Cuenta la leyenda que la primera vez que Lola Flores visitó Estados Unidos en 1953, después de su primera actuación, la crítica de The New York Times dijo de ella: "una artista española, no canta ni baila, pero no se la pierdan". La Faraona no tenía una gran voz ni era de las que mejor se movían encima de las tablas, pero tenía ese no se qué, ese duende, ese brillo en los ojos "que no se opera", como ella misma decía. Todo eso logró que se hiciese irrepetible.

Quizás por eso cualquier comparación con la Lola de España se nos atraganta. Y Movistar se ha lanzado sin red y sin calcular la que se le caería encima al renombrar a este icono popular de nuestro país como "la Rosalía de los 60". Omnipresente en nuestro día a día desde que fue publicando a cuentagotas El mal querer, la cantante catalana sí canta, sí baila y sí tiene duende, pero será el tiempo quien diga si su nombre se recordará como se recuerda el de la jerezana.

Inmersos en la promoción de Arde Madrid, la serie de Paco León que recrea la llegada de Ava Gardner a la capital española para revolucionarla, Movistar decidió que una buena idea para esquivar la brecha generacional entre los personajes de los 60 y el público más joven podría ser la de presentar a las celebridades de la época comparándolas con actrices y cantantes actuales:

Así, Lucía Bosé sería "una Penélope Cruz a la italiana", Carmen Sevilla "la Macarena García versión copla", Ava Gardner "una Angelina Jolie dada a la fiesta" y Lola Flores "la Rosalía de los 60". Tras la promo, no solo algunos tuiteros empezaron a mostrar su indignación, también lo hizo una de las hijas de Lola, Lolita. Ella, aclarando que la serie le había gustado muchísimo y que Rosalía es fabulosa, dijo que "Lola Flores es Lola Flores y Rosalía es Rosalía":

A la crítica de Lolita le siguieron muchas más:

Y es que cuando se nos toca a la Flores, la mujer que nos pidió a cada español una peseta, que perdió un pendiente y lo pidió en mitad de un show porque "dinerito me costó", que nos echó de la boda de su hija diciéndonos "si me queréis, irse", nos entra algo por dentro que no se pué aguantá.