Como si fueran los irreductibles galos del poblado de Astérix y Obélix frente a los romanos, los habitantes de Dolus, un pequeño pueblo francés situado en la Isla de Oleron, llevan cuatro años resistiendo en su particular trinchera los envites de McDonald's para que el gigante de comida rápida no monte en su municipio uno de sus restaurantes. 

Los habitantes del pueblo, que no supera los 3.000 habitantes en el invierno, están capitaneados por su alcalde en esta particular batalla legal cuyo objetivo final es que la cadena norteamericana no introduzca allí su filosofía, que consideran que va en contra de sus valores como sociedad. 

"Esto no es una guerra, es sentido común", ha dicho el regidor, Grégory Gendre, un ex trabajador de Greenpeace, a The Guardian, añadiendo que "McDonald's representa una forma antigua de hacer las cosas, es como la minería de carbón de la gastronomía, algo totalmente anticuado".

El argumento que el Ayuntamiento está defendiendo ante los tribunales es que la apertura del restaurante originaría problemas de tráfico, proponiendo como alternativa la instalación de lo que han bautizado como McDol, una superficie comercial sostenible con comida orgánica. 

"¿Un BigMac? No, merci"

Defensor de un modelo de vida sostenible y respetuoso con el medio, sus gestiones desde que llegó a la Alcaldía han ido encaminadas en ese sentido, así que con McDonald's no iba a ser de otra manera. 

Todo empezó cuando la cadena solicitó al Ayuntamiento los permisos pertinentes para construir en unos terrenos alejados del centro del pueblo uno de sus establecimientos y el consistorio dio un no por respuesta. 

El pasado otoño el Juzgado le ha dado la razón a la empresa, condenando al municipio a darle luz verde o pagar una multa de 300 euros por cada día que se demorase el permiso. El Consistorio ha recurrido y esperan la resolución judicial para este septiembre. 

Enfrentados por la gran eme

Pero no todos los habitantes del pueblo están a favor de la batalla contra McDonald's. Hay quien defiende que creará puestos de trabajo y que no influirá en los hábitos de la gente: "si alguien consume comida ecológica lo seguirá haciendo y, si no lo hace, no lo va a hacer ahora".

En el otro lado están aquellos que apoyan la hazaña de su alcalde, alegando que a la larga destruiría más empleos de los que crearía y vendría a irrumpir negativamente en un lugar donde, por poner un ejemplo, el 40 % de la comida que se sirve en los colegios proviene de prácticas ecológicas.