"Irse al pueblo" forma parte de las vacaciones de millones de españoles. Es una especie de retorno a los orígenes, una actividad de descanso y de relax que devuelve la vida a rincones que permanecen casi en el olvido el resto del año. Los pueblos se llenan en vacaciones, regresan los hijos de quienes abandonaron sus raíces en busca de un futuro que terminó enraizando en los asfaltos yermos de las grandes ciudades. Y con la vuelta momentánea, con esa explosión de vida, coches y niños corriendo en bicicleta, los distintos pueblos de todo el territorio español se preparan para agasajar a los emigrantes veraniegos con las celebraciones que conmemoran cada año los distintos patronos de las comarcas. Son las llamadas "fiestas de los pueblos".

Cada pueblo celebra sus fiestas al menos durante dos días. Los hay que derrochan el presupuesto local montando una semana de celebraciones y ayuntamientos que deciden ahorrar en los festejos condensando los días y también las actividades. Teniendo esto en cuenta puede averiguarse la personalidad de los lugareños analizando con lupa el cartel de festejos. Ostentosos, como aquellos pueblos que, pese a ser casi una aldea, montan un auténtico festival para sus paisanos demostrando con ello su poderío, especialmente a las villas vecinas; ahorradores, pueblos que publican un cartel de fiestas tan escueto que casi cabe en un post-it; chapados a la antigua, fácilmente distinguibles por actividades tan "modernas" como paseos en burro, bailes regionales y todos aquellos actos a los que solo van los octogenarios que aún se mantienen en pie; pueblos que se creen jóvenes, todo lo contrario de lo anterior y objeto de duras críticas por parte de los octogenarios; religiosos, con fiestas patronales repletas de misas, subidas a la ermita, peregrinaciones y bendición con vino. Ay, el vino. De él están todas las fiestas sobradas. 

Las fiestas de los pueblos pueden ser de muchos tipos, con infinidad de actividades, ceremonias y juegos para los niños, pero todas, con independencia de dónde se encuentren, poseen multitud de elementos en común. Ya se sabe, no hay nada que una más a los españoles que una buena fiesta, lo llevamos en los genes.

A comida regalada acudirá gente en manada

En todas las fiestas siempre hay momentos para llenar el estómago. Por lo general suelen ser especialidades locales repartidas a tutiplén entre todos los que acuden en manada al olor del yantar gratuito. Bollo "preñao", paella, empanada, dulces de la tierra, galletas, tortilla de patatas, incluso bocadillos: da igual la comida que se regale, allá habrá alguien bajo el inclemente sol de agosto dispuesto a hacer cola por conseguir un trozo. Y donde hay colas también hay disputas, épicas pueden ser las discusiones en los pueblos solo porque alguien se haya colado; que ascienden a guerra civil como la disputa enfrente a familias rivales, algo que también es típico. 

La comida no suele faltar en las fiestas de verano, tampoco la bebida. El vino se reparte casi como si fuera agua. De hecho, el líquido elemento es lo que menos abunda a la hora de repartir bebercio. Vermut, licor de hierbas, queimada, refrescos... Y no falta el chocolate a las tantas de la noche servido en la plaza del pueblo, justo donde está tocando la orquesta. Este elemento es otro de los que nunca fallan.

No puede haber una fiesta sin su buena dosis de orquest

¿Qué tienen las orquestas para que todos los pueblos empeñen su presupuesto en traer a una? Y cuando no llega para la orquesta ahí están las discotecas ambulantes, una suerte de caravana con luces y altavoces que despliega tal potencial en watios que poco tiene que envidiar al último concierto de los Rolling. Porque la música no puede faltar en las fiestas del pueblo, por más que gran parte del repertorio no pueda calificarse como "música" (ojalá sonasen los Rolling).

Las orquestas y los DJs ambulantes hacen, literalmente, su agosto. Selecciona una zona del mapa, delimita cada uno de los pueblos y analiza los actos nocturnos programados para sus fiestas: comprobarás cómo los músicos se mueven entre las distintas villas en una especie de gira que lleva los éxitos más populares a todas las plazas. No faltan nunca los pasodobles, las jotas y el flamenco, da igual la fiesta a la que acudas. También resulta obligatorio "Paquito el chocolatero", es una de las canciones que lleva sonando desde antes de que se inventaran las orquestas.  

Así transcurre la noche en cualquier fiesta de pueblo: las tonadas recorren el panorama musical español de ayer y de antesdeayer tratando de llevar a la pista (plaza mayor) a todos los vecinos; por más que en ella acaben las cuatro parejas de siempre mientras los jóvenes esperan unas canciones más recientes que nunca terminan de llegar.

Con los niños entretenidos los padres están más tranquilos 

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No hay fiesta que no reserve parte de su cartel a los niños. Dado que son ellos los que dan alegría a las calles de los pueblos, calles que no ven niños más que durante las vacaciones, los ayuntamientos se las ingenian para que los más pequeños dispongan de su espacio en las celebraciones; atrayendo de esta manera a los padres, deseosos como están de entretener a sus pequeñas bestias.

Las actividades infantiles en los pueblos pueden ser de muchos tipos, pero suelen centralizarse en fiestas de la espuma, castillos hinchables, guerras de globos de agua y juegos a los que ya jugaban nuestros abuelos, como las carreras de sacos, tirar de la cuerda, pasear en burro o las competiciones de llevar huevos con cuchara. La diversión clásica nunca pasa de moda, esto se pone de manifiesto en todas y cada una de las fiestas de los pueblos. Porque no importa que vayan dirigidas a los niños como a los más mayores: por las fiestas populares no pasan los años. 

Gran parte de las fiestas es común a todos los pueblos, pero otros elementos permanecen autóctonos. Y son estos los que terminan mereciendo la pena: visitar un pueblo supone adentrarse en una parte de la historia. Paséate por esa historia, por sus calles, por sus plazas. Sus habitantes te abrirán la puerta como si fueses un vecino más, es lo bueno de estar en fiestas.