Tengo una buena amiga que, cada vez que hay un asesinato machista, dice que debería de pararse el mundo. Y hoy, después de contabilizar la víctima número 45 de este año, y la que hace 1340 desde 2003 -momento a partir del cual consta el cómputo-, me apropio esta frase.

Lo malo es que debería pararse el mundo, pero no se para. Debería salir todo el mundo a la calle, pero no sale. Debería copar portadas de informativos, pero no lo hace. En definitiva, debería importarnos mucho, pero parece que no importa.

Hubo un tiempo, allá por el 2004, en que la sociedad tomó conciencia del problema que suponía la violencia de género y la clase política estuvo a la altura, aprobando nuestra ley integral por unanimidad. Entonces no se paraba el mundo, pero casi.

Había minutos de silencio y protestas por cada mujer asesinada. Y, aunque un minuto de silencio pueda parecer que no es nada, lo que realmente no es nada es la indiferencia, el mirar hacia otro lado.

Y ahí es donde nos encontramos. En una indiferencia ante la violencia machista que, si no es autora, es cómplice de cada una de las muertes por causa de la violencia de género.

Me encantaría no escribir sobre esto, no dedicar mi artículo de esta semana a la violencia de género. Pero no es posible. No puede ser cuando, en poco más de una semana han sido asesinadas cinco mujeres.

Cinco vidas, cinco familias destrozadas, varias niñas y niños huérfanos e infinito dolor, rabia e importancia. Dolor, por ellas. Rabia e importancia por quienes, desde nuestras respectivas zonas de confort, no hemos sabido impedir estas tragedias.

Y, mientras a las mujeres nos siguen matando, el machismo sigue creciendo. Ese machismo que es la raíz de la violencia de género. Y no solo eso. Crece sin parar el negacionismo, una corriente que se asienta con firmeza entre nuestra juventud

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué la sociedad no se moviliza contra una tragedia que se lleva cada año? ¿Qué nos ha pasado? Pues la respuesta no es fácil, ni unívoca, porque se combinan varios factores.

Por un lado, está la responsabilidad colectiva. Hemos bajado la guardia. Hemos creído que estaba todo ganado y hemos olvidado que, si de igualdad se trata, todo lo que no sea avanzar es retroceder.

De otra parte, el machismo agazapado que estaba buscando su oportunidad, por fin la ha encontrado.

Ese machismo que nunca se fue del todo ha encontrado una brecha por la que colarse y ahora campa por sus fueros y lo vemos cada día en redes sociales y en algunos medios, pero también en tertulias de café y en la propia calle. Y hasta en las instituciones.

Hoy lamentamos una nueva víctima, pero ya hace mucho que los lamentos no sirven de mucho. Sirven la prevención, la educación, la concienciación, sirve la inversión en medios personales y materiales y sirve, desde luego, que rompamos el silencio.

Porque, como dice mi amiga, debería pararse el mundo.