Cuando estas letras vean la luz, ya habremos superado los primeros hitos de las fiestas navideñas. Ya habrá pasado la Nochebuena y la comida de Navidad, aunque todavía quede espumillón para rato.

También habrá pasado por algunas casas Papá Noel, que le habrá dejado el relevo a los Reyes Magos, que aquí somos muy de celebrarlo todo y cuatro regalan más que tres o uno.

Así que ya llevamos comido el cordero, el besugo o lo que sea, ya hemos saboreado los turrones y soportado el cuñadismo, otro clásico navideño.

Quien más y quien menos habrá tenido alguna discusión con el cuñado de turno, porque salió el tema el fútbol o la política, que deberían estar prohibidos en las mesas navideñas. Pero es lo que hay.

También entre los clásicos navideños está la parte más dura, la de las sillas vacías. Esas personas que ya no están más que en nuestros recuerdos, especialmente las que se nos fueron entre una Navidad y otra.

Este año, que he tenido pérdidas importantes, sé bien de lo que hablo. Ya nada será igual y aunque el tiempo siempre ayuda a sobrellevarlo, cuesta. Y cuesta mucho. Así que también aprovecho para enviar un abrazo a todas esas personas que están pasando por ese trance.

Ahora es tiempo de mirar cómo beben los peces en el río, de pasar una noche de paz con el tamborilero dando a su tambor y los pastores yendo de camino, de contar campana sobre campana y de ir hacia Belén con una burra que se remendaba no sé muy bien por qué- o con el burrito sabanero.

Siempre me he preguntado por qué si en el portal de Belén hay estrellas, sol y luna, en ningún nacimiento se sabe nada del astro rey, qué narices son los pampanitos verdes o por qué Holanda ya se ve cuando vienen los Reyes Magos.

Eso sí, por más que esta noche sea Nochebuena y mañana Navidad, ojo con hacer caso con lo de coger la bota y emborracharse, que luego todo se sabe. Aunque sea al ritmo de Mariah Carey, que siempre acaba colándose entre nuestros villancicos.

Al menos ya hemos superado otro de los tópicos navideños, el de las cenas de empresa, las de amigos que solo vemos una vez al año, y las del grupo del gimnasio, de baile, de canto, de cerámica rusa o de cualquier otra actividad imaginable o inimaginable. Ya queda menos.

Ahora nos queda la Nochevieja, con sus campanadas, su inevitable brilli brilli y el momento de hacer balance de un año y propósitos para el año que viene. Esos propósitos que duran, casi siempre, lo que dura la cuesta de enero.

También sabemos que a todos, o a casi todos, la lotería nos pasó de largo, y que quienes celebran con cava que les ha tocado en la puerta de la administración de loterías siempre son otros. Pero nos queda la lotería del Niño, una especie de segunda oportunidad a la suerte, a ver si de una vez nos sonríe.

Pero, en cualquier caso, son días de familia, de celebración y de alegría, aunque sea con matices. Y no quería dejar pasar esta oportunidad para felicitar a todas las personas que me leen, hoy o siempre -especialmente a las segundas, claro-, que tiene mucho valor, en los tiempos que corren. Feliz Navidad y los mejores deseos para 2026. De todo corazón.