Valencia
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La conversación con Eva Morell sobre su libro Refugio no es la mera glosa de un objeto literario, sino una indagación profunda que utiliza la cabaña y el asilo como coordenadas para un diagnóstico radical de la hiperconectividad y la servidumbre estética de nuestro tiempo.

La autora, en una charla bien simpática, marca un audaz salto intelectual que opera como el anclaje de su tesis: la conexión intrínseca entre los Ewoks de la saga Star Wars, la complejidad narrativa de Virginia Woolf y la sensibilidad paisajística de Jane Austen. Y Laqueso.

Este no es un simple juego erudito, sino el punto de partida para una verdad innegociable. "Tienen todo que ver porque tanto el ser primitivo como la cumbre literaria tenían una especie de acuerdo no verbal con la naturaleza", afirma.

Esta reverencia, este "amor por el paisaje y ese respeto por la naturaleza", es la esencia universal que une a figuras históricas dispares.

En esa peripecia, desvela que el refugio no es una moda, sino un imperativo biológico y una metáfora de que nos negamos a perecer ante el yugo del vacío.

"No me costó mucho trabajo relacionar un ewok con Virginia Woolf porque ese respeto (a la naturaleza) es una constante atemporal que ancla la dignidad del espíritu".

Y se queda tan ancha. Morell es un descubrimiento. Pero ella también nos regala uno. Busquen a @soychubasco en Instagram y, cuando se les haya calmado la piel, imaginen un libro que habla del refugio como atomizador del espíritu y catalizador de la calma ilustrado por él.

Bravo por la editorial, que además de la apuesta estética y ética, lo hace también con la belleza. El καλός del que les he hablado otras veces.

¿Es la cabaña, el refugio físico, una necesidad frente al vértigo? Ella responde tras pensarlo dos segundos: "La civilización es un avance constante, pero siempre seguido por una pausa necesaria. La historia humana es una tensión entre el impulso prometeico y la restricción biológica. Cada avance tecnológico de la historia viene seguido de un freno y de una reconexión con la naturaleza".

Ojo, que este ensayo está bien lejos de ser un ejercicio perroflauta. Aborda el refugio como herramienta de la nobleza del descanso y la maduración. Y lo hace con un estilo literario que embriaga, como el musgo.

Pero claro, desde la cabaña al mundo, que para eso somos gregarios y sociales. "Somos seres en sociedad mejores también cuando somos mejores en soledad". Es, por tanto, el lugar de soberanía individual desde el que se fortalece el colectivo. Toma pirueta.

Pero, claro, en este momento del todo ya, rápido, picadito y en nuestro móvil, el algoritmo es el único que está en casa de todos. También opina Morell al respecto: "Vivimos en una era en la que ahora mismo nos dicta el algoritmo... tenemos que seguir ciertas tendencias, ciertas pautas y va a crear una especie de ideario homogéneo de cómo se supone que tiene que ser nuestro refugio".

Hemos pasado de buscar la virtus a abrazar la aestimatio, y ese virage, encapsulamos una reflexión: "Hemos pasado de la época de lo bueno es tener un techo a lo bueno es que me digan que lo estoy haciendo bien, me da igual quién me lo diga”.

Esta frase condensa la claudicación moral de nuestra época. La fatiga social ha llevado a una época en la que estamos "un poco cansada de esta era en la que nos dictan todo lo que tenemos que hacer, cómo lo tenemos que hacer. El individuo ha sustituido la necesidad básica por la necesidad de la performance social”. El refugio ha dejado de ser un lugar de descanso para convertirse en un objeto de marketing personal.

El libro de Eva Morell, en su negación del cliché y su exploración de lo heterogéneo, actúa como un manifiesto. Nos obliga a confrontar esa claudicación, a preguntarnos cuándo y cómo el cedimos el cetro de nuestra paz. La literatura, a través de Refugio, nos enseña que el verdadero acto de resistencia no es la huida, sino la defensa innegociable del espacio privado, por trivial o ridículo que sea.

Ese espacio de paz, de repente, se vuelve instagrameable: debe ser minimalista, nórdico, con vistas al atardecer en la Malvarrosa, despojando al individuo de la libertad de encontrar la paz en lo feo, lo ruidoso o lo singular. ¡Viva el papel pintado! Esto lo digo yo, no ella. Nótese.

El juicio se vuelve la métrica de nuestra paz interior. El drama no es que el refugio sea heterogéneo —puede ser "un vagón silencio de ave, un pasillo de supermercado, un paseo por el retiro, sentarte por la mañana a orillas del mar"—, sino que se nos niegue el derecho a esa heterogeneidad. El arte de la autocreación queda constreñido por el mandato cultural.

El peligro reside en que nos digan que "lo tuyo no es correcto o lo tuyo está mal o tu refugio es peor" si no entramos en la línea dictada. Las etiquetas, los colores, las razas, las religiones, lo ario… Y creo que me ha colado otra cosa que es mía y no suya. ¡Maldito refugio!