran ejemplo del esplendor de las familias nobles del siglo XV. Los Mendoza, duques del Infantado, empiezan a construir este palacio fortaleza en 1475, y en la actualidad “es uno de los recursos turísticos más importantes que tiene la Comunidad de Madrid”, asegura Toñi Muñoz, informadora del castillo.

La excelente conservación del monumento, gracias a las restauraciones que se hicieron en el último siglo, han permitido preservar el único castillo completo que existe en Madrid. Fue edificado a finales del gótico, y en los últimos años de su construcción se cree que es cuando “pudo intervenir Juan Guas, el arquitecto de los Reyes Católicos”. Uno de los elementos arquitectónicos y decorativos más distinguidos del castillo es la galería, que precisamente se le atribuye a este arquitecto por sus características ornamentales: “las puntas de diamantes y filigranas de piedra que adornan los arcos”

Los Mendoza vivieron en su castillo unos 40 años “y luego se trasladaron al Palacio del Infantado en Guadalajara, quedando el castillo abandonado y arruinado con el paso del tiempo”, explica Muñoz. Hasta el siglo XX el castillo quedó en el olvido. “En 1916 el arquitecto Vicente Lampérez hace una primera intervención de los muros exteriores y de la muralla. Luego ya en los años 70, José Manuel Valcárcel reconstruye y restaura el interior del castillo”, detalla la guía. Posteriormente, los propietarios del castillo (está en manos privadas) y la administración pública llegaron a un acuerdo para convertirlo en museo y abrir el castillo al público en 1977. Desde entonces se ha convertido en uno de los monumentos más visitados de Madrid: recibe unos 100.000 visitantes al año.

Un canto al saber en Alcalá

Dice la leyenda que, si se pone el oído, aún se pueden escuchar los pasos del Cardenal Cisneros al caminar por los pasillos de la universidad que fundó en 1449 en Alcalá de Henares. Erigida en pleno renacimiento, “esta era la universidad más revolucionaria, más avanzada que había en España, junto a la de Salamanca. Eran las dos grandes universidades que dan obispos, notarios y profesionales para el nuevo mundo y esto se encuentra todavía vivo cuando se pasea por la universidad de Alcalá”, cuenta Javier Rivera, catedrático de Composición Arquitectónica de la UAH.

Hablamos de un conjunto histórico declarado patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, todo un hito arquitectónico para la época. “Por primera vez los edificios universitarios no están diseminados por la ciudad, sino que todo un entorno urbano se diseña y se traza por un arquitecto, Pedro Gumiel”. La arquitectura era muy importante para Cisneros, así que, tal como explica el catedrático, “la ciudad universitaria tiene sus calles rectas, en cuadrícula, como si fuera una ciudad romana. En cada manzana hay un colegio menor (llegó a haber más de 40, que hoy se han reconvertido en facultades) y en el corazón está el colegio mayor”. Esta estructura de colegios se copió después en las universidades de toda Europa.

El centro neurálgico de la ciudad universitaria se encuentra en el Colegio Mayor de San Ildefonso, que recibe a los visitantes con una imponente fachada. En ella se narra, “con sus esculturas y sus relieves, un cántico a los saberes que había en la universidad: arte, teología, derecho, medicina…”, según describe el catedrático. Los arquitectos Luis Vega y Rodrigo Gil de Hontañón (responsable de las catedrales de Salamanca y Segovia) se encargaron de reconstruir la fachada por orden del emperador Carlos V tras la muerte de Cisneros al estilo plateresco.

Otros lugares imprescindibles en la universidad son su singular capilla, en la que confluyen tres estilos de la época: el gótico, el renacentista y la influencia mudéjar en el techo de madera. En las visitas guiadas que se realizan también se recorre el Patio de Filósofos, el Patio Trilingüe (escenario de la entrega del Premio Cervantes) y el espectacular Paraninfo. Además, también merece la pena visitar el interior del Colegio Málaga, hoy facultad de Filosofía y Letras, o la monumental escalera de la facultad de Derecho.

Arquitectura bélica para conocer nuestra historia

Apenas a 50 kilómetros al oeste de Madrid nos topamos con una de las grandes agrupaciones de arquitectura militar de la Comunidad. El pueblo de Navalagamella fue frente estable en los años que duró la Guerra Civil y todo el entorno se fortificó entonces, dejando numerosas edificaciones y otros restos tras la contienda. Hoy en día, el pueblo tiene catalogados 127 búnkeres y fortificaciones en la zona.

“En Navalagamella podemos observar fortines, observatorios, búnkeres blockhaus, tenemos trincheras, puestos de tirador y nidos de ametralladora'', enumera Shara Hernanz, guía turística en el municipio. Es posible visitar varias de estas edificaciones siguiendo las rutas de senderismo disponibles en papel en el ayuntamiento o a través de Wikiloc. Como forma de atraer visitantes, el pueblo ha apostado por el turismo rural y bélico por su privilegiado entorno y la variedad de los yacimientos que se pueden encontrar en las rutas. Además, pronto se abrirá un centro de interpretación, un museo para hablar del papel de la mujer en el conflicto bélico y se comenzarán a hacer visitas guiadas.

De los elementos más destacados del amplio conjunto está el búnker tipo blockhaus, una copia de los búnkeres del ejército alemán en la primera mundial, justo a la entrada del pueblo. También, según cuenta Andrés Samperio, alcalde de Navalagamella, “se ha reconstruido recientemente el búnker ‘Posición Alamedilla’, y ambos son impresionantes por las dimensiones, porque en España quedan muy pocos y tan bien conservados”.

La otra joya que completa esta ruta de los fortines es el ‘Campamento La Peña’, “cuyo trazado y disposición es único en España. Para ello se tomaron como referencia los campamentos que hizo Mussolini en Abisinia”, explica la guía. En el campamento se encuentran varias construcciones de hormigón en las que dormían los oficiales (algo que se determinó porque tenían calefacción por glorias), un puesto de mando y, lo que más llama la atención encontrar en una fortificación militar, una capilla que data de 1939.

El perfecto equilibrio del Hipódromo

El período de la Guerra Civil nos da paso a conocer uno de los edificios más imponentes de Madrid, fraguado justo antes del estallido del conflicto. Es el Hipódromo de la Zarzuela, ubicado a las afueras de Madrid, cuando comienza el Monte de El Pardo. Un diseño imponente y muy vanguardista para la época por su forma y uso de los materiales.

El nuevo hipódromo sustituiría al de la Castellana, y para ello “se convocó un concurso de arquitectura que ganaron los arquitectos Carlos Arniches y Martin Dominguez y el ingeniero Eduardo Torroja. Tras adjudicarles el proyecto empezaron las obras en diciembre de 1935, pero estalló la guerra civil en julio del 36 y se suspendieron”, explica Carlos Polo, subdirector de proyectos y obras del Hipódromo de la Zarzuela. Las obras se reanudaron al final de la guerra, ya únicamente bajo la dirección de Torroja, y concluyeron en mayo de 1941.

La construcción fue declarada Bien de Interés Cultural en 2009 por los tres impresionantes voladizos que sobrevuelan las gradas, una auténtico fenómeno de la ingeniería por el perfecto equilibrio en que se encuentran. La parte del voladizo que mira hacia la pista “es mucho más larga que la que mira hacia los jardines, con lo cual para equilibrar ese peso -apoyado únicamente en unos estrechos pilares- Torroja ingenió un sistema de tirantes que sujeta la parte corta del voladizo con la bóveda del vestíbulo”, explica Polo. Un equilibrio dinámico, porque pese a ser de hormigón armado, los voladizos se balancean ligeramente para soportar el viento y los cambios de temperatura. La otra particularidad de esta construcción, cuenta Polo, “es que el canto de la estructura en sus extremos es extremadamente delgada, entre 5 y 8 cm, que para un hormigón armado es lo mínimo que se puede construir”. Dicen que el ingeniero Torroja hizo los cálculos a mano y en solo dos hojas de papel.

No se necesita tener interés en las carreras de caballos para admirar esta imponente obra y disfrutar también del aire libre en la zona de jardines. Además, en el Hipódromo se hacen visitas guiadas para conocer los entresijos de cómo se construyó este monumento histórico que, 80 años después, sigue fascinando a los amantes de la arquitectura.