El calor es una de las sensaciones más molestas que pueden llegar a existir. Nos rodea, penetra en nosotros, hace que la camiseta se nos pegue como un invasor alienígena que está intentando tomar nuestro cuerpo, nos aplatana el cerebro más que la tertulia más estúpida de Sálvame. Incluso los más frioleros lo admitimos, al menos con el frío si te pones cuatro mantas, desaparece. Pero el calor no, puedes ir en pelotas por el mundo, que seguirás chorreando sudor.

El calor desespera y la desesperación nos hace hacer locuras. Locuras que esperamos que nos alivien momentáneamente de nuestro agobio. Algunas lo hacen, otras no sirven para nada, otras lo empeoran... pero todo lo que sirva para que nuestro cerebro crea que hay un ápice de esperanza es bueno.

Abrir la nevera y quedarte un rato delante

Esta es el gran clásico. Estás en casa, no tienes aire y el ventilador ya solo mueve aire a una temperatura cercana a la de una supernova. "¿Qué hay frío en casa?". Una bombilla se ilumina, concretamente la del interior de la nevera. Dejas que el aire frío que sale de tu interior recorra todas tus terminaciones nerviosas mientras fantaseas con quitar todos los estantes y meterte dentro. Te quedas un par de minutos así y entonces piensas que los huevos se van a estropear. Momento de cerrar la nevera y volver a tu horrible vida.

Abanicarse con lo primero que pillas, incluso con el iPad

Un abanico puede ser un gran aliado en los momentos de calor. No solo puede ayudarte a lanzar aire a una velocidad moderada hacia tu cara, también es una buena forma de hacer brazos evitando tener que recorrer los océanos de fuego que te separan del gimnasio. Al cabo de una semana tienes una muñeca con el mismo diámetro que el cuello de Fernando Alonso. Si te pusieran un dínamo podrías generar electricidad para alimentar una ciudad pequeña. El problema es que no todo el mundo tiene un abanico a mano, y llega el momento que cualquier cosa es útil para abanicarte: el diploma de licenciado en periodismo (para algo tenía que servir), una caja de zapatos, incluso el iPad pueden ayudarte a pasar el trago.

Mojar la cama antes de dormir

Esta medida de supervivencia extrema la aprendí un año que tuve la brillante idea de visitar a mi primo en agosto... en Sevilla. Cuando vi que, antes de acostarse, se daba una ducha con el pijama puesto pensé que era un dramático. Dos horas después en un momento de locura no sé si transitoria estaba vaciando una garrafa de dos litros de agua sobre mi colchón mientras me reía como el Joker. Y, oye, funcionó.

Vivir a oscuras para que no entre el calor

Uno de los métodos más habituales para sobrevivir al calor veraniego es cerrar todas las ventanas y bajar las persianas casi hasta abajo para que no entre calor. No entra luz tampoco, es como volver a vivir a las cuevas de Altamira. Si el verano durase dos semanas más acabarías pintando búfalos en las paredes del pasillo. Y ojo, ni se te ocurra encender una bombilla, que también da calor.

Darte una ducha fría

Vale, esta parece una opción no tan loca... pero lo es, más que nada porque aunque en un primer momento te refresque, en un rato tendrás incluso más calor que antes. Eso se debe a que el agua fría reactiva el organismo y aumenta el consumo energético, aumentando tu temperatura corporal. Un mal negocio, mucho mejor una ducha templada.

Dormir con los pies colgando fuera de la cama

Si quieres tener una foto haciendo el ridículo para Instagram, esta solución es la mejor para lograrla. Hay diversas variaciones de esta postura, casi como el Kamasutra. Una es poner la almohada a medio metro del cabezal de la cama para que los pies sobresalgan por el otro lado, casi como si durmieras en una cama demasiado pequeña. La otra es mantener una pierna dentro, y dejar que la otra caiga por el lateral. Y por ridículo que parezca, esto funciona. Para algo sirven todas las terminaciones nerviosas que tenemos ahí.

Dormir en el suelo porque está más fresco

Una solución digna de un bulldog francés, pero que nadie diga que no es efectiva. A ver, en el colegio nos enseñaron a todos que el aire caliente sube, y el frío baja. Por lógica, el aire cerca del suelo tiene que estar más fresco que el de medio metro más arriba, y en la guerra contra el calor cualquier cosa es un éxito. Eso sí, como tengas moqueta en casa, tienes un problema. Malditas moquetas, son como un radiador constante.

Pulverizar agua contra el ventilador

Muchas veces, el ventilador es lo único que nos separa de la más absoluta de las locuras. Ponerlo delante de nosotros y quedarnos quietos con los ojos cerrados, notando nuestra melena al viento como si estuviéramos en la proa del Titanic. Pero hay una manera de mejorarlo, y es coger un pulverizador de agua y dispararlo contra el ventilador, de forma que las partículas nos acaben dando en la cara. Ninguna diferencia con estar en la playa. Ninguna.

Tirarte hielos por la espalda

Todos hemos gastado la broma de coger un hielo del cubata y metérselo por el cuello de la camisa a alguien. Es humor de primero de adolescente. Sin embargo, esa bromita odiosa puede convertirse en una solución de emergencia cuando el calor de agosto te agarra por el cuello y te dice "eh, amigo, esto es o el hielo o yo". Y lo acabas haciendo. Hay una alternativa un poco más grosera que es hacer lo mismo pero con una lata de refresco recién sacada de la nevera.

Tiempos desesperados, medidas desesperadas.