Durante unos días a finales de los 90, Monica Lewinsky era poco más o menos que el centro del universo. Lo tenía todo: era becaria, había estado en el Despacho Oval (concretamente, debajo del escritorio) y podía hacer caer al hombre más poderoso. Ah, sí, y tenía un vestido azul que no quería llevar a la tintorería por obra y gracia de una especie de síndrome de Diógenes fálico. Aquel episodio quedó en nada, pero elevó la figura de Monica Lewinsky al Olimpo de la fama. Era imposible no saber quien es.

¿Imposible? De imposible nada. Y es que los más jóvenes no tienen ni idea de quién es esta mujer. ¿Una de las actrices de Juego de Tronos? ¿La novia de un futbolista? Casi, pero no. Este susto me sobrevino hablando con los becarios -de entre 18 y 22 años- de una agencia en la que colaboro, de cinco becarios, solo una sabía quien era. “Madre mía, el daño que hizo la ESO”, pensé, sin pensar mucho que yo fui uno de los conejillos de indias que puso en marcha ese tan aborrecido sistema educativo.

Pero unos días después, probándome unos pantalones para una boda que no me acababan de ir bien, mi padre me dijo que parecía Jerry Lewis en El Profesor Chiflado. Tras poner cara de ese emoticono que son dos ojos son boca, tuve una epifanía: “Cáspita”, pensé. “Soy un maldito viejuno”.

Y es que los que estamos en la fase temprana de los treinta empezamos a notar sobre nuestros hombros el peso de esa transición de lo nuevo a lo no tan nuevo. El primer golpe suele venir sin anestesia, cuando el banco te dice que no, que no te van a renovar el carnet joven. “Bah, no necesito que un señor mayor me de un carnet de joven”, piensas mientras te deshaces de todos esos descuentos que nunca habías llegado a utilizar. Pero estás solo ante el principio de una tormenta.

Los futbolistas de tu edad ya no son jóvenes promesas, están por retirarse

Quizá uno de los traumas más duros de asumir para un joven futbolero es comprobar como, cuando hace dos días los jugadores de tu edad eran jóvenes promesas, ahora ya han superado su fase de cracks para convertirse en viejas glorias -excepto Julen Guerrero, que pasó de joven promesa a vieja gloria sin nada entre medio-. Llega un día en el que estás escuchando una tertulia radiofónica a esas horas que los médicos te dicen que deberías estar durmiendo, cuando están hablando de un posible fichaje para tu equipo. Uno de esos parabólicos tertulianos comenta “tal vez es un poco mayor para fichar”. Tú, con la inocencia de un joven de 29 años, buscas en Internet y descubres que cumple años tres días antes que tú. Y en seguida te encuentras diciendo que Iniesta, que tiene tu edad, está para jubilarse. Lo está, y tú también, para qué negarlo.

No entiendes Snapchat

Te reías de tus padres por que cuando cogen el móvil parecen un piojo en una calva. En Whatsapp se defienden, pero acaban de entender Facebook y ya no te digo Twitter. Cuando le sale una notificación de actualización del sistema tenemos un pequeño drama. Tú te sentías en la cresta de la ola, un maestro digital a la última. Te juraste que nunca te pasaría como a tus padres. Y entonces empezaste a oír hablar de una aplicación que lo petaba - ¿dicen “lo petaba” hoy en día? - entre adolescentes. Te bajaste Snapchat lleno de curiosidad y descubriste dos cosas: primero, que tus amigos no tienen Snapchat, porque tus amigos resulta que ya no son tan jóvenes y, segundo, que no entiendes nada de la aplicación. ¿Mensajes que se autodestruyen? ¿Stickers? ¿Cómo busco a gente? ¿Qué brujería es esta y en qué momento me he convertido en mis padres?

Te llama un señor del banco para hablarte de fondos de pensiones

Y en plena pelea con Snapchat, una llamada interrumpe tu experimento. “Oh, una llamada analógica, esto sí sé cómo funciona”, piensas. Y coges. Es un señor de tu banco. “Tu asesor”, se describe, y quiere que vayas un día a hablar. A ti nunca te habían llamado del banco, así que vas. Y el señor -que en realidad tiene tu edad- te dice que como tienes un poco ahorrado, y tienes un sueldecillo apañado, igual te sale a cuenta hacerte un plan de pensiones. “Ya sabes, pensar en el futuro”. ¡Ahorros! Tú que nunca habías tenido en el bolsillo mucho más que una tela de araña y un silbido ¿cuándo dejé de gastarme mis cuatro perras en vivir la vida?

Sales un día hasta las tres y no te puedes mover en tres días

Hubo una época en la que te podáis tirar siete días de San Fermín y tener todavía ganas de más, otra semana más. Que el ritmo no pare. Sin embargo, llega un día que tras una temporada de estrés y responsabilidades una noche se alarga más de la cuenta. Concretamente se alarga durante tres días más, los que te pasas acordándote de por qué ya no sales como antes, mientras te paseas del sofá a la cocina y de la cocina al baño como un zombie, con una especie de sensación de vacío en el estómago, dolor en la parte baja de la espalda y en el frontal de la cabeza, justo encima de los ojos. Y entonces entiendes por qué los futbolistas de tu edad están ya para echarlos de comer a las hienas.

Tus amigos se casan (y se embarazan)

Posiblemente, esa noche que se alarga más de la cuenta es la boda de un amigo. Hasta hacía no mucho las bodas a las que solías ir eran las de el primo mayor, algún tío, quizá algún amigo de tus padres. Pero entonces llega la boda de un amigo. Normalmente es la de algún amigo que tiene unos años más que tú. Impacta, pero es mayor. Lo que no te das cuenta es de que solo se ha abierto la caja de Pandora. Llega el torrente de bodas, y luego, lo que es peor, los niños. Y para cuando te das cuenta, eres el padrino de la hija de una compañera de locuras sanfermineras. Tú, que prefieres tener un saco de escorpiones en brazos que a un bebé, elegido padrino. Lo que habíamos sido y para lo que hemos quedado.

Ves a un grupo de adolescentes y te parecen lo más irritante del mundo

Un días estás tranquilamente escuchando música en el metro -una lista de Spotify que en el trabajo alguien definió como “más de ayer que de hoy”- cuando entra un grupo de adolescentes con peinados raros al tren. Todos gritando, unos se sientan en el suelo del vagón, otro se cuelga de las barras. Y entonces un pequeño Clint Eastwood cascarrabias surge en tu interior, maldiciendo que esas irritantes formas de vida van a ser los encargados de pagar tus pensiones. Igual va siendo hora de llamar al señor del banco y recordarle eso del plan de ahorros…  

Un niño se refiere a ti como “señor”

Esta duele. ¿Pero quién diablos eres tú para ir repartiendo carnets de señor, renacuajo?