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Arte por los cuatro costados: conoce el patrimonio histórico de la Comunidad de Madrid

Madrid tiene un patrimonio artístico de valor incalculable en sus museos, pero la región también esconde sorpresas que aúnan arte e historia.

Todos estamos de acuerdo en que Madrid es un polo de atracción para los amantes del arte y la cultura tanto de dentro como de fuera de España. Pero más allá de la capital y de la excelencia de sus museos y su patrimonio, lo cierto es que el resto de la región guarda tesoros no siempre bien conocidos pero que merecen la máxima atención y que justifican una escapada. Se trata, por decirlo de alguna manera, de lugares que son un secreto a voces para quienes los tienen más cerca y que, sin duda, le sorprenderán.

‘Lo más granado de la Ilustración’

Por su cercanía a la capital -apenas 15 kilómetros- el Palacio del Infante don Luis, en Boadilla del Monte, es uno de estos puntos que merece la pena visitar. Javier Úbeda, alcalde de la localidad, lo presenta como “una joya del neoclásico español que sorprende a quien viene y contempla también su entorno, con sus jardines, sus huertas e incluso el pabellón de aves o la fuente exterior, obra de Ventura Rodríguez”.

Son las credenciales de un lugar en cuya historia reside su principal activo, dado que en el Palacio no solo “estuvieron Goya pintando o Boccherini componiendo”, sino que fue un punto de encuentro fundamental para “lo más granado de la Ilustración de ese Siglo de Oro de la cultura en España”, como explica Miguel Ángel García Valero, coordinador de Patrimonio Histórico de Boadilla del Monte. Y es que este “conjunto palaciego sirve, por sí mismo, para contar la vida cortesana del hijo de Felipe V”.

Fue una época en la que el recinto también era “el motor económico de Boadilla, ya que en su momento de máximo esplendor llegaron a trabajar unas 400 personas al servicio del Infante”, según el alcalde. No obstante, sus días de gloria dieron paso a un azaroso periplo en el que el complejo cambió varias veces de manos y de usos: “Primero pasó a la hija del Infante don Luis, la condesa de Chinchón; con la ocupación francesa se lo quedó un general francés. Posteriormente lo recuperó la familia, hasta la Guerra Civil”. En esa etapa el edificio, afectado por los duros combates que se dieron en la zona, acogió un hospital de campaña y un cuartel. Y tras la contienda “se convirtió en un orfanato donde vivieron muchas niñas que aún hoy te pueden contar cómo era el día a día allí”.

En los 70, la titularidad volvió a la familia y, rozando el nuevo milenio, en 1998, el Ayuntamiento de Boadilla abordó su compra con la idea de restaurarlo, darlo a conocer y convertirlo nuevamente en el protagonista de la vida cultural del pueblo. Y hasta hoy: “Queremos contar algo que no se cuente en otro sitio, cómo se vivió la Ilustración en España desde el punto de vista cultural y artístico a través de la vida del Infante don Luis y de sus conocidos, amigos e incluso del personal que tenía contratado a su servicio”, cuenta García Valero.

En su tiempo, el Infante también reunió en estas salas una importante colección de arte y literatura que, en el futuro y como complemento a las visitas, también tendrán su protagonismo gracias a la tecnología. Como testigos de aquel tiempo quedan vestigios de la opulencia, algunos restaurados y otros aún por hacerlo. Es el caso de las columnas de las salas, de los techos en los que destaca el finísimo papel pintado con motivos ornamentales, casi único en su categoría; o de las cocinas, a doble altura y en la que se ubican escenas de El Quijote realizadas en cerámica. Y sobre todo, el espacio más espectacular: la capilla, “una de las obras más importantes de Ventura Rodríguez en el ámbito madrileño”, como ensalza el responsable de Patrimonio Histórico del municipio.

Museo Picasso, historia de una amistad

Otro tipo de historia, en este caso la de una amistad, es la protagonista en el Museo Picasso – Colección Eugenio Arias, en Buitrago del Lozoya. Como señala la coordinadora y conservadora del espacio, Susana Durán, es habitual que los que llegan al pueblo se sorprendan con esta joya en la que se contemplan obras que hablan del Picasso más cercano, personal y cotidiano. Porque las más de 70 piezas que componen la muestra fueron regalos que el artista hizo durante “sus 25 años de profunda amistad” a Eugenio Arias, un barbero de Buitrago con el que compartió buena parte de su tiempo en el exilio.

Sin que ellos mismos lo intuyeran, la semilla de esta colección se fraguó en el sur de Francia, en Vallauris, donde la casualidad cruzó los caminos de ambos. A través de otros españoles en la zona fue como Picasso supo de la presencia de aquel barbero al que terminó confiando el cuidado de su cabello. Y no es poca cosa, dada la tradicional reserva del malagueño en todo lo concerniente a su intimidad y al contacto con su pelo “porque era muy supersticioso, pensaba que si no se lo cortaban sus mujeres le harían vudú o maleficios, pero desde que conoce a Eugenio confía en él”, tal fue el lazo que se estableció entre ambos.

Pero hubo más, claro, porque ambos compartían no solo el idioma, el origen y el exilio, sino que también tuvieron en la tauromaquia otro tema en común. En el museo se contemplan obras que delatan ese cariño mutuo, con dedicatorias en la mayoría, que principalmente están relacionadas con la profesión de barbero, como bacinas o como un plumier de escolar reconvertido en estuche de útiles que es una de las joyas que se exhiben: “Picasso lo convierte en una caja pirograbada que es única en el mundo”, hasta el punto de que se cuenta, comenta Susana, “que un magnate árabe daba un cheque en blanco al barbero por vendérsela y él no quiso”.

Los deseos de Eugenio, no obstante, estaban claros: “Lo único que quería era que el museo se hiciera en su pueblo, en Buitrago del Lozoya”. Este énfasis es el que permite que la región tenga aquí este conjunto que se inauguró en 1988, aún con el barbero en vida, y en el que se contemplan cerámicas, dibujos e incluso una obra con la técnica del cagafierro, inédita en su vasta creación: el ‘Pájaro del Progreso’. Ésta “se la regala para inaugurar su segundo salón de peluquería en Vallauris” y hoy saluda al visitante de uno de los museos más especiales de la región y el segundo exclusivamente dedicado a Picasso en España.

Titulcia, el privilegio de dos culturas

En esta unión entre historia, arquitectura y arte que les proponemos dentro de la Comunidad de Madrid, es imprescindible citar Titulcia. Se trata de una localidad de poco más de 1.300 habitantes que se erige, cual vigilante, en un promontorio que domina desde las alturas los cursos del Jarama y del Tajuña. Tan privilegiada es su situación que, en los días más claros, es posible otear desde la distancia Toledo o Madrid. Así, es fácil imaginar cómo, en otros tiempos, lo que hoy es un pueblo con encanto ya era un punto estratégico de primer orden.

El emplazamiento privilegiado justifica la ubicación de una villa carpetana de la que se tenía alguna pista pero que, trabajos arqueológicos mediante, se reveló como uno de los yacimientos más espectaculares de España, con un potencial casi inédito gracias a su estado de conservación: “Lo bonito de Titulcia”, cuenta Mayra Valenciano, una de las arqueólogas municipales, “es que el poblado se abandonó rápidamente y entonces la mayor parte de las cosas que hallamos se quedaron tal cual, es como ver una casa tal cual estaba hace 2.200 años. Es como un libro abierto”, concluye.

Entre los tesoros que quedaron congelados en el tiempo se han encontrado todo tipo de útiles domésticos que hablan de la vida cotidiana en la Titulcia de aquellos tiempos. Pero nada tan brillante como la Pátera, auténtico símbolo del yacimiento. Se trata de un plato ceremonial hecho en oro y plata que revela, como explica Mayra, “la riqueza tan grande que existía en el poblado ya que, en contra de lo que se pensaba, fueron capaces de comerciar y de traer este tipo de objetos de lujo”.

Este hito, de hecho, marcó un antes y un después en los trabajos científicos en la zona porque es el único de su clase que ha sido encontrado en su contexto arqueológico. Eso ha motivado un impulso a una investigación de más de 15 años. Para el visitante, el resultado más visible de este proyecto es el Centro de Interpretación, ubicado en el Ayuntamiento de Titulcia, y que pone en valor toda la historia de la localidad a través de estos trabajos y de los hallazgos de la época carpetana y de la posterior, ya bajo el dominio de Roma, que también es muy evidente en los restos encontrados.

“El Oppidum carpetano se estableció por un tema geográfico, ya que tiene buenos recursos naturales y defensivos. Cuando viene la conquista romana lo que hacen estos es aprovecharse de lo que ya había”, relata José Polo, también arqueólogo municipal de Titulcia. Esta sinergia de los conquistadores con las élites locales, que se hacen “romanos de pleno derecho”, favoreció el desarrollo de la civilización en la zona y motivó el traslado de sus habitantes a la parte más llana y próxima al río. “La paz romana estaba impuesta y ya no necesitaban estar en un plano defensivo, con lo cual la parte alta de la ciudad, por decirlo así, se abandona”. Se trata de un viaje apasionante del que, gracias a estos trabajos, nos llega un relato casi intacto de la Titulcia del ayer.

‘Vendo ruinas, magnífico monasterio’

Pero cuando hablamos de joyas ocultas o desconocidas, puede que ningún otro lugar se ajuste más a la literalidad que el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, en Pelayos de la Presa. Cuentan los que pasaron su infancia allí que, de pequeños, corrían y jugaban despreocupadamente por sus ruinas. Pero aquella vetusta construcción que parecía abocada al olvido aún tenía algo que decir, aunque fuera de la manera más inesperada, que pasó por un anuncio en un periódico en 1976 donde se podía leer: ‘Vendo ruinas, magnífico monasterio […] Precio todo incluido, doce millones de pesetas’ (72.000 euros).

El arquitecto Mariano García Benito -don Mariano, como le conoce cariñosamente todo el mundo aquí-, consciente del potencial que tenía aquel conjunto, no se lo pensó y decidió hacer frente a esa inversión para insuflar vida al recinto, consciente de su potencial artístico. Y es que aquel caótico pandemonio de escombros era, en realidad, uno de los únicos tres monasterios de la Comunidad de Madrid, junto a San Lorenzo de El Escorial y el del Paular. Obviamente su estado de conservación era muy diferente, pero eso no ha sido sino una motivación para que don Mariano tuviera claro desde el primer día que se dejaría la vida en tratar de dar a conocer el valor del lugar y devolverle parte de su interés.

“Es el más antiguo de la Comunidad de Madrid”, explica Pilar Carbajo, Concejal de Turismo de Pelayos de la Presa. “Se empieza a construir en el 1150 y tiene actividad hasta 1836, cuando ya quedaban pocos monjes y luego con la desamortización de Mendizábal ya se cierra definitivamente”. Durante esos siete siglos, el recinto sufre todo tipo de ampliaciones y reconstrucciones que, desde su planteamiento románico, fue incorporando elementos góticos, renacentistas, barrocos e incluso mozárabes.

Se trata de “un libro abierto en el que cada rincón habla de esa historia”, pero recuperar ese tesoro no fue sencillo. Pasaron décadas de abandono hasta que don Mariano “se enamora del monasterio, lo compra y empieza a quitar escombros y a consolidar la estructura”. Es ahí donde empieza “el resurgir del monasterio”, concluye.

Y así, hasta hoy. Aquellas “montañas de piedras” donde jugaban los niños del pueblo han desaparecido y queda un espacio diáfano, apto para las visitas. La reconstrucción está descartada, pero eso no quita para que el Ayuntamiento de Pelayos de la Presa y la Fundación Santa María la Real de Valdeiglesias acometan un complejo proceso de reformas encaminado, como cuenta Pilar, “a consolidar ciertos espacios para que se pueda acceder sin peligro y a mostrar lo que llegó a ser”.

Gracias al énfasis de don Mariano y al impulso municipal a estas actuaciones, desde 2015 es posible conocer este patrimonio con visitas guiadas o con los paneles explicativos que muestran cómo era cada estancia en su momento de máxima actividad, como la espectacular iglesia, el imponente claustro o la zona de cocinas.

Y por si fuera poco este maridaje entre arte e historia que representa el monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, en Pelayos también hay otro rincón que ancla sus raíces en los albores de la humanidad: unas muestras de arte rupestre que se ubican al abrigo de unas formaciones de granito en la zona del monte de la Enfermería y que se datan en torno al año 2.000 a.C. Aunque están protegidas con cancelas de posibles actos vandálicos, son visibles y visitables. El paseo bajo la umbría de los pinos del paseo merece la pena. Más información en turismomadrid.es.